Consuelo Mendoza García/ Alianza Iberoamericana de la Familia.
La educación escolar es un tema sensible y doloroso para los mexicanos. No es ningún secreto el bajo nivel educativo de nuestras escuelas, la pobreza de los programas de estudio, la precariedad y carencias en la que funcionan muchos planteles, la desigualdad y la falta de oportunidades para niños y jóvenes de zonas rurales o de las periferias; la carencia de programas de actualización para los docentes, el poco reconocimiento profesional y social que se les otorga, y también la deficiente preparación que reciben en la Escuelas Normales que no han renovado en años sus planes de estudio.
Mientras que en otros países, como es el caso de Corea del Sur, han considerado prioridad la educación de excelencia y de calidad, creando además las políticas públicas necesarias para llegar a ser después de treinta años de arduo trabajo, una nación que brinda a sus niños y jóvenes, los más altos niveles de formación académica y de oportunidades de éxito, logrando así una economía sana; en México la educación pública sigue siendo manejada como un botín de turbios intereses, de imposición de ideologías, de medio de adoctrinamiento, de control de las nuevas generaciones, de cotos de poder político y partidista y es además presa del gobierno en turno.
En los últimos años no solo se destruyó el incipiente avance de la reforma educativa, se quitaron programas de apoyo como el de “escuelas de tiempo completo” o las guarderías para madres trabajadoras y nada se ha hecho para combatir la alta deserción escolar provocada por la pandemia.
En esta situación tan precaria de la educación en México, el director de Materiales Educativos de la SEP Marx Arriaga (quien por cierto es de origen venezolano y fue funcionario de ese gobierno) amenaza con considerar ilegales los libros que no sean editados por el estado, y acabar con la educación privada para dejar de una vez la puerta abierta a la educación socialista.
Este escenario me remonta a las primeras décadas del siglo pasado, cuando Plutarco Elías Calles declaró en un discurso:
“Es necesario que entremos al nuevo periodo de la Revolución, que yo le llamaría el periodo de la revolución psicológica; debemos entrar y apoderarnos de las conciencias de la niñez, de las conciencias de la juventud, porque son y deben pertenecer a la Revolución. No podemos entregar el porvenir de la Patria y el porvenir de la Revolución a las manos enemigas.
Con toda maña los reaccionarios dicen, y los clericales dicen que el niño pertenece al hogar y el joven a la familia; esta es una doctrina egoísta porque el niño y el joven pertenecen a la comunidad, pertenecen a la colectividad y es la Revolución la que tiene el deber imprescindible de apoderarse de las conciencias, […] de desterrar los prejuicios y de formar la nueva alma nacional […] La juventud debe pertenecer a la Revolución”.
En 1960 el Secretario de Educación Jaime Torres Bodet, entregó el primer libro de texto editado por la SEP, con las características de que dichos libros tenían las condiciones de ser Obligatorios, únicos y gratuitos. La iniciativa fue bien recibida, pues la gratuidad representaba una gran oportunidad de apoyo a las familias de escasos recursos; pero varios sectores sociales, especialmente la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF), mostraron su inconformidad por la imposición de un solo texto y su obligatoriedad, pues con esa medida se transgredía el derecho de los padres para elegir y decidir sobre la educación de sus hijos.
Desde entonces hasta nuestros días, los libros de texto han sido motivo de diálogos, debates y hasta enfrentamientos entre la sociedad civil y el gobierno en turno ya que se han convertido en un gran vehículo para la ideologización de alumnos y docentes con contenidos socialistas, de educación sexual o ideología de género.
La escuela particular siempre será un privilegio, puede ofrecer educación en valores, educación en la fe, un nivel académico más elevado, etc. pero, sobre todo, permite a los papás ejercer su libertad de elección. Pero la inmensa mayoría de niños y jóvenes solo tienen la opción de la escuela pública, y hoy esa opción es insuficiente, deficiente y hasta peligrosa.
Ante este escenario no podemos guardar silencio; como sociedad debemos organizarnos, manifestarnos y unirnos en la búsqueda de soluciones para una educación más equitativa y de mejor calidad. El papel de la familia y las familias unidas es fundamental para lograr una “aldea de educación” más allá de los muros de la escuela y poder formar como lo dijera Don Bosco, a los “buenos cristianos y honrados ciudadanos” que necesita nuestro México.