Leonel Larios Medina/ Rector de la Catedral de Parral
Hace unas semanas las ciudades se vistieron tricolor en banderas ondeando por todas partes, y sus ciudadanos nos sentimos más mexicanos que nunca. Recordando el grito de Dolores, del cura Hidalgo, todos se ponen a gritar en medio de la fiesta o ante un televisor queriendo que el boxeador tapatío gane una pelea de esas en que ambos ganan una fortuna. Todo se vuelve algazara y regocijo hasta el punto de olvidar qué celebramos o si hubiera algo que celebrar.
Les quiero compartir un comentario que me hicieron hace algunos años unos amigos extranjeros. La gente de México grita mucho, habla fuerte y le encanta el ruido en las calles. Yo como mexicano defendiendo mi patria les decía que era de pura alegría y espontaneidad. Claro que al estar varios años fuera del país, en un país más silencioso de lo habitual, se nota el contraste. Y me ponía a reflexionar al respecto. ¿Por qué gritamos? ¿Es porque el otro está a una tremenda distancia de un metro y casi le rompemos el tímpano? ¿Será por querer parecer más fuerte que otro o para ver si con gritos me obedece?
Uno de los resultados de mi reflexión fue que, estando inseguro de la fuerza de mis argumentos, la fuerza se la ponemos a las palabras para imponerlas. En definitiva, quiero hablar y que me escuchen. Junto con ello descubrí que el que grita es algo sordo. Gritamos y no queremos escuchar réplica ni desacuerdos. Yo pongo el punto y final del asunto, y no soy capaz de permitir un punto y seguido con la frase de otros.
Una maestra de español me decía que actualmente se escribe más en celular o computadora, que a mano. Y que en los mensajes describimos mucho de nuestra personalidad. De manera especial, escribir con mayúsculas, es el equivalente a gritar. Así que las personas que así escriben pueden reflexionar si son impositivas o se la quieren pasar dando de gritos.
Otro tipo de gritos sería el ruido en las calles. Bocinas a todo volumen que parecen no cansarse, pero sí cansar al transeúnte. Y si le agregamos a los que andan en esos carros son placas compartiendo sus géneros musicales a todo el mundo, parece no importarle la gente mayor o las personas que tratan de conciliar el sueño del otro lado de la ventana. ¿Será una proyección de sentirse ignorados y por eso quieren que los miren y los oigan? A éstos se les unen más de uno con su estéreo a todo vuelo, que parecen no valorar los oídos propios y ajenos.
Todos estos gritos se oyen todo el año. En las pláticas, en las familias y en las calles. Hay otros gritos que sí me gustaría atender para que ya no existieran. El grito del hambre y la injusticia. Gritos de dolor y desesperación que cruzan fronteras y enternecen el corazón de Dios, pero que muchos a veces no escuchamos por estar con nuestros ruidos egoístas.
Acabamos de pasar las celebraciones de la Independencia, un país libre y soberano, un grito que reclamaba ser parte de la corona de Fernando VII y no de los franceses. Oportunidad de criollos, para hacer negocios sin tener que reportarle a nadie dividendos. Poco se pensó en darle garantías a los individuos de a pie.
Más de doscientos años que seguimos gritando y parece que la libertad se calla. La libertad es un tesoro cuando sabe conjugarse con el respeto y la responsabilidad. Si vamos a seguir igual, por favor no griten.