En este Tiempo de Navidad, esta es una fiesta en la que nos podemos identificar todos, pero también todos nos podemos ver cuestionados sobre nuestro sentido de pertenencia a una familia y el valor que le reconocemos.
En la primera lectura para la celebración de este día, nos es presentado un gran personaje, en él ubica su origen el pueblo de Dios, el pueblo hebreo.
En Abraham se encuentra la fuente de toda bendición, Gen. 12, 3. Pero, ¿Por qué? Pues, primero porque Dios lo elige, pero también por la reciprocidad de Abraham al llamado. La respuesta de Abraham es, como lo dirá San Pablo, de quien espera contra toda esperanza. Y, la segunda lectura, que tenemos este día, detalla el papel de Abraham como la parte humana de la alianza hecha por y con Dios.
Podemos ver que así comienza casi siempre la familia, y la Sagrada Familia no fue la excepción. Hay una incertidumbre tal que, cada acontecimiento es sorprendente, inesperado para María y para José. Todo es enigmático, incluídas y de forma especial, las palabras de aquellos ancianos que alaban a Dios por haberles permitido ser testigos del cumplimiento de la promesa: El cántico de Simeón, las palabras con las cuales Ana, la profetisa, pregona la extraordinaria noticia: “Hablaba del Niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén”.
Voluntad de Dios
Seguramente es posible encontrar, sin dificultad, muchos argumentos para fundamentar el origen de la familia en la voluntad de Dios. Es el plan de Dios. Tal vez sea una de las razones por las que, en nuestros días se ataca de tantas maneras la fe. Pues mientras haya quien crea que la familia no es una institución humana y menos política, sino divina, dicha institución contará con quienes la puedan defender y preservar.
Por ello, a la familia no se le ve agredida directamente sino de forma indirecta; atacando a la fe. Así, cuando la sociedad desconoce que la familia no depende del gobierno en turno, ni siquiera de la sociedad en general, lo que habrá de fortalecerla es creer que, tanto es su valor, que el mismo Dios quiso nacer en una familia normal, pero que con la Presencia de Él, dentro de la misma, ésta se transformó en una comunidad extraordinaria.
Iglesia doméstica
Lo mismo sigue aconteciendo ahora, mientras la familia es una iglesia doméstica, Dios la habita y su pervivencia está asegurada, más cuando se reduce a una alianza legal, (y con lo cambiante de las leyes) queda a merced de las decisiones de unos legisladores que presumen prescindir de Dios. Por eso en este tiempo de Navidad y siempre, la familia necesita ser valorada como institución divina y como tal, ser defendida.
Sagrada Familia de Nazaret, protege a nuestras familias tan lastimadas por la exclusión de la fe y, por tanto, de la presencia de Dios en ellas.