Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Queridos hermanos, les saludo una vez mas con gran amor de padre y pastor. Este domingo dentro del Tiempo Ordinario celebramos la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.
Ya desde la oración colecta miramos el centro de esta celebración: Dios, que elevaste a la gloria celestial en cuerpo y alma a la Inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos tender siempre hacia los bienes eternos. En esta oración cada frase es muy importante, te invito a meditarla y profundizarla como la Virgen María, a guardarla en tu corazón, en la fe.
Hablar de la Asunción de la Santísima Virgen María es hablar de un dogma. Por eso el papa Pío XII en el documento Munificentissimus deus, del primero de noviembre de 1950, declara este dogma. Lo leo textualmente para que reflexionemos la magnitud de esta proclamación. Dijo el Papa Pío:
“Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.
En la declaración el papa resalta tres aspectos importantes de la revelación en torno a la Virgen María. Primero, la Inmaculada. María es inmaculada, sin mancha, sin pecado, por lo tanto el segundo aspecto, siempre virgen, antes, en y después del parto. Y el tercer aspecto también muy importante, Madre de Dios.
Inmaculada, siempre virgen, madre de Dios. En virtud de esta presencia divina en María, el papa declara esta verdad revelada: Maria asunta en cuerpo y alma al cielo.
Cuatro aspectos
La lectura del evangelio ilumina esta hermosura de nuestra Madre Santísima en el misterio de la visitación. Esta narración, texto evangélico de san Lucas, lo dividiría en cuatro partes.
Primero, contemplamos a María, que se encamina presurosa a visitar a Isabel, con gran actitud, va alegre a servir a su prima. Entra en la casa de Zacarías significa que es recibida, acogida, se involucra, es parte de la familia. Luego, María saluda con alegría con amor. Es Dios que saluda a través del saludo de María, y por eso todos se alegran, Isabel, Zacarías, y como dice el texto, se alegra la creatura, que saltó en el seno de Isabel. Ese es el primer momento de esta liturgia del misterio de la visitación.
El segundo momento, Isabel quedó llena del Espíritu Santo. Dios a través de María transmite al Espíritu Santo. Isabel, mujer de fe, acoge por que cree, porque ama a Dios recibe en ella, en su familia, en el hijo que lleva en su seno, al Espíritu Santo y exclama ‘Bendita tú entre las mujeres, bendito el fruto de tu vientre. Reconoce en María que es madre y Madre de Dios, llena del Espíritu Santo y venera de manera especial a María. Otra vez el tercer aspecto, volvemos a contemplar a nuestra Madre Santísima, que exclama también de gozo y felicidad por ese momento tan hermoso ‘Mi alma glorifica al Señor’, en este Magnificat es un cántico hermosísimo de gratitud, alabanza. Todo su ser glorifica por que es inmaculada, siempre virgen, madre de Dios, y glorifica al Señor.
Más adelante Jesús dirá, ‘dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’. María es dichosa y así la reconocemos todas las generaciones. Hoy en esta solemnidad la llamamos dichosa, plena, llena de gracia, llena del espíritu.
Y el último aspecto, igualmente importante que nos dice san Lucas: María permanece. Llega, acompaña, y permanece. Es una bendición la presencia permanente de María, que luego regresa a su casa a seguir la vida, pero la presencia de María es una presencia permanente.
Pendiente
Por eso la hermosa descripción en la primera lectura del Apocalipsis del apóstol san Juan: “Se abrió el templo de Dios en el cielo, se vio el Arca de la Alianza…” María es el Arca de la Nueva Alianza, y dice hermosamente san Juan: “…apareció una figura prodigiosa, una mujer…” es María. Todas las imágenes, en este caso la Asunción de María, así la contemplamos, como una figura prodigiosa. Y como la describe san Juan, envuelta por el sol, llena de Dios, llena del Espíritu Santo, con la luna bajo sus pies, la tierra, el universo, es Reina y Señora, por eso una corona con dos estrellas sobre su cabeza. ¡Qué hermosa descripción!, ¡Qué belleza!, qué hermosura de nuestra Madre Santísima hoy que la contemplamos en su asunción: estaba encinta y a punto de dar a luz, por eso cantamos en el salmo responsorial: ‘de pie a tu derecha está la Reina. Cristo Rey, y de pie a su derecha la Reina, María. Por eso la oración colecta: “Tú que elevaste a la Gloria celestial, a la Inmaculada Virgen María, concédenos tender a los bienes eternos. Ella fue asunta al cielo en cuerpo y alma y nosotros estamos llamados, como hijos de Dios, como hijos de nuestra Madres Santísima, a llegar junto a ella. Concédenos dirigir nuestra vida hacia los bienes eternos, con la Reina, con Cristo.
En ese sentido también contemplamos a María como nuestra esperanza, como nuestro consuelo, como nuestro refugio, que intercede de manera poderosa por todos y cada uno de nosotros. Gracias, Padre Bueno, por regalarnos a tu Hijo Jesucristo a través de otro regalo maravilloso, nuestra Madre Santísima, que hoy veneramos en su Asunción. Madre Santísima, intercede por nosotros.
La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo permanezca siempre con ustedes, buen domingo y buena semana a todos. Mi cariño y bendición siempre para ustedes.