Esta es la primera meditación, de las que realizaron obispos latinoamericanos sobre la encíclica Fratelli Tutti, las cuales estaremos presentando en Periódico Presencia como parte de la sección Fe y Compromiso Social:
Mons. Rogelio Cabrera López/ Arzobispo de Monterrey, México Presidente Conferencia Episcopal de México/ Presidente del Consejo de Asuntos Económicos del CELAM
¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. (Lucas 12,51)
Sabemos que este texto de san Lucas, en continuidad con el pensamiento profético del Antiguo Testamento, expresa no un mero deseo de Jesús de Nazaret, sino la constatación de un hecho. El Mesías Hijo de Dios sabía que su propuesta, sus dichos y hechos eran incómodos para quienes se negaban a encontrar, por ejemplo, el sentido de las leyes, y sólo se preocupaban por su cumplimiento. Como los profetas bíblicos, anunció los valores del Reino de su Padre Dios, pero también denunció su alejamiento.
Algo semejante sucede con el papa Francisco, y la encíclica Fratelli tutti es una muestra más de su incómoda profecía para algunos, sobre todo en el primer capítulo. Desde el título, Las sombras de un mundo cerrado, se nos anuncia un abordaje frontal a la realidad que hoy ha explotado con la pandemia, al tipo de mundo que veníamos construyendo. Un acercamiento que podría calificarse de pesimista, pero que es, más bien, profundamente realista. El texto nos coloca frente a un espejo, que revela nuestras fragilidades y vulnerabilidades como sociedad.
El capítulo consta de 47 números -del 9 al 55-, con 46 citas a pie de página y 14 apartados. Con un lenguaje llano, y una redacción que avanza para luego retroceder y así clarificar sus afirmaciones, el papa Francisco va delineando las sombras que han oscurecido este mundo, cerrado a la construcción de una verdadera fraternidad universal: hay sueños que se rompen en pedazos, como la integración entre países unidos por un misma cultura -Europa- o una lengua común -Latinoamérica-; la historia pareciera dar marcha atrás, al revivirse conflictos que se consideraban ya superados; y hoy, ‘abrirse al mundo’ ha pasado a tener sólo un significado económico y comercial. Vivimos en un planeta unificado por los negocios, pero estamos divididos y solos por los intereses individualistas. La polarización política y social es pan de todos los días y, siguiendo los postulados de la postmodernidad, carecemos de proyectos incluyentes y con objetivos a largo plazo: la inmediatez parece campear a lo largo del mundo entero. Por ello, en el número 17, Su Santidad lanza la primera ráfaga luminosa:
necesitamos construirnos en un ‘nosotros’ que habita la ‘casa común’.
Los excluídos
Y es que el extendido egoísmo ha llevado al descarte de los que todavía no son útiles -como los no nacidos- y los que ya no sirven -como los ancianos-. El Papa nos recuerda, con estas palabras, el ya clásico texto de Aparecida 65: “los excluidos no son solamente ‘explotados’ sino ‘sobrantes’ y ‘desechables’”. Un terrible ejemplo de este descarte lo constituye el abandono que muchos ancianos sufrieron por la pandemia del coronavirus. En América Latina estamos más acostumbrados a cuidar en la familia de las personas mayores, pero poco a poco se va insertando esta idea de aislarlos y dejarlos a cargo de otras personas. Asistimos a un pragmatismo que favorece el crecimiento pero no el desarrollo integral de las personas.
A partir del número 22 el papa Francisco cuestiona de nuevo: en sociedades donde se escribe, se grita, se manifiesta que los derechos humanos deben ser respetados, la realidad es que no son iguales para todos. Las mujeres, en especial las pobres, las campesinas y las indígenas, como sucede entre nosotros, son particularmente vejadas en su dignidad. En pleno siglo XXI la esclavitud está presente con formas más sofisticadas pero igualmente repugnantes.
Otra sombra de este mundo cerrado la constituye la violencia, expresada en guerras, atentados, persecuciones por motivos raciales o religiosos, y que trae consigo una necesidad de auto preservación que nos lleva a levantar muros en vez de construir puentes. Pareciera que todos los avances científicos y tecnológicos, de los que nos enorgullecíamos antes de la pandemia, no han ayudado a construir un rumbo común, y toleramos el tener que vivir juntos, pero no apreciamos la riqueza de la vida comunitaria.
Recuperar la pasión compartida
En el núcleo del capítulo, el papa Francisco aborda el terrible flagelo de la pandemia por el Covid-19. Nos dice que el virus desnudó nuestra vulnerabilidad y echó por tierra nuestras aparentes grandezas. ¿Regresaremos al mundo que veníamos construyendo? ¿Apostaremos de nuevo por un sistema que privilegia las ganancias económicas sobre el respeto a la dignidad humana? Es necesario, nos invita el Papa, que recuperemos la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad.
No podía faltar en este capítulo un tema que es nodal para el papa Francisco y que tanto nos impacta en América Latina: los migrantes. Comprendiendo los naturales temores que sentimos hacia las personas que vienen de otros países, nos invita a superar esos miedos, y a encontrarnos con ellos. Como se ha dicho glosando toda la encíclica: pasemos de ‘los otros’ al ‘nosotros’. El capítulo comienza a aterrizar cuando el Papa denuncia la comunicación digital que en vez de acercarnos nos separa, que ha favorecido la agresividad sin pudor y que no garantiza un incremento en nuestra sabiduría.
Celebro que el sucesor de Pedro nos cuestione. Ojalá seamos capaces de abrirnos a su mensaje, de dejarnos cuestionar por sus provocaciones, de aplicar a nuestra América Latina su Magisterio, y de animarnos con su invitación a la esperanza con la que concluye este capítulo: “la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza” (FT 55).