La situación de muerte que se ha vivido durante la pandemia Covid 19 debería llevar a reconocer que nadie o casi nadie se encuentra preparado para el momento de su muerte. Aquí algunas reflexiones del sacerdote Benjamín Cadena, teólogo moral.
Ana María Ibarra
Más de un año de pandemia demostró al ser humano su fragilidad. Muchos experimentaron la muerte de un ser querido, otros se encontraron frente a ella y algunos han reconocido que difícilmente se encuentran preparados para el momento de la propia muerte.
El padre Benjamín Cadena, quien ha tenido la experiencia de estar a punto de morir, explicó algunas lecciones que la pandemia ha dejado en torno a este tema.
Desde su experiencia personal explicó que encontrarse al borde de la muerte lleva a la persona a tocar fondo y enfrentarse a los límites.
“En mi caso, al tocar fondo, lo que más ayudó fue la fe. Son experiencias muy duras, de abismo, pero ni en esos momentos me sentí abandonado. Es algo que se percibe, una presencia misteriosa de gracia que envuelve”, explicó.
Dijo que ante una situación de muerte inminente, la vida pide ser vivida con más propósito.
“A los que Dios nos ha dado una segunda oportunidad nos concentramos en lo más esencial de la vida porque sabemos que en cualquier instante uno se puede ir. Dios da la gracia para una conversión, para avanzar en lo que es su vida y vocación”.
Tres lecciones
Con base en el texto del apóstol Pablo a los filipenses “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”, el padre Benjamín resaltó que la pandemia ha sido una experiencia de impotencia e inseguridad.
“Lo mejor era vivir escondidos, aislados, confinados. La primera fue una lección de humildad, humillante para la soberbia humana de no poder encontrar la razón, y para muchos fue sencillamente insoportable”.
Una segunda lección, dijo, es la conciencia de humanidad, el sentido de familia, ya que todos los países fueron afectados por el mismo mal.
“Esto nos dio conciencia de humanidad, de interdependencia y de solidaridad. El papa dijo que todos vamos en la misma barca. La Iglesia camina con la humanidad, como se dice, en las buenas y en las malas. No estábamos excentos, por el hecho de vivir una vida cristiana, de lo que le acontece al ser humano”.
Como tercera lección el sacerdote mencionó la “incubación de muerte” que reta al ser humano con preguntas profundas e incomodas.
“Por ejemplo: ¿en qué estás poniendo el valor y el sentido de tu vida, para qué estas viviendo?, y ante la muerte ¿valió la pena tu vida, la honraste adecuadamente? Son preguntas que estamos llamados a responder porque fue una sacudida fuerte de la conciencia, de la sensibilidad, de las emociones”, señaló.
Crisis de fe
Aludiendo a la pandemia, el entrevistado reconoció que la vida cristiana también entró en crisis por los templos cerrados y fue un reto llevar la fe en la familia, en el trabajo, en las actividades ‘esenciales’.
“Dio pena que nuestras autoridades no consideraran la labor de la Iglesia como actividad esencial. Eso mismo nos hace preguntarnos por qué razón. Pero también hacernos la pregunta si el ser cristianos es algo esencial para nuestra vida o es como un traje, que podemos quitarnos de acuerdo a las circunstancias”.
En este sentido el sacerdote lamentó que en la reapertura de templos, los fieles no hayan regresado.
“El confinamiento mató el espíritu de muchos apóstoles de la comunidad eclesial. Mi pregunta es: ¿es esto prepararse para la muerte aun cuando hay posibilidad de participar, de servir? ¿por qué muchos apóstoles de la comunidad no han regresado?”.
Temor a la muerte y vida con propósito
El sacerdote explicó que es natural tener temor a la muerte, pues ante lo desconocido, siempre hay miedo.
“Estamos llamados a la vida, por eso se genera ese temor a morir. La muerte nos representa algo desconocido y aunque tenemos en la Escritura muchas luces, no nos evita ese temor natural”.
Dijo que la única manera de enfrentar ese miedo, es la confianza en el amor de Dios.
“Dice la Escritura que en el amor no hay temor, pero no dice que no exista. En las mentalidades ateas la muerte es un absurdo, deprime, incluso rechazan toda religión como rebeldía interna por tener que pasar por ahí y no poder evitarlo. En nuestro caso no se trata de no tener temor, sino de entrenarnos en la vivencia del amor cristiano, lo cual permite la experiencia de la confianza”.
El cielo como meta
El sacerdote explicó que para enfrentar la muerte, todo cristiano debe vivir apasionadamente, pues la muerte no está separada de la vida.
“Para que la muerte tenga un sentido, hay que encontrarlo en una vida con propósito”.
Así pues, lo que ayuda al cristiano a prepararse para la muerte, es una vida en Cristo.
“Si vivimos para Cristo también morimos para Cristo, como dice el apóstol Pablo. Quien vive con un sentido cristiano también está preparado para ese momento difícil de la muerte”, dijo.
Explicó que la muerte, como parte de la vida, siempre acompaña al ser humano “cada día que vivimos también es un día que morimos”, por lo que siempre se debe estar preparado.
“Como dice el evangelio: no sabemos ni el día ni la hora. Estas palabras de Jesús son para vivir en una preparación espiritual y emocional y para ello la Iglesia nos enseña a vivir una vida de gracia, sacramental, de servicio, de comunidad y de cultivar la alegría y la donación de sí”.
Así pues, la preparación no debe dejarse para el último momento.
“Hay personas que no llaman al sacerdote para no asustar al enfermo o el mismo enfermo no quiere que lo visite. La Iglesia quiere llevar la paz de Cristo al enfermo, darle los sacramentos y que viva bien ese estado de debilidad. Dejar hasta el último es jugar a la ruleta rusa cuando está en juego nuestra salvación”, aclaró.
Nuestra meta, el cielo
Haciendo una analogía de la vida cristiana con el atletismo, el padre Benjamín explicó que la meta del cristiano debe ser el cielo, aunque existe el purgatorio ningún atleta se prepara para un segundo lugar.
“Cuando nos esforzamos por un primer lugar, quien lo gana, en el caso del cristianismo, es porque se ha hecho servidor de todos. Efectivamente tenemos el purgatorio, sin embargo, nuestra meta primera es el cielo”.
Agregó que el purgatorio es un lugar de preparación, sin embargo, llegar al Cielo significa llevar una vida en santidad como una opción cristiana, poniendo medios para alcanzarla.
“La mejor manera de alcanzar esa meta es vivir nuestro Bautismo con una vida santa”, puntualizó.
Frase…
“Que, como Pablo, podamos ver la muerte como una ganancia, porque es un sueño que nos dispone a estar con Cristo, que es el objeto de nuestra fe”.
Pbro. Benjamín Cadena