Presencia
Gran conmoción causó a nivel nacional el caso de dos jóvenes que procrearon a un bebé, y tras su nacimiento lo arrojaron a la calle en una bolsa de plástico. El caso ocurrió en Tultitlán Estado de México el pasado 11 de febrero, donde Diana de 21 años y Lucio, de 18 años, fueron acusados del delito de homicidio en grado de tentativa en agravio de un recién nacido, quien fue abandonado por Lucio en calles de una popular colonia.
Se informó que fue la mamá del joven Lucio quien entregó a su hijo a las autoridades para ser castigado por el delito. El ISSSTE informó que el bebé tenía 36 semanas de gestación, actualmente se encuentra estable y será entregado al DIF municipal.
Por ello la pregunta de esta semana es:
¿Qué lecciones nos deja el caso del joven Lucio que tiró a su bebé recién nacido en la calle en una bolsa de plástico?
Lo primero que pone en evidencia esta situación tan dolorosa es que, aunque estemos en una edad reproductiva y seamos capaces de ello, no significa que todo el contexto de nuestra persona esté lo suficientemente preparado o maduro.
De esta manera, nos deja ver que no por el hecho de que podamos o tengamos la capacidad del ejercicio sexual, somos capaces de sostener o afrontar con madurez y responsabilidad las consecuencias propias de las relaciones sexuales. En el contexto de los muchachos, aunque la edad ya les permitía la posibilidad de reproducirse, es evidente que no estaban capacitados para asumir las consecuencias.
Por eso, la Iglesia insiste tanto en que la vida íntima debe reservarse al contexto matrimonial. Si bien el contexto matrimonial no es perfecto, sigue siendo la institución que, con mayor probabilidad, asegura la capacidad de sostener la vida tanto de la pareja como del fruto de su amor.
Por ello, es fundamental crecer en educación e información, madurar y comprender el significado profundo de la sexualidad, sin desvincular la capacidad sexual de la capacidad reproductiva ni del significado de unión que conlleva. De esta manera, se podrá evitar enfrentar situaciones difíciles o tomar decisiones apresuradas. Cada persona en edad reproductiva debe ser capaz de asumir las consecuencias en un contexto de responsabilidad, fecundidad y amor.
Pbro. Juan Carlos López/Licenciado en bioética
Si bien este caso suscita emociones de indignación, enojo y tristeza, es fundamental profundizar en qué lleva a los jóvenes a tomar decisiones tan frías y crudas. No se trata de justificar, sino de reflexionar sobre lo que debemos trabajar como sociedad.
Al analizar la situación de los padres del bebé, nos lleva a dos puntos: la familia y nuestro rol en la sociedad.
La familia, núcleo central de la sociedad, es donde comienza el cuidado de la vida. Es allí donde deberían enseñarse y vivirse valores como la dignidad y el respeto por cada persona. Ante esta tragedia, nos cuestionamos: ¿dónde aprendió que la vida era desechable? ¿Por qué no confió en alguien para pedir ayuda en un momento tan crítico? Y en el caso de Lucio, ¿dónde estuvo la atención y el acompañamiento en su camino? Estas preguntas no solo nos llevan a mirar desde la distancia, sino también a hacer una introspección: ¿qué valores estamos transmitiendo a nuestros hijos? A veces, no enseñamos a «ser» ese monstruo, pero tampoco enseñamos con claridad cómo «no serlo».
Asimismo, este caso nos interpela como sociedad. ¿Cuál es nuestro rol ante realidades tan dolorosas y deshumanizantes? No podemos quedarnos indiferentes.
Nuestro deber es estar atentos a quienes se sienten perdidos, a quienes muestran señales de angustia, y actuar dentro de nuestras posibilidades. El rescate del bebé nos recuerda que todavía hay personas que no son indiferentes, que escuchan el llanto y actúan con determinación. Pero hoy no solo fue un bebé el que lloró.
¿Cuántas jóvenes, cuántas personas sufren en silencio mientras la sociedad pasa de largo antes de llegar a realizar cosas inimaginables?
Como católicos, nuestro llamado es claro y firme: vivir el amor en acciones concretas. La dignidad de cada persona es el pilar sobre el cual debemos construir una sociedad más humana y solidaria. Este compromiso empieza en la familia y se extiende a cada rincón de nuestra comunidad. Solo así podremos hacer la diferencia.
Paulina Chávez/ Universitaria
Como defensores de la vida debemos reforzar la educación en valores cristianos y en el respeto por la vida, enseñando a los jóvenes que cada ser humano, sin importar su circunstancia, es valioso y digno de amor y cuidado.
La Iglesia y las familias debemos educar a los jóvenes en el significado del amor verdadero, la responsabilidad en la sexualidad y la paternidad. Es fundamental promover programas de formación que enseñen a los jóvenes a asumir su compromiso con madurez y dignidad.
Como sociedad, debemos fortalecer la ayuda a jóvenes en crisis, asegurándonos de que sepan que nunca están solos y que siempre hay opciones que no impliquen el abandono o la violencia contra un niño indefenso.
La Iglesia y la comunidad debemos promover y apoyar alternativas como la adopción y hogares de acogida, para que nadie sienta que el abandono es la única salida.
Como providas, defendemos la justicia, pero también creemos en la misericordia de Dios. Es importante orar por los responsables de este acto y trabajar para evitar que casos similares vuelvan a ocurrir.
Este caso nos recuerda que la defensa de la vida no solo implica rechazar el aborto o el abandono, sino también trabajar activamente para que toda persona en crisis tenga opciones de apoyo, educación y contención.
Como católicos provida, debemos promover una cultura de la vida que proteja a los más indefensos y brinde esperanza a quienes se sienten desesperados.
Rocío
Rocío Estrada Lechuga/ Directora del CAMJ
En 2004 personas del Centro de Ayuda para la Mujer Juarense acudimos a un Parlamento para Mujeres realizado en Monterrey y auspiciado por unas diputadas federales, para determinar la agenda de la cultura de la muerte en toda la República Mexicana. Acudimos camuflajeados para saber cuál era el plan y crear estrategias de combate.
En ese parlamento se hicieron diversas propuestas relacionadas con el aborto, matrimonio homosexual, legalización de eutanasia, entre otras y como consecuencia de ese evento, años más tarde, la Ciudad de México aprobó el aborto, luego se convirtió en la primera entidad del país en aprobar la “Ley de Voluntad Anticipada” (Eutanasia camuflajeada). Después el matrimonio homosexual. Más adelante otros Estados de la República siguieron el mismo camino.
Los movimientos pro vida abordamos esta tormenta, pero luego vino “un huracán” sin precedentes: La cultura de la muerte fue contaminando el sistema educativo, el sistema político, el sistema de salud, los medios de comunicación ¡todo! Y a partir de entonces, lo que antes era concebido como bueno, ahora se ve como malo, y viceversa.
Hoy vemos que esa cultura de muerte va impregnando la conciencia de los mexicanos y produce un cambio de ideas, creencias y costumbres. Vamos adquiriendo nuevas formas de ver la vida, ya sin moral, sin valores y sin Dios.
Si nos preguntamos qué llevó a este joven Lucio y a su novia a tirar a su bebé recién nacido en la calle, la respuesta, según mi opinión, está en la Cultura de Muerte que impera en México.
De ahí viene la mentalidad contraceptiva que hace que las personas no quieran tener hijos, solo desean vivir y sentir el placer venéreo a través de las relaciones sexo genitales y si se llegasen a embarazar, lo primero que pasa por su mente es en deshacerse de ese “producto”.
Ahí vemos a la persona contaminada ya por la cultura de la muerte, donde la vida de un ser humano no significa nada, y lo mismo le da tirarlo en la calle, que en un canal, en un bote de basura o echárselo a los perros. El pensamiento primario es “deshacerse del problema”.
Pensar en esta situación en que un par de jóvenes desprecian la vida de su propio hijo refleja un fenómeno que está envenenando nuestra cultura, el cual no solo lleva a la aceptación de métodos anticonceptivos, sino que se extiende hacia el aborto y lo que es peor, a una visión distorsionada de la sexualidad humana y del amor, pasando por alto la dignidad que tenemos como personas.
Pero la batalla no está perdida. Acciones como la de estos jóvenes nos deben llevar a cuestionarnos cómo los valores fundamentales que la Iglesia y la tradición cristiana nos han transmitido, se están erosionando desde adentro. La batalla no está sólo afuera; también está en nuestros propios hogares y en los corazones de aquellos a quienes confiamos la formación de nuestra fe y moral, empezando por los padres, maestros, catequistas.
Por eso es importante que todos, especialmente aquellos involucrados en la educación, formación y liderazgo de nuestras comunidades, tomemos acción ahora, no dejemos que la ignorancia o la complacencia nos cieguen ante la realidad. Debemos ver de frente el problema que representa la cultura de la muerte en nuestra sociedad y enfrentarla con valentía y compromiso.
Esta cultura de muerte parece un monstruo de mil cabezas, sin embargo, sigue habiendo iniciativas y propuestas para combatirla. Tengamos confianza en Dios y vayamos, como decía el Padre José Solís, de feliz memoria: “A Dios rogando y con el mazo dando”.
Juan Jesús Hernández/ Psicólogo/ Jóvenes por la Vida