Pbro. Eduardo Hayen Cuarón/ Director de Presencia
¿Podemos hablar hoy de agua bendita, de exorcismos y de lugares donde hay una fuerte presencia del mundo sobrenatural? La fe en los sacramentales de la Iglesia Católica ha venido a menos en un mundo cada vez más dominado por la tecnología y en donde prevalece la narrativa del cambio climático, discurso que convierte al planeta en un fin en sí mismo, en una especie de diosa Tierra.
La naturaleza visible se ha convertido en una deidad que está por encima del hombre: la Madre Tierra o la Pachamama. El discurso persistente del calentamiento global ha colocado el valor de este planeta por encima del valor y la dignidad de la persona humana. Muchos se empeñan en reducir la realidad sólo a lo que los ojos observan en el mundo visible.
Si la naturaleza adquiere características divinas, y si el mundo invisible y sobrenatural tiende a desaparecer de la conciencia de los hombres, ¿tiene sentido emprender una peregrinación a un santuario o trazar la señal de la Cruz en la frente y el pecho? Si todo lo natural y lo mundano es bueno, ¿tiene sentido creer en el pecado original y en la presencia del mal en el mundo?
El filósofo Joseph Pieper señalaba que esta visión del mundo, en la que no hay espacio para lo sobrenatural, es deprimente y conduce a la desesperación. Esto significa «estar aprisionados por un mundo desacralizado y enteramente secular, sin posibilidad de trascender las exigencias inmediatas de la vida cotidiana». Me decía una señora: «cuando yo me muera no quiero que, en el sitio donde me entierren, vayan después a poner encima una tienda de una cadena de hamburguesas; ¡ni lo mande Dios!»
Los católicos hemos de vivir con una visión sobrenatural de la vida. La Iglesia nos regala los sacramentales, que son por definición «signos sagrados, por los que, a imitación en cierto modo de los sacramentos, se significan y se obtienen por intercesión de la Iglesia unos efectos principalmente espirituales» (Código de Derecho Canónico 1166). Esto significa que existe el mundo sobrenatural, divino, que nos comunica la gracia de Dios a través de personas, lugares, oraciones y objetos que son santificados.
Mi parroquia es un lugar dedicado a Santa María de Guadalupe. A diario llegan los fieles a encender veladoras ante la sagrada imagen. Muchos, al ver a sus sacerdotes, se dirigen a ellos para pedirles una bendición, y al final de las misas el Pueblo fiel espera una rocío de agua bendita. ¿Qué poder espiritual hay en estos actos tan sencillos que la Iglesia ha establecido como sacramentales? Lo dice la misma Iglesia en su constitución sobre la Liturgia:
«La Liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder, y hace también que el uso honesto de las cosas materiales pueda ordenarse a la santificación del hombre y alabanza de Dios» (Sacrosanctum Concilium 61).
Nunca perdamos el sentido del Misterio y de lo sagrado. El secularismo quiere que perdamos la visión sobrenatural de la realidad. Si así lo hacemos, los sacramentales se vuelven incomprensibles o los terminamos utilizando como acciones mágicas. No lo permitamos y descubramos la riqueza de estos preciosos signos.
Pieper enseñaba que el alma es la forma del cuerpo. Y que así como el cuerpo y el alma están unidos, así también la naturaleza y la gracia, lo material y lo espiritual. Olvidar que somos almas creadas por Dios encarnadas en cuerpos es perder todo sentido de lo sagrado, y también es olvidar la importancia que tienen los símbolos en la vida cotidiana.
Esa misma persona que se levanta temprano para trabajar en cosas prácticas, como es la fábrica o la albañilería, es la misma que necesita visitar una iglesia para encender una veladora en espíritu de oración y ponerse en contacto con lo sobrenatural. Para los incrédulos y materialistas estos pequeños signos no significan nada; en su pesimismo no pueden ver más allá de sus ojos materiales.
En cambio el hombre creyente encuentra una gracia interior en esos pequeños signos –los sacramentales–, gracia que se hace visible a los ojos de la fe, y ello, tiene efectos espirituales, principalmente la conversión, el amor a Dios y el camino a la recepción de los sacramentos.