Mons. J. Guadalupe Torres Campos/Obispo de Ciudad Juárez
Muy buenos días, queridos hermanos. ¡Feliz Navidad! Estamos en Navidad. Ya ha nacido el Señor. ¡Gloria a Dios en el cielo!
Hoy, en este domingo 29 de diciembre, por una parte celebramos dentro del tiempo de Navidad la fiesta de La Sagrada Familia de Jesús, María y José. Pero, por otra parte, hoy cada obispo abre el Año Jubilar desde su propia cátedra. Este año jubilar que el Papa Francisco ya ha iniciado la noche del 24 de diciembre-25 de diciembre. Ya estaremos hablando de lo que significa nuestro Año Jubilar, estemos atentos.
Queridos hermanos, todos sabemos de la importancia de la Sagrada Familia. Dos conceptos que van muy de la mano y muy unidos. Familia desde Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo y Familia humanidad, Iglesia. La Sagrada Familia, que es modelo de amor, de unidad, de ternura para toda la humanidad, es un misterio donde el amor de Dios reina.
En la segunda lectura de hoy, de la primera carta del Apóstol San Juan, se nos dice: miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Y nos dice San Juan en esta lectura, este es su mandamiento: Que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo, y nos amemos unos a otros.
Es en la familia donde debemos aprender a vivir, a cultivar el amor de Dios entre nosotros. ¡Miren cuánto amor nos tiene nuestro Padre Dios, que nos ha dado a su Hijo Jesucristo, que nace en medio de nosotros!
El texto del Evangelio de San Lucas narra un momento difícil de la Sagrada Familia. Dice que los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén a las fiestas de la Paz. Cuando Jesús cumple los 12 años fueron a Jerusalén. Ahí, como lo hacían de costumbre, terminados los festejos, vuelven a su tierra. Creyendo que Jesús iba con el papá, con la mamá, siguen su camino. Lo buscan y se dan cuenta que no va en la caravana. Como decimos en el misterio, el niño Dios perdido.
¿Dónde lo encontraron? Se regresaron al templo y ahí lo encontraron. ¡Qué angustia y desesperación de María y de José!
Hoy hay muchos lamentos, muchos gritos, sufrimientos de papás, de mamás por la desaparición o pérdida de un hijo, por problemas de los hijos, por dificultades. De una u otra manera, la familia vive momentos difíciles. Es ahí donde hay que tener fe, mantener nuestra esperanza, conservar la calma, permanecer unidos y buscar soluciones. Seguir caminando juntos, como José y María que regresan al templo y ahí lo encuentran, tranquilo aquel Niño Jesús, platicando con los doctores de la ley.
Entonces la Virgen María, con toda razón, se dirige a Jesús: ‘Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia’.
Es normal que ante una circunstancia familiar tengamos tristeza o angustia, pero siempre hay que permanecer unidos, siempre hay que buscar alguna solución con la gracia de Dios.
Y luego se escucha fuerte la respuesta de Jesús: ¿por qué me andan buscando? ¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre? Una respuesta extraña, dura. Aquí lo que nos revela San Lucas es que ya Jesús desde pequeño tiene conciencia de quién es: el Hijo de Dios.
Cuando dice ‘ocuparme de las cosas de mi Padre’ se refiere a salvar a la humanidad.
Estos textos del día de hoy describen a una familia unida en el amor, en la paz, en el diálogo, en la tranquilidad. Ejemplo y modelo para toda familia, para la humanidad.
Volviendo a la Navidad, propiamente al momento del nacimiento, dice la Palabra que encontraron a María, a José y al niño recostado en un pesebre y esa escena del nacimiento es preciosa, maravillosa. Que nosotros, queridos hermanos, con esa alegría, con ese gozo, sigamos siempre contemplando el misterio de la Navidad. Que contemplemos a la Sagrada Familia con mucha fe, con mucha esperanza. A José, a María y al niño recostado. Y que esa contemplación nos lleve a crecer en el amor desde la familia. Trabajemos por fortalecer la familia, en toda la sociedad, en la humanidad.
Que el Señor les bendiga, les fortalezca. ¡Feliz Navidad!