Card. Felipe Arizmendi Esquivel/ obispo emérito de San Cristóbal de las Casas
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Con este título, del 5 al 7 de enero pasado, se llevó a cabo, en forma virtual, la XLI Semana de Estudio de SOMELIT (Sociedad Mexicana de Liturgistas), con la participación de 180 conectados a la red. El subtítulo fue Tradición y Progreso. Los ponentes fueron eximios especialistas, la mayoría titulados en San Anselmo, Roma, con profundos conocimientos teológicos e históricos; sin embargo, me quedé con la impresión de que insistieron mucho en lo que se refiere a la Tradición, a los grandes principios de la Constitución Sacrosanctum Concilium, del Concilio Vaticano II, aprobada en diciembre de 1963, que siguen siendo válidos, pero con poca apertura a los medios virtuales electrónicos. Hubo una conferencia sobre este punto, pero advertían más sus limitaciones que sus potencialidades.
Reconocían el valor, por ejemplo, de la comunión espiritual en la Misa virtual, pero insistían tánto en la comunión sacramental recibida en forma física y presencial, que uno de los ponentes, casi en tono de burla, dijo que los que comulgan siguiendo la Misa por celular, tableta o televisión, comulgan con la pantalla, no con Cristo… ¡Por favor! ¡Qué falta de respeto a la fe de los fieles! La pantalla es sólo una mediación, un medio para acercarse al Señor, pero la cercanía, por la fe, es con el Resucitado.
Es como si se atrevieran a decir que recibir, por cualquier medio electrónico, la bendición apostólica del Papa, con la posibilidad incluso de ganar indulgencia plenaria, no vale, porque no estamos en la Plaza de San Pedro. ¡Claro que vale! Podrán argüir que esa bendición no se compara con la Misa, lo cual es cierto, pero su eficacia es indudable, si tenemos fe. Dios ve el corazón, no sólo lo exterior. Si alguien está físicamente en Misa y comulga, pero su corazón está en otra cosa, ¿de qué le sirve?
Nadie niega el valor prioritario e imprescindible de la participación física en la Misa, siempre y cuando las circunstancias lo permitan, pero no podemos disminuir su eficacia cuando sólo se puede hacer en forma virtual. Muchísimas personas me han expresado cuánto les ha ayudado participar en esta forma, durante esta larga pandemia. Sienten necesidad de este alimento diario, no sólo los domingos. Su fe desborda tiempos, espacios y distancias.
¿Qué decir de un Rosario, cuyos cinco misterios se rezan desde diferentes santuarios marianos del mundo, y se comparten en forma virtual? ¿Vale? ¡Claro que sí! El Rosario no es liturgia, es cierto; pero es verdadera oración.
Actualmente, no vale una confesión por teléfono, por un mensaje electrónico, o por una videollamada. Debe ser en forma presencial ante el sacerdote. Pero puedo ayudar a la persona que desea confesarse a que haga un acto de contrición, lo más profundo posible, le doy una orientación desde la Palabra de Dios, le ayudo a hacer una oración de arrepentimiento, le doy una bendición, no la absolución, y la persona queda en la paz de Dios. ¿Vale? ¡Vale, y mucho! Es posible que, con el tiempo, la Iglesia se replantee muchas cosas, a la luz del avance de estos medios electrónicos.
Pensar
Es cierto que Jesús dijo: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo… Beban todos, porque ésta es mi sangre” (Mt 26,26-28). “Si no comen la carne y no beben la sangre del Hijo del hombre, no tendrán vida en ustedes” (Jn 6,53). Se refería a comer y beber físicamente. Es lo que hacían los primeros cristianos: “Los discípulos asistían con perseverancia a la enseñanza de los apóstoles, tenían sus bienes en común, participaban en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2,42).
Por ello, el Concilio Vaticano II insiste en la necesidad de una “plena y activa participación de todo el pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” (SC 14). Esta participación ha de ser “activa, interna y externa” (SC 19), “plena, activa y comunitaria” (SC 21). “Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada. Esto vale sobre todo para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa” (SC 27).
Sin embargo, como dice Jesús a la samaritana, “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Estos son los adoradores que el Padre desea. Dios es espíritu, y por eso sus adoradores deberán adorarlo en espíritu y en verdad” (Jn 4,23-24). Cuando un centurión en Cafarnaúm suplicó a Jesús que curara a un sirviente que estaba en casa muy enfermo, lo sanó a distancia. Jesús quería ir a la casa, pero no fue necesario (cf Mt 8,5-13). Cuando diez leprosos, “que se detuvieron a distancia”, pidieron a Jesús que tuviera compasión de ellos, los mandó ante los sacerdotes y, sin tocarlos, “mientras iban, quedaron purificados de su lepra” (Lc 17,12-15).
San Pablo dijo a los atenienses: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos humanas, porque es el Señor del cielo y de la tierra. Tampoco tiene necesidad de ser servido por los seres humanos, ya que él es el que da a todos la vida, el aliento y todo lo demás… No está lejos de cada uno de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,24-25.28).
Actuar
No te acostumbres a participar en la Misa sólo en forma virtual, desde tu casa, sino que haz lo posible por ir con tu familia a la celebración comunitaria en tu parroquia, o en la capilla donde la celebre un sacerdote. Es lo mejor y es la normalidad debida. Pero si las condiciones sanitarias no lo permiten, con todo tu corazón únete a las celebraciones virtuales. Hazlo con mucha fe; concéntrate en lo que estás y no te distraigas en otras cosas; responde, canta, observa las posturas litúrgicas. Disfruta este gran alimento espiritual.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a discernir lo conveniente, porque hay que estar abiertos, no a arbitrariedades, sino a los nuevos caminos que El va abriendo a su Iglesia.