Pbro. Pablo Domínguez Prieto +
Nos explica santo Tomás (Y nos lo ha explicado también de forma bellísima, Benedicto XVI en el libro Jesús de Nazareth- les animo a que escuchen con mucha atención el comentario al Padre Nuestro del papa emérito-) que cuando ya hemos pedido a Dios lo más importante, es decir, que su nombre sea santificado y que su Reino se haga presente; es decir, que su nombre sea por todos conocido y amado, y además que su poder, que es el poder del amor de Dios, se haga presente.
Una petición impresionante
A veces le pedimos algo para nosotros. Primero pedimos que Él reine, porque es el mayor don. Cuando pedimos algo, parece que debemos pedir para uno mismo, pero también podemos pedir para el otro, porque en ocasiones cuando uno pide para el otro, es un bien para uno mismo. Por ejemplo, si pido para una persona amada, como nuestros padres. Cuando pido a alguien un favor para nuestros padres, ese es el mejor favor que me pueden hacer a mí, porque les quiero.
Por tanto, cuando yo deseo que Dios reine y que su nombre sea santificado, no hay nada mejor que se pueda pedir. Pero, no obstante, viene primero una petición para mí, y esa primera petición que le hacemos a Dios es que en mí se haga su voluntad. ¿Pero qué voluntad?: La suya. ¿Pero en qué dirección? En la que Él quiera.
¡Eso es impresionante! Lo que le pedimos a Dios es para nosotros, pero no es nada en concreto, sino que lo que Él tenga previsto se cumpla, ¡lo que sea! A lo mejor le estamos pidiendo una enfermedad. ¿Cómo? Sí, si es esa su voluntad! A lo mejor le estamos pidiendo una humillación grande, porque si es su voluntad, se lo estoy pidiendo. “Hágase tu voluntad” sabiendo que la voluntad de Dios es siempre lo mejor para mí.
Nos debemos dar cuenta de la importancia y la belleza de esta petición, es decir, “Dios mío ¿Qué te pido? Que se cumpla tu voluntad y no la mía. ¡Lo que Tú quieras!
Modelo de obediencia al Padre
Dice santo Tomás de Aquino que esta contemplación es la que mayor bien produce a quien la realiza. Se trata de la contemplación de Cristo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, es decir, el obediente es Cristo y ha sido obediente hasta su muerte. Él ha cumplido la voluntad del Padre, por eso, lo primero que tenemos que hacer es mirarnos en nuestro modelo y ejemplo, que es Cristo mismo.
Podemos repasar un momento, antes de llegar a la Pasión, algunas citas y lugares donde esto aparece con claridad. ¿Se acuerdan, por ejemplo en la tentación del diablo a Cristo?: “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4), es decir, mi alimento es la palabra de Dios y no me alimento de otras cosas. O cuando dice el Señor: “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; es el Padre que me ha enviado quien me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar” (Jn 12,49); o Cristo en el Huerto de los Olivos: “Aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú” (Mc 14,36); o cuando Pedro trata de persuadir al Señor tras anunciar este por primera vez la inminencia de su Pasión y Muerte, de que eso no le pasará y Cristo le dice: ¡Aléjate de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. (Mt 16,23).
Benedicto XVI lo comparaba a las tentaciones del desierto, y decía que Pedro era el tentador. Pedro no tenía mala voluntad, pero no siempre lo que hacemos con buena voluntad está bien y podemos equivocarnos. Entonces, ¿Qué estaba haciendo Pedro? En el fondo, estaba pidiendo, con un falso amor, que Cristo no cumpliera la voluntad del Padre. Por eso le dice: “¡Apártate de mí, Satanás!”. Así, hermanos, cuando nosotros impedimos que otro cumpla la voluntad del Padre, somos Satanás e instrumentos de Satanás.
Por ejemplo, nosotros, los sacerdotes, tenemos una responsabilidad tremenda, ya que estamos continuamente hablando de Dios y llevando la gente a Dios. Pero cuando en nuestra vida impedimos que se cumpla la voluntad del Padre, ya sea por nuestra falta de ejemplo, de celo sacerdotal, o porque no estamos predicando la auténtica Palabra de Dios, o ya sea porque no estemos en comunión con la Iglesia, entonces no estamos llevando a la gente a Dios y, por tanto, no somos instrumentos de que los hombres vean, amen y cumplan la voluntad de Dios. Entonces podemos escuchar esa palabra de Cristo: ¡Apártate de mí, Satanás!
Se lo dice a Pedro, ¡Columna de la Iglesia! Si Pedro columna de la Iglesia, santo, fue reprendido por Cristo con dureza, ¡Qué será de nosotros, hermanos! ¿Cómo no nos va a reprender a nosotros tantas veces con dureza?
Cristo obediente
El cáliz que me ha dado a beber mi Padre ¿No lo he de beber? Y, al final, cuando Cristo está en la cruz dice: “Tengo sed” para que se cumpliera la Escritura. Cristo es el cumplimiento de los designios de Dios ¡Hágase tu voluntad!
Por esto, esta parte de la oración, “Hágase tu voluntad”, impresiona tanto a san Pablo y él habla mucho de la obediencia de Cristo: obediente hasta la muerte y muerte de Cruz.
La obediencia hoy es una palabra devaluada. Ha sido eliminada de nuestro vocabulario porque nos parece que nos esclaviza o que nos quita libertad. Pero hermanos, es todo lo contrario. ¡Todo lo contrario! ¡Sólo podemos entrar en el reino de la libertad y del amor, en obediencia! Obediencia a Dios, pero a través de la Iglesia, sólo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, aunque muchas veces le digamos a Dios: “Dios mío, que pase de mi esto, no lo entiendo, no lo quiero, no creo que sea esto para mí”. Pero en ese momento debemos decir: “No se haga mi voluntad sino la que Tú me muestras a través de la Iglesia”.
Nuestro alimento
Recuerdo que un día antes de ordenarme sacerdote fui a confesarme y mi director espiritual me dijo muy serio (tanto que pensé que la cosa iba en serio): ¿Si el obispo te dijera hoy que no te puedes ordenar sacerdote, cuál sería tu reacción? Y esto me lo dijo un día antes, con todo ya preparado. Insistió: “¿Lo abrazarías o lo dejarías todo?” Y yo le dije que, con la ayuda del Espíritu Santo, abrazaría la voluntad de Dios a través de mi obispo, y me dijo: “¡Ya te puedes ordenar! Si hubieras dicho lo contrario, no, porque tú no has venido a ser sacerdote, sino a cumplir la voluntad de Dios, sea la que sea”.
Por tanto, cuando uno da un paso en su vida, uno no abraza un paso en concreto , sino la voluntad de Dios en eso. Es muy importante tener esto en cuenta, porque si no, al final, podemos dejar que Cristo sea el centro de nuestra vida, y nosotros, por encima de todo somos hijos de Dios, cristianos llamados a vivir del cumplimiento de la voluntad de Dios.
Ese es nuestro alimento: hacer la voluntad del Padre. ¡Ese es nuestro alimento! Y si es el alimento de Cristo, el Verbo Eterno del Padre, también lo es el nuestro, pues solo nos entendemos en Él. He venido a hacer la voluntad del Padre. “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”; es lo que estamos pidiendo al Señor. Es decirle: Señor, mándame un sobre cerrado, en blanco por fuera y por dentro escrita tu voluntad para mi vida. Hágase Señor. La firmo ¡Fiat!
Lo que tenga que ser
Esto es lo que le pedimos a Dios y eso es lo que nos ha dicho Cristo que le pidamos al Señor.
Esta es una forma de cumplir la voluntad de Dios. La otra es: “Voy a ver, me pide esto, me pide lo otro. Hasta aquí bien. Lo acepto. Hago tu voluntad en esto. Pero ¿esto tercero? De momento no, no tengo tiempo. Me quedo con las dos primeras”. A veces queremos saber “qué”, para decir “sí”.
María dice “sí” El “sí” de María es real, igual que el arcángel que se lo anuncia. ¡es real! No podemos hacer como lo que proponen ciertas hermenéuticas liberales para las que todas las explicaciones son géneros literarios. Dicen: “esto hay que entenderlo. Fue realmente un día en oración cuando se le ocurrió decirlo al Señor. Y no es que no fuese realmente la madre de Dios…” Uf…¡No! No podemos caer en lo que dice el chiste, que estaba María rezando y se le aparece el arcángel san Gabriel y le dice’ “¡No temas, María, porque soy un género literario!”.
Por tanto, ¡La encarnación del Verbo fue real y la anunciación fue real también! Ante el anuncio del Señor, “concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús…” ¿María qué dijo al Señor?: “¿Cómo será eso?”, que es otra forma de decir: “¡No entiendo nada!” Pónganse en el caso (¡No nos podemos poner!): le dicen que se va a convertir en Madre de Dios.
María, entonces, ¿Qué es lo que dice? : “Hágase tu voluntad” ¿Hágase qué? Lo que tenga que ser.
Genérico vs concreto
Hay sacerdotes que dicen: “Si yo hubiera sabido dónde me iban a enviar de sacerdote o lo que iba a ser de mí, no hubiera dicho que sí, no me hubiera ordenado”. Estos son los que abren el papel antes de decir que sí. Esto no vale. Debemos decir: “Hágase tu voluntad”, y no: “dime, Señor, cuál es tu voluntad porque si estoy de acuerdo te diré ‘hágase en mí’”. ¡Pues no!, porque por más que leamos el texto griego no dice eso. Dice, “Hágase tu voluntad”, la que sea, tanto en la tierra como en el cielo, es decir, en todo ámbito y en mí también. Esto es Cristo, haciendo la voluntad del Padre.
Hermanos, a nosotros nos escandaliza lo concreto, mientras que lo genérico nos encanta. Todos somos unos santos en lo genérico cuando decimos ; “Hágase tu voluntad…te entrego mi alma, mi vida y mi corazón…pero mi peluche, no”. “Te obedezco en tus designios eternos, te abrazo con sublimidad…” Pero luego te vienen con que tienes que ir a tal misión y ya…¡Algo concreto ya no! ¡el escándalo de lo concreto!
Decimos: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Si el médico te dice que tienes una enfermedad ¿Te rebelas contra ella? ¡Pero tantas veces habíamos dicho “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo! Hermanos, ¿Estamos mintiendo cada vez que estamos rezando el Padre Nuestro: ¿Sabemos lo que decimos? Yo creo que sí. Pues digámoslo de corazón, como Cristo.
Hágase tu voluntad…con Cruz
Esta meditación que les propongo, es reflexionar sobre Cristo obediente hasta la muerte. Puede ser leer la Pasión de Cristo. Leerla, releerla del principio al final, leerla tranquilamente, metiéndose en la obediencia de Cristo, viendo si lo que Él hizo por gusto propio…o por cumplir la voluntad del Padre. Porque. Hermanos, la voluntad de Dios y la vida que nos promete el Señor es feliz, alegre y extremadamente gozosa. ¡Ah! Pero lo que no nos ha dicho es que no haya cruz. Lo que nos ha dicho es que la cruz será motivo de alegría, motivo de luz, motivo de salvación, pero nos ha dicho que no haya cruz. Y claro, nosotros, cuando vemos la cruz, huimos como si fuera el diablo. Pero no es el diablo, sino Cristo.
Por eso, muchas veces hacemos un juicio de lo que nos está ocurriendo en este momento diciendo que nos va mal, si hay cruz; diciendo que no es nuestro sitio o no es nuestro lo que debemos hacer, porque hay cruz. No, hermanos, ¡Es que esta Cruz es parte de nosotros!, y tenemos que configurarnos a ella. Es como si los sacerdotes le decimos al Señor: “Yo no quiero una parroquia así, no está hecha para mí, he nacido para otras porque esto es un bajo comercial. Yo la quiero con torre.
Hay que decirle al Señor: : “¡Hágase tu voluntad!, con cruz ¡Con cruz! ¿por qué digo con cruz? Porque como es seguro que viene con cruz, es mejor pedirla. No debemos decirlo por quedar bien, sino porque es verdad: “Señor, ayúdame a abrazar la cruz, allí donde me envíen”.
La cruz no hay que buscarla, viene, y no hay que pensar que como no tengo cruces, voy a comprar una cama de faquir para ver si sostengo un poco más de cruz por la noche o darme golpes con un martillo. ¡No hace falta! ¡Sí! ¡La cruz viene! Y hay que sonreírle. Cristo abrazó la cruz. Además, nuestra cruz no es la nuestra: ¡es la de Cristo! Es que Cristo nos llama a co redimir con Él, a ser obedientes con Él al Padre.
Firmar en blanco
Cuando tenemos una cruz y prensamos que estamos solos, no somos conscientes de que es la cruz de Cristo, que nos ha dejado participar de ella para gozar de su misma resurrección. Los que habéis muerto con Cristo, resucitareis con Él.
Morir no es solamente morir un cierto día y ya está. Morir es morir cada día, es subirte la Cruz de Cristo. El momento último de la muerte es el más sencillo (digo yo, aunque nunca me he muerto, pero..). la muerte llega…que nadie se haga ilusiones. Pero el Señor dice: “Quien ha muerto con Cristo”, quien ha abrazado la muerte en la cruz de Cristo, quien se ha crucificado con Él. ¡Esta es nuestra obediencia y esa es la voluntad de Dios! ¡Esa es la muerte a la que se refiere Dios!
El “sí” que un sacerdote dice al obispo el día de su ordenación es un “sí” que hay que renovar diariamente, es un “sí:” que debe durar toda la vida, ¡hasta la cruz!: como el “sí” de María. El “sí” de María es un “sí” que va desde la encarnación hasta ahora y hay que ver la cruz dentro del contexto de la voluntad de Dios.
Por eso, para que tengamos un tiempo más tranquilo, yo les animo mucho a que podamos contemplar a Cristo obediente, a Cristo cumplidor de la voluntad del Padre, y que al final podamos decirle también nosotros al Señor: fiat, voluntas tua, “Hágase tu voluntad”, y se lo digamos de verdad…¡Con el sobre cerrado! Fiat voluntas tua. Te firmo en blanco.