Capítulo V. Manantial en el Desierto: La historia oculta de Ciudad Juárez
José Mario Sánchez Soledad/Autor
La visita pastoral del obispo Tamarón y Romeral
Segunda parte
De las iglesias franciscanas del Nuevo México, levantadas por los frailes antes de la rebelión de los pueblos de 1680, no queda casi nada de los adornos de esta primera época. Pero la documentación de Tamarón deja claro que se trataba de objetos de primera línea, llevados del centro del virreinato también algunos de producción local, como la pintura mural y las pinturas sobre pieles.
Gracias al contrato que se hizo entre los franciscanos de la Provincia del Santo Evangelio y el virrey Marques de Cerralvo en 1631, que especificó lo que se enviaría a los misioneros de la Custodia de la Conversión de San Pablo en Nuevo México, a la que pertenecía nuestra Misión sabemos que cada nueva misión recibía, entre otras cosas, “un ornamento de damasco chino” con todas las piezas de vestuario litúrgico complementario, un frontal, tres manteles, (uno bordado), corporales, un misal, un cáliz de plata, con su copa y patena dorada, una campana pequeña y otra grande, un par de ciriales de madera dorada, un par de candeleros, un crucifijo de bronce, y una pintura de oleo de un santo de tres varas de alto (250 centímetros), con marco dorado. El contrato también enlista varias herramientas, instrumentos musicales, y objetos litúrgicos, que serían compartidos por más de una misión. Cada tres años se enviaban otros bienes y herramientas a los misioneros. Se ha calculado que entre 1609 y 1680, fecha de la rebelión de los pueblos, el gobierno virreinal erogó más de un millón de pesos en el establecimiento y manutención de las misiones de Nuevo México.
Se sabe de la presencia de un lienzo de la Guadalupana en la Misión de Paso del Norte en 1668, parece que aún estaba allí en 1768 y después no se sabe de su paradero.
De su visita a Paso del Norte el obispo Tamarón y Romeral escribió el siguiente texto:
“Aquí (en El Paso) me hicieron un solemne recibimiento, pues además de haber salido el capitán del presidio, que es también justicia mayor, Don Manuel de San Juan, el padre custodio y el vicario hasta el río de Santa María para la entrada en El Paso, salieron todos marchando con gran orden y lucimiento. Esto me costó hacer noche tres leguas antes, en el campo, que sentí bastante, por ser terreno de gran riesgo, aunque en las seis noches antecedentes desde que salí de Janos, lo mismo me había sucedido, por no haber poblado alguno; pero esta última noche fue a ruegos, por disponer mejor el recibimiento, pues estaba ya cerca y pude entrar aquella tarde en El Paso, pero llegué al siguiente, 23 de abril de 1760.
Cruzar a la otra banda del Río Grande fue una operación complicada cuya narración permite conocer otros detalles del viaje del obispo:
“Para pasar aquel formidable río dispuso el capitán una balsa; se señaló el 7 de mayo de 1760, para que yo me embarcara; el 6 se pasaron las cargas, mulada, caballada, arrieros, 100 carneros vivos para comer en el despoblado, y demás vestimentos; el día 7, temprano, me llevaron al río, estaba bien alto y rebosado. (…) entre en la balsa; como el río estaba esterado de indios nadadores, unos tirando cuerdas. Otros sujetándolas, pasé felizmente al otro lado con lo principal de mi familia, aunque parte dejé en El Paso; fue preciso demorar a la otra banda, ínterin se pasaba las dos volantas o calesas, que se desarmaron y pasaron en la balsa; se tardó en estas funciones y pasar la gente que faltaba hasta cerca de medio día; armadas las volantas se siguió el viaje río arriba, que hasta el Nuevo México no se pierde de vista; ese día se anduvieron cinco leguas de camino algo quebrado; se hizo revista de gente de nuestro campo; este se componía de once soldados presidiales y 12 soldados de vecinos, 18 de los indios y ocho pasajeros, de suerte que con mis sirvientes, el padre custodio y yo éramos por todos 64 hombres.”
Durante su visita pastoral concluyó que había dos grandes necesidades: una espiritual y la otra de orden civil. A partir de esta visita pastoral Paso del Norte comienza a insertarse más en la estructura de gobierno de la provincia de la Nueva Vizcaya con sede en Durango y se inicia la separación de la supervisión de la antigua Custodia de la Conversión de San Pablo con sede en Santa Fe, Nuevo México.
El principal problema con el que se encontraba el obispo Tamarón era la necesidad de atender las necesidades espirituales, dado a la dimensión del obispado y los daños que causaban las incursiones indígenas en las poblaciones fronterizas. En sus visitas se dio cuenta de la forma en que vivían los curas de su obispado y de las dificultades que tenían para subsistir en lo áspero del territorio. Le causó pavor y sufrimiento conocer la pequeña retribución que recibían y comprendió la reticencia de los sacerdotes para desplazarse a los lejanos territorios y la lentitud administrativa para enviar capellanes a cada templo de su jurisdicción. Por lo anterior emprendió reformas administrativas de gran relevancia, creando cinco vicarias, dos en la provincia de Sonora (Culiacán y Álamos) y tres en la Nueva Vizcaya (Paso del Norte, Chihuahua, y Parral). Fortaleció las estructuras eclesiales desde lo educativo hasta lo económico para atender la principal necesidad de su diócesis.
Las necesidades espirituales eran evidentes y él mismo confirmó en la fe a decenas de miles de feligreses durante sus recorridos. Estos informes al rey despertaron de inmediato un gran interés en la corte y supusieron la aplicación de reformas borbónicas tales como la división territorial en intendencias y la creación del obispado de Sonora y otras. El informe del prelado surgió de la experiencia directa del territorio y de las reflexiones que se iban suscitando en el obispo. Observó de cerca las incursiones y daños de los barbaros y obtuvo una sensibilidad de la problemática de la zona que le permitieron hacer una serie de solicitudes en las que requería apoyo del rey para dar solución a la problemática encontrada.
Estos reportes de Tamarón y Romeral además de su importancia en la historia de las instituciones eclesiales dejaron una huella invaluable del arte sacro en toda la región.
En ese sentido la Misión de los Indios Mansos del Paso del Norte (1659) es la misión más antigua y de mayor tamaño e importancia de la época de la Colonia en todo el norte de
México y sur de Estados Unidos. Es la más antigua en todo el septentrión con esta advocación y hermosa muestra de la arquitectura y arte sacro de entonces. También están Nuestra Señora de Guadalupe de Zuni, Nuevo México destruida en 1680 y reconstruida y rebautizada en 1705, y de nuevo reconstruida en 1780. Originalmente se llamaba Nuestra Señora de la Candelaria de Halona. Otro templo con esta advocación fue Guadalupe Teuricachi, Sonora establecida hacia mediados del siglo XVIII, poco antes de la expulsión de los jesuitas.