Esta es la última virtud cardinal sobre la que nos ayuda a reflexionar el padre Juan Carlos López, teólogo moral, en esta serie sobre las virtudes cardinales, en las que se construyen las relaciones humanas y el orden social.
Pbro. Juan Carlos López/ teólogo moral
- Introducción
Este domingo llegamos a la última de las virtudes cardinales sobre la que nos falta reflexionar. La virtud de la templanza. Dice Flecha Andrés que la templanza ha sido alabada por los pensadores de todos los siglos. Sin embargo, en épocas de prosperidad esta virtud parece ser olvidada. Parece insignificante o sin sentido la “mortificación” frente a los dramáticos problemas de nuestro mundo.
Francisco Carvajal en su “Antología de textos…” al introducir la virtud de la templanza, explica que la vida es como un camino que acaba en Dios. Es un camino no corto, y lo verdaderamente importante es que al llegar nos abra la puerta y podamos entrar. Y dice el Señor que la puerta de la vida eterna es angosta, y quienes llegan a atinar con esa puerta estrecha, son pocos.
El hombre, en su caminar por este mundo, tiende a ir por la senda ancha y cómoda de la vida y prefiere una puerta también ancha: con frecuencia se abalanza sin medida sobre las cosas, sin regla ni templanza.
- Significado y sentido de la templanza
Cicerón dice que “la templanza es un dominio firme y moderado de la razón en su tendencia al placer y a otros impulsos menos rectos del espíritu”. Esta virtud, que otras veces identifica con los nombres de “moderación” y de “modestia”, se refiere no sólo a lo que la persona hace, sino también a lo que dice.
Para San Agustín “la templanza es aquella virtud del alma que modera y reprime el deseo de aquellas cosas que se apetecen desordenadamente”.
En nuestros días, dice Josef Pieper, que la percepción social de la virtud de la templanza es lamentable, porque ha sido reducida a la moderación en el comer y el beber. Cuando en realidad la templanza es la virtud de los hombres y mujeres que viven la austeridad, no como una carga sino como una liberación.
En una sociedad que predica y propugna el placer y la satisfacción, la renuncia o moderación es despreciada, por anacrónica e insensata. Y, sin embargo, la renuncia no es la virtud de los que se conforman con poco, sino la expresión del sueño de los que aspiran a todo lo que de verdad vale. En este sentido decía San Agustín que “la templanza es el amor que se conserva para Dios íntegro e incorrupto”.
- Teología de la templanza
La doctrina de los Padres sobre la virtud de la templanza es vastísima y muy diferenciada. Se encuentra en sus comentarios sobre los vicios y la conversión, sobre el ayuno y la abstinencia, sobre la continencia y el pudor, sobre la justa valoración del mundo y de lo creado.
San Clemente de Alejandría afirma que sólo Cristo ha estado libre de pasiones desde el principio. Así que todos los que intentan parecerse a la imagen que Él nos ha ofrecido han de liberarse de las pasiones por medio de la ascesis (moderación/templanza).
Agustín de Hipona dice que la verdadera norma de la templanza se encuentra en “no amar ni apetecer ninguna cosa por sí misma y tomar de ellas cuanto basta para remediar las necesidades y cumplir con los deberes de la vida presente, y nunca con el apego del amante, sino con la modestia del usuario”.
Santo Tomás en su Suma Teológica dice que la templanza es la virtud cardinal que enriquece habitualmente a la voluntad y la inclina a refrenar los diferentes apetitos sensibles… el cometido de esta virtud es poner orden en las pasiones para que…, contribuyan al bien honesto. Además, afirma que está íntimamente relacionada con la fortaleza.
La templanza se manifiesta en distintas formas: castidad, sobriedad, humildad, mansedumbre… Y su primer efecto en el alma es la paz, una paz profunda. Opuesto a esta paz profunda, San Ambrosio, respecto a quienes no saben moderarse, dice que: “quien no sabe dominar su concupiscencia es como caballo desbocado, que en su violenta carrera atropella cuanto encuentra, y él mismo, en su desenfreno, se maltrata y se hiere (Cfr. Trat. Sobre las vírgenes).
- Templanza y responsabilidad moral
El ser humano vive en un entramado de relaciones que lo abre a la presencia de las demás cosas, de las otras personas y de Dios. En cada una de estas relaciones, el ser humano se encuentra a sí mismo o se pierde, según sea su modo de relacionarse. En estas relaciones tienen un puesto importante los valores que cuida la virtud de la templanza.
En la relación con las cosas, se necesita el sentido de la sobriedad, como signo del señorío del hombre frente a las cosas que lo rodean, para que sea administrador y o esclavo. Con relación a las otras personas, el ejercicio de la templanza significa haber tomado conciencia del valor de la fraternidad, de la solidaridad, de la empatía, de la clemencia y de la misericordia. Respecto a la relación con Dios, la templanza es la respuesta valiosa y generosa frene a todas las tentaciones de la idolatría.
- Conclusión
Santo Tomás señala que, aunque la templanza es necesaria a todos, lo es de modo especial a los jóvenes, más inclinados frecuentemente a la sensualidad, a las mujeres, a los ancianos, que deben dar ejemplo a los demás, a los ministros de la Iglesia, que deben dedicarse de modo especial a las cosas de Dios, y a los gobernantes, para poder gobernar con sabiduría.
No se trata de negar la naturaleza, sino de orientarla. Ante la riqueza seductora de los estímulos, el ser humano ha de aprender a establecer una jerarquía de valores. La templanza se convierte así en sabiduría que nos ayuda a liberarnos de la esclavitud de nuestros impulsos que si no son contenidos pueden llegar a ser verdaderamente desordenados.
Hemos de estar todos vigilantes para mantener el señorío sobre los bienes y las cosas. El Señor no quiere vernos empequeñecidos mientras intentamos una felicidad basada en la comunidad, en el confort, en la falta de sobriedad, que nos haría olvidar que somos peregrinos que vamos a Dios, como recordaba san Pablo a los primeros cristianos de Corinto: “peregrinos que andamos por la fe” (2 Cor 5, 7).