Card. Felipe Arizmendi Esquivel/ Obispo emérito de San Cristóbal de las Casas
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En la mayoría de las parroquias mexicanas, durante este año y el anterior, se realizó una consulta abierta sobre cómo perciben que la Iglesia camina junto con el pueblo, y qué sugieren para que mejoremos nuestra vida y nuestra pastoral. De las 79 diócesis que hay en el país, en 75 se hizo esta consulta, como se dice en la síntesis nacional que se envió a Roma en orden al Sínodo mundial de obispos convocado por el Papa.
En dicho informe se afirma que “hubo reuniones presenciales a varios niveles, una amplia consulta usando metodologías mixtas o híbridas. Unos realizaron ejercicios amplios con participación de cientos y hasta varios miles de personas; otras consultas fueron reducidas en número. Los participantes en la consulta fueron agentes de pastoral entre obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos, laicas, laicos, predominando las mujeres (55% aprox.). Las personas consultadas viven predominantemente en medianas y grandes ciudades; la mayor parte está entre los 35 y 65 años”.
Textualmente se dice en ese informe: “Reconocemos que muchos bautizados y grupos eclesiales quedaron al margen de este proceso sinodal de escucha, y que muchas veces nuestras propias actitudes lo propiciaron. Cierto que algunas comunidades identificaron que la Iglesia no camina ‘codo a codo’, armonizando sus pasos con el resto del pueblo, con la sociedad en su conjunto, que más bien parece haber dos historias que por momentos no se tocan: la eclesial y la civil. La mutua distancia nos empobrece a todos.
Debemos tomar ejemplo de algunas de las diócesis que, en este proceso de escucha, hicieron un esfuerzo importante por incluir a hermanos en condición de pobreza (que en México equivale a más de la mitad de la población, es decir, cerca de sesenta millones de personas); a los adultos mayores y los jóvenes; a divorciados vueltos a casar y parejas que viven en unión libre; a madres y padres solteros; a familias disfuncionales; a los que han sufrido experiencias negativas de abuso sexual; a colectivos minoritarios (LGBT y otros); a víctimas en general de secuestros y desapariciones forzadas; a maestros y capacitadores; a periodistas y comunicadores; industriales y comerciantes; policías y soldados; políticos y profesionistas; discapacitados, adictos, migrantes, indígenas, indigentes.
Ante la escasa participación en la consulta de científicos, artistas e intelectuales de México, incluso la ausencia de aquellos que se manifiestan abiertamente como católicos, nos hemos percatado que existe una distancia entre la vida pastoral y quienes generan opinión y cultura”.
Con toda claridad y valentía nos dijeron: “Algunos bautizados no frecuentan ya la parroquia. Se percibe que la participación de fieles ha disminuido, que de su parte solo existe interés para hacer súplicas a Dios ante las emergencias y las necesidades. También es real que se percibe que algunos obispos estamos lejos de la feligresía, que los sacerdotes encuentran dificultades para confiar en sus laicos, que los rumores se hacen presentes y minan la fraternidad en la comunidad.
Los espacios de escucha promovidos por la Iglesia a partir de la pandemia nos han ayudado a constatar la presencia generalizada de sentimientos de tristeza, soledad, desesperación, angustia, cansancio, depresión, incertidumbre, miedo, dolor, confusión y vulnerabilidad. Todo esto ha afectado de manera importante a las familias, a los niños, jóvenes y ancianos, sobre todo en zonas pobres que, por ser tales, se convierten casi naturalmente en expulsoras de jóvenes, de migrantes y de desempleados, en donde crece la desolación.
Por otro lado, cabe destacar que, en un país con más de 7 millones de indígenas, nosotros, como pastores de la Iglesia, tenemos todavía algunas dificultades para escuchar su voz, para comprender de verdad su propia religiosidad hecha vida, sin atropellar su sensibilidad y sus ricas manifestaciones culturales, tan llenas de signos y semillas del Verbo que debemos saber discernir y trabajar. Los esfuerzos al respecto son notables, pero parecen aún insuficientes.
Tomamos conciencia los obispos que hemos escuchado poco o nada a los alejados, a niños, adolescentes, jóvenes, a personas en condición de calle, a homosexuales, mujeres violentadas, empresarios y políticos, comunicadores y profesionistas en general. Poco a poco, en un éxodo silencioso, éstos se alejan de la práctica sacramental, aunque se sigan autodesignando católicos en los censos poblacionales”.
Discernir
En el mismo informe de lo que los mexicanos dicen a su Iglesia, se relata: “Casi de forma unánime se percibió la necesidad de valorar más la participación de los fieles laicos (sobre todo de las mujeres), pero también la necesidad de que la alegría sea nuestro mayor distintivo al caminar, a fin de que se muestre una Iglesia atractiva por estar unida a su Señor, no solo por su activismo.
Para la escucha, nosotros obispos y todo el Pueblo de Dios sentimos el llamado a abrirnos, a salir, a encontrarnos con otros, a establecer un diálogo fraterno y cuidadoso con todos, a mostrar calidez en las relaciones humanas, a tratar a los demás como Jesús los trataría, lejos de intereses utilitaristas, más bien para servirlos con el don del amor recibido en Cristo Jesús.
Se constataron, además, aspectos importantes de señalar: primero, la acción silenciosa pero real del Espíritu Santo que nos conduce; segundo, que si escuchamos, atraemos a más personas que se sentirán invitadas a permanecer en esta su casa; tercero, que se valora mucho la parroquia como principal espacio de vida cristiana, como lugar de encuentro y comunión que ayuda a superar el individualismo”.
Actuar
Obispos, sacerdotes, religiosas, catequistas y demás agentes de pastoral, estemos abiertos a lo que el Espíritu Santo nos dice a través del Pueblo de Dios, y con humildad aceptemos sus reclamos y exigencias. Convirtámonos, para ser la Iglesia que Jesús quiere.