Card. Felipe Arizmendi Esquivel/ Obispo emérito de san Cristóbal
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Esta es la afirmación que ha hecho, para describir lo que estamos viviendo en nuestro país, el obispo de Cuernavaca, Ramón Castro, Secretario General de la Conferencia del Episcopado Mexicano. El Papa Francisco, con ocasión del asesinato de dos sacerdotes jesuitas, expresó: “¡Cuántos asesinatos en México! Estoy cercano con el afecto y la oración a la comunidad católica afectada por esta tragedia. Una vez más, repito que la violencia no resuelve los problemas, sino que aumenta los sufrimientos innecesarios”.
Según cifras oficiales, estamos rebasando los índices de criminalidad que hubo en otros sexenios, aunque en algunos rubros hayan bajado. Ante estos hechos y ante la sensación generalizada de inseguridad y violencia, no es válido culpar a otros, sino asumir la propia responsabilidad. Afirmar sin vacilación que no se va a cambiar la estrategia gubernamental ante este fenómeno, denota cerrazón de mente y de corazón, para no dejarse interpelar por los datos de la realidad.
No escuchar lo voz de muchos ciudadanos que se sienten inermes ante el crimen organizado, indica muy poca sabiduría. Insistir en que los críticos de este gobierno, incluso nosotros los religiosos, lo hacemos por otros intereses, manifiesta muy poca humildad para asumir los propios errores. Hay que preguntarnos por qué, a pesar de este y otros fracasos, las encuestas de opinión pública siguen concediendo un alto nivel de aceptación y confianza a quienes sostienen esa estrategia. Quizá sea por las dádivas que reciben, y que provienen de nuestros impuestos, no de los bolsillos de los gobernantes.
Es verdad que hay que atacar las causas de la criminalidad; por ello, es muy valioso ofrecer becas a los jóvenes estudiantes, promover fuentes de trabajo, sembrar árboles, apoyar a los mayores de edad y demás acciones gubernamentales para combatir la pobreza; pero al mismo tiempo se deberían implementar medidas para impedir que los grupos criminales hagan lo que quieran, con armas de alto poder, sembrando terror e inseguridad por todas partes. Es cierto que, después de que suceden asesinatos y se denuncian amenazas, se mandan contingentes policiacos y militares, que patrullan unos días las comunidades.
Mientras duran esos patrullajes, los criminales desaparecen, pues tienen “halcones”, la mayoría no voluntarios sino obligados bajo amenaza, quienes les avisan por radio o por otros medios para que se oculten; y, cuando los militares se retiran, vuelven a sus extorsiones y abusos contra quienes viven honradamente de su trabajo. Es responsabilidad de los diferentes niveles de gobierno proteger al pueblo y no escudarse en culpar a otros. También nosotros, como pastores de la Iglesia, nos cuestionamos sobre cómo nuestra pastoral debe afrontar esta ola violenta y criminal. Y si a esto agregamos el libertinaje en la venta y consumo de drogas, que tantos apoyan como un progreso, el problema asume niveles difíciles de controlar y convertir.
Discernir
El episcopado mexicano ha emitido un valiente y sabio mensaje, que ojalá todos asumiéramos. Entre otras cosas dice: “Los obispos mexicanos nos dirigimos como pastores de la comunidad católica, al Pueblo de México con profunda preocupación por la creciente violencia que sufre nuestro querido País y con una gran tristeza por la pérdida de miles de vidas inocentes que llenan de luto a familias enteras. El crimen se ha extendido por todas partes trastocando la vida cotidiana de toda la sociedad.
Ante la gravedad de los hechos, hacemos un llamado al Gobierno Federal y a los distintos niveles de autoridades, en consonancia con el pronunciamiento que se ha realizado desde el Senado de la República: es tiempo de revisar las estrategias de seguridad que están fracasando. Es tiempo de escuchar a la ciudadanía, a las voces de miles de familiares de las víctimas, de asesinados y desaparecidos, a los cuerpos policiacos maltratados por el crimen. Es tiempo de escuchar a los académicos e investigadores, a las denuncias de los medios de comunicación, a todas las fuerzas políticas, a la sociedad civil y a las asociaciones religiosas. Creemos que no es útil negar la realidad y tampoco culpar a tiempos pasados de lo que nos toca resolver ahora. Escucharnos no hace débil a nadie; al contrario, nos fortalece como Nación.
Creemos que “la paz es posible, que tiene que ser posible”. En esta tarea todos los ciudadanos de buena voluntad podemos ser aliados. ¡No perdamos esta oportunidad!” (Ver página 2).
Actuar
Revisémonos, con humildad, y reconozcamos en qué hemos fallado, al llegar a estos niveles de criminalidad. Empecemos por la familia, por la educación de los hijos, por los programas escolares, por nuestra pastoral eclesial, y los gobernantes por sus acciones u omisiones.