El pasado jueves 22 de febrero celebramos la Fiesta de la Cátedra de San Pedro. Hasta 1960, hubo dos fechas para esta celebración: una el 18 de enero -referida a la sede de Roma- y otra el 22 de febrero -referida a la sede de Antioquía-. En 1960, el Papa Juan XXIII unificó ambas fiestas suprimiendo la del 18 de enero. Con esta fiesta se rinde homenaje al primado y autoridad de san Pedro. La palabra cátedra significa asiento, trono, o sede y es la raíz de la palabra catedral, la sede desde donde un obispo gobierna su diócesis y predica el evangelio. A propósito de esta celebración, estuvimos publicando una serie de artículos tomados del libro “Y sobre esta Piedra”, siendo este el último de ellos en el que hablaremos sobre la infalibilidad del apóstol Pedro.
Así pues, considerando que el poder de atar y desatar se identifica con la autoridad para pronunciar sentencias doctrinales, surge la necesidad de que dicha enseñanza esté libre de errores. Esto implica, por lo tanto, que el ministerio petrino tenga una gracia especial para enseñar sin error, con la asistencia y poder del Espíritu Santo que confirma su cátedra. En este sentido, se puede afirmar que Pedro, en comunión con el colegio de los obispos, goza de lo que se denomina “infalibilidad”.
Ahora bien, la Iglesia es columna y baluarte de la verdad (1 Tim 3,15), por lo tanto, tiene y sostiene la enseñanza -la revelación divina-, acerca de Dios y del hombre. Dicha revelación es aceptada y recibida en la Iglesia mediante la fe. Por eso, santo Tomás de Aquino expresó que “es imposible que el juicio de la Iglesia universal yerre en lo que se refiere a la fe” (Cuestiones varias 9, q.8, a.1). Por lo tanto, la Iglesia es infalible al creer y profesar la fe. Desde luego, cada miembro de la Iglesia, por sí sólo, puede errar en materia de fe y moral. Pero la Iglesia como tal, no.
La infalibilidad de la que Dios ha dotado a su Iglesia es participada, es decir, recibida de Dios, y limitada. Es limitada, porque se refiere sólo a cuestiones de fe y moral, y es recibida, no por los miembros de la Iglesia en sí, sino por la Iglesia en su totalidad y por su magisterio, el cual se manifiesta, principalmente, en las definiciones de los Concilios Ecuménicos y en las definiciones ex cathedra del sucesor de Pedro. De tal manera pues, que el obispo de Roma es infalible cuando habla ex cathedra, es decir, cuando define una verdad revelada, un dogma de fe.
Es importante aclarar que la infalibilidad alude a enseñar sin error en materia de fe y moral, pero no, como se suele creer, a que la conducta del Papa sea impecable. De hecho, Pablo reprende a Pedro porque éste era un ejemplo para los cristianos, por lo tanto, su conducta debía ser la correcta. Al respecto, el primitivo cristiano Tertuliano (160-225 d.C.), dijo: «Si Pedro fue reprochado [por Pablo], la falla fue de proceder y no de doctrina». (Prescripciones contra las Herejías)
Ciertamente, puede haber algún Papa que contradice la disciplina u opiniones de otros papas, pero nunca en cuestiones de fe. Incluso puede haber algún Papa pecador público, cuya vida moral no sea ejemplo cristiano, con todo, nunca enseñará ex cathedra doctrina alguna contra la fe.
Es diferente el caso de los teólogos, quienes buscan explicar de manera exhaustiva la verdad revelada, y pueden fallar en el intento. En cambio, el Papa tiene otra misión, la de vivir, anunciar y defender esa fe revelada, llevarla a todas las naciones por medio de la Iglesia, apacentando el rebaño del Señor.
El Papa y el Colegio Episcopal proclaman y custodian el depósito de la fe revelada por Dios en la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, por eso no pueden enseñar el error cuando hablan solemnemente en nombre de toda la Iglesia, pero, en efecto, individualmente y en nombre propio, sí pueden errar.