Pbro. Eduardo Hayen Cuarón/
Me escribe un hombre soltero de 50 años de edad que frecuenta la Eucaristía casi a diario, visita el Santísimo, reza el Rosario con regularidad y es devoto de la Preciosa Sangre. Luego de exponer sus virtudes espirituales, abre un poco más su corazón y me dice que su defecto es ser mujeriego, por lo que recurre a veces a la Confesión. Pero después deja ver un poco más el alma y me comparte que tiene varias novias con las que tiene relaciones sexuales. Finalmente me pregunta si tener relaciones al día siguiente de la confesión, o pasados unos días, le impediría comulgar, y de qué clase de pecado se trata, si es pecado mortal o venial.
Como cristianos, que vivimos en un mundo que mira la sexualidad de manera tan deformada y que además promueve la promiscuidad, podemos entrar en una grave confusión de la conciencia y creer que el sexo fuera del matrimonio es un «pecadillo» de poca monta cuando, en realidad, el daño que provoca es muy elevado para quien lo practica, así como también para la vida familiar y social.
Ser mujeriego a los 50 años de edad –y a cualquier edad– es reflejo de una actitud adolescente de alguien que no ha madurado en su vida afectiva y emocional, y que vive de aventura en aventura, sin lograr consolidar un proyecto sólido para su futuro.
Los seres humanos nacemos con un pegamento emocional que hace su efecto, sobre todo cuando la persona inicia su vida sexual. El enamoramiento ocurre más fuertemente con la actividad sexual, que muchas veces es frecuente entre novios. Generalmente las relaciones de noviazgo mezcladas con sexo llegan a romper. Entonces los novios sienten que se les desgarra el corazón por el desprendimiento de ese pegamento emocional que se había creado entre ambos.
Si el varón inicia una nueva relación con otra mujer, hará lo mismo que con la anterior, sólo que su pegamento emocional será menor. Y si vuelve a fracasar en esa relación y después inaugura otra relación y hace lo mismo, su pegamento emocional se irá agotando, como se acaba el pegamento de una cinta adhesiva que se pega y se despega de una superficie.
Entonces ocurre lo peor: el hombre se vuelve incapaz de conectar emocionalmente con las mujeres. Sólo quiere acostarse con ellas para desahogar sus instintos sexuales, pero con ninguna puede hacer comunión realmente. De esa manera se puede convertir en un don juan adolescente que con todas galantea, pero imposibilitado para formar una familia. Y si se llega a casar, será muy difícil para él vivir en fidelidad con su esposa.
El pecado del sexo fuera del matrimonio tiene graves consecuencias, no sólo para el seductor libertino sino para las familias y para la sociedad; el nacimiento de hijos fuera del matrimonio priva a éstos de la figura paterna, además de incrementar la proliferación de enfermedades de transmisión sexual. Al ver todas estas consecuencias nos queda más claro por qué el sexo fuera del matrimonio es un pecado mortal.
¿Se puede comulgar en esta situación? No se debe recibir el Cuerpo de Cristo en estado de pecado mortal, pero sí se puede recibir una vez que, con arrepentimiento, el pecado haya sido confesado. Para comulgar debe haber, en la persona, una verdadera lucha por salir de esta atmósfera de pecado.
No se recomienda confesarse inmediatamente después de las caídas, pues podría resultar en una banalización del sacramento. ¿Hay esperanza de recuperar el pegamento emocional? Por supuesto que sí. Lo más aconsejable es acudir a un director espiritual que pueda guiar a la persona para que, en Cristo, ella pueda sanar sus emociones. Nada hay imposible para Dios.