Pbro. Lic. Leonel Larios Medina/ Sacerdote católico y licenciado en comunicación social.
El regreso a las aulas escolares, en todos los niveles, parece algo no solo necesario sino inminente. Los maestros están hartos de calificar desde el celular, de atender personalmente a su grupo, de atender a alumnos, hermanos mayores y madres de los niños a todas horas. Y más de un alumno pidiendo prórrogas porque no tenían los treinta pesos de saldo para poder mandar la tarea.
Los alumnos, otro tanto hartos, debido a verse privados de la mejor clase: el recreo. Actividad lúdica que los pedagogos llaman tiempo de socialización y que para muchos es el ombligo del horario escolar. Claro, las clases son lo más importante (versión de maestros) y necesaria la convivencia con otros niños y niñas de su edad (oración de los padres de familia, mientras más horas, mejor). Ya sin ironías, nadie puede negar lo esencial que es la actividad escolar y la urgencia de volver a la formación en las escuelas. ¿A qué precio? Y no me refiero a las colegiaturas de escuelas privadas, sino ¿en qué condiciones?
El ejecutivo federal dijo que: “Llueva, truene o relampaguee, en septiembre, todos estarán en clases”. Los sistemas serían graduales, repartidos, híbridos, y ya no saben qué otro adjetivo ponerle a la desesperación. Así que debemos prepararnos para estos fenómenos sociales que se nos avecinan junto con la pandemia, que será el regreso a clases… Bueno, esos son los datos hasta este momento.
La lluvia de pendientes que hay para cada director de escuela y sus maestros colaboradores. Limpiar, sanitizar, lavar todo (si hay agua ese día, al menos de lluvia), pintar, colocar miles de símbolos de protección y amenazas al niño que al regresar no reconocerá su escuela como el dulce lugar de convivencia, sino un cuartel de ‘prohibido todo’. Esa lluvia, será un poco ácida para muchos, pero parece ser irremediable.
Los truenos parecen ser el ruido de todos los comentarios que ya desde hoy se empiezan a escuchar. Voces a favor, otras en contra. Llamados a maestros a presentarse. Respuestas negativas de temerosos que no creen que las condiciones sean las adecuadas y propicias, que ni la vacuna china haya reducido, y ni hablamos de la variante delta, que trae de cabeza a los vecinos del norte. Ruidos, gritos y quejas, para los que habrá que entrenar al oído.
Y los relámpagos de las noticias, que un día dirán algo, esperando la versión del día siguiente. La incertidumbre de si el siguiente lunes se podrá asistir. El flashazo dirigido a los padres de familia, principales responsables de mandar o no a sus hijos. Luces que deslumbran, y dejan poco ver el camino a seguir.
‘Llueva, truene o relampaguee’, parece una profecía difícil de aceptar, cuando estamos llegando a máximos históricos de contagios en el país, y los datos no son nada alentadores. Considero que antes de seguir fomentando el cansancio de lo virtual y lo distante, necesitamos valorar esta oportunidad y aprender del primer encerrón, y no querer una normalidad basada en mentiras sino una nueva situación más madura, fruto de la responsabilidad de todos aquellos que han aprendido la lección y saben protegerse y encausar la lluvia, los truenos y los relámpagos.