Pbro. Lic. Leonel Larios Medina/Rector de la Catedral de Parral
Necesitamos solo al ir a comprar los artículos de la canasta básica, ir por verduras, latas y carnes, para darnos cuenta de la inflación y de lo poco que rinde el dinero. Planteles escolares sin luz, la gasolina que no baja, y un consumismo exorbitante que la publicidad promueve para endeudar a la gente anticipando un mal fin de mes y de año. Un ambiente poco agradable y con tono gris pesimista. Así se perfila el fin del 2022 que ha sobrevivido a una pandemia, y ha tratado de volver a una ansiada normalidad.
Hoy quiero hablarles de la esperanza, porque en medio de las tinieblas, podemos ver pequeñas luces que nos ayudan a continuar el camino, que nos indican por donde andar, hacia donde podemos canalizar nuestras fuerzas y recursos. Es una virtud teologal para los que creemos, es decir, un regalo de Dios. Es el anhelo en el tiempo de que las cosas pueden ser mejor, que se van encaminando a la meta para las que fueron creadas.
La esperanza tiene que ver con el tiempo, pero sobre todo hay alguien que espera, y otro esperado. Vayamos al detalle de la cuestión. Significa que, en mi momento histórico, descubro dentro de mí un movimiento que me lanza hacia el futuro. Por más series y películas que haya, el tiempo mide el movimiento y las manecillas giran a la derecha. Del uno sigue el dos, febrero a enero, el siglo y milenio al dígito siguiente. Somos seres de futuro, como insistían los existencialistas.
En más de una ocasión al terminar el día escucho ¿Tan rápido se fue la mañana? ¿A poco ya son las dos, si a penas acabo de empezar? ¿Otra vez hay que pagar o recibir el pago? Parece que el tiempo psicológico toma características más espirituales que físicas. Son las mismas horas y minutos, pero las actitudes van dando color a cada movimiento del segundero. Sentimos que el tiempo se nos va como agua entre las manos, o que no alcanza para ver cumplidos todos los objetivos.
Este impulso hacia el futuro, se marca entonces con el deseo de conseguir algo. Experimentamos un vacío por llenar, un anhelo de felicidad e infinito. No nos conformamos con el status quo del presente, nos lanzamos hacia adelante, arrojados en medio de incertidumbre, pero con la confianza de estar mejor. Todos queremos alcanzar objetivos y vamos subiendo peldaños en la escalera de la vida. Es obvio, que más de una vez retrocedemos en los logros, pero lo importante será hacia donde miramos. La cima, a la que aspiramos llegar.
Soy una persona que desea conquistar el ser, que desea estar mejor y que los míos compartan mi felicidad. Hasta aquí, nos identificamos en esa esperanza natural de todo ser humano. ¿Dónde se distingue una esperanza cristiana de otra cualquiera? En el Esperado. Las semanas previas a la Navidad, marcan el tiempo de la esperanza que ante la realidad parece estar en medio de tinieblas. No se trata de quitar la ilusión a los niños en la espera de un nuevo juguete, ropa o familiares que vendrán a casa, sino de re-direccionar la vida hacia alguien que viene.
La esperanza es el deseo de abrazar al Esperado, de dejarse llenar en esos vacíos que las cosas no pueden lograr. Te invito a no elegir el camino de la tristeza o pensar que no hay nadie que pueda venir a dar luz y color a tu vida. Ya viene, no vivamos desesperanzados.