Mons. J. Guadalupe Torres Campos
Les saludo con mucho cariño de padre y pastor y deseo se encuentren de maravilla, con la bendición de Dios. Domingo II del Tiempo Ordinario, vamos apenas iniciando el Tiempo Ordinario después del tiempo fuerte de Navidad.
Este domingo la liturgia nos presenta varias lecturas hermosísimas, sobre todo el evangelio de san Juan, que nos narra el primer milagro de Jesús, lo que llamamos la Boda de Caná. Jesús fue invitado a una boda en Cana de Galilea, junto con su mamá que también fue invitada y los discípulos. Esto refleja cómo Jesús está metido en la realidad, convive, no es alguien encerrado en su casa, no es exclusivo de sus discípulos, sino que convive con todos: enfermos, paralíticos endemoniados, en la plaza en el desierto, pero también en una boda, y ahí hace el gran milagro de convertir el agua en vino. Jesús comienza su ministerio con poder, obrando, sanando, perdonando, conviviendo con la gente. Hay dos aspectos: la convivencia, bendiciendo un matrimonio con su presencia, pero también haciendo el milagro de convertir el agua en vino.
La Virgen María se da cuenta de que falta el vino. También vemos y descubrimos a nuestra Madre Santísima que anda sirviendo, acomedida, y por eso se da cuenta e intercede. Pero Jesús le dice, ‘No ha llegado mi hora’, pero ella no le hace caso, y simplemente dice una frase, que por cierto es mi frase episcopal, está en mi escudo porque me ha gustado mucho siempre y la he utilizado siempre: “Hagan lo que Él les diga”.
¡Qué sabias palabras!, ¡Qué hermosa indicación o consejo! Y nos dice a nosotros nuestra Madre Santísima: ‘Hagan lo que Él les diga’. Eso implica escuchar, estar atentos, dialogar con Jesús, meditar la Palabra de Dios, discernirla y ver qué me está pidiendo Jesús en mi vida, como ser humano, como cristiano, conocer la voluntad de Dios, el plan de Dios y realizarlo: “Hagan lo que Él les diga”.
Luego viene el milagro, Jesús le hace caso a su madre, pide que llenen las tinajas hasta el borde y luego simplemente se lo entrega al encargado de la fiesta y dice ‘repártanlo’.
Jesús hace aquel milagro y comienza su ministerio, se manifiesta con poder. Jesús nos ofrece más que el vino aquel, nos ofrece el vino de su Palabra, de su presencia, de su gracia y de su Amor, de su Sangre. Beber el vino que nos ofrece en la Eucaristía, su Cuerpo y su Sangre está con nosotros, se hace presente en nuestras vidas.
Servir al Señor
Por eso el salmo nos invita a cantar la grandeza del Señor, y eso quiere decir que respondamos haciendo el bien, que nuestras obras, palabras y pensamientos sean obra nueva. Proclamarlo, transmitirlo es anunciarlo, darlo a conocer amando a los demás. Es un salmo muy hermoso que te invito a releer y meditar pues esa presencia de Cristo entre nosotros nos invita al compromiso de servicio, apostolado, testimonio.
Por eso Pablo en la segunda lectura nos dice: ‘hay diversos dones, pero un solo Espíritu’.
Hay diversos servicios, muchas maneras de servir a Dios en la Iglesia: catequistas, cantantes, misioneras, también por nuestro estilo de vida en el matrimonio, en el trabajo, pero el Señor es el mismo y todos estamos llamados a servir en cada uno de nuestros hermanos. La Iglesia es riquísisma en actividades y nos da muchas oportunidades para trabajar para un mismo Dios en la unidad, en la fe, en el amor, y en el servicio.
No voy caminando solo, no es sólo ‘Dios y yo’, sino en sentido de comunidad, ver cómo Dios distribuye su gracia, reparte sus dones en todos para que esos dones se transforme en frutos que a todos nos ayuden.
Necesitamos beber de ese vino de las bodas de Caná, que es el mismo Dios, el mismo Jesús. Beber de la gracia, alimentarnos para que nuestra vida transcurra en la paz del Señor.
Cuídense por favor del frío, de los cambios de clima y de esta situación de pandemia que esta afectándonos mucho. Seamos prudentes y ponernos en las manos de Dios, siguiendo la vida con fe, alegría y esperanza, pero cuidándonos. Dios les bendiga y acompañe.siempre. Un abrazo.