Felipe Monroy/ Periodista católico
Los obispos de México acudirán a Roma para cumplir con el mandato canónico de la presentación de la situación pastoral de las 98 diócesis mexicanas al Romano Pontífice y lo harán en el marco de la visita denominada Ad limina apostolorum donde también deben venerar los sepulcros de los apóstoles San Pedro y San Pablo.
Idealmente esta obligación debe cumplirse cada cinco años; la visita inmediata anterior se concretó en mayo del 2014 y la coordinó Ramón Castro Castro, actual obispo de Cuernavaca y secretario general de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM).
En aquella ocasión, Francisco recibió informes pormenorizados de los desafíos mexicanos y la realidad eclesiástica en el país. Las principales preocupaciones que los obispos de México llevaron al pontífice rondaron en torno a las pobrezas estructurales, la situación de los jóvenes, el fenómeno migratorio y la violencia instaurada por el crimen organizado y el narcotráfico.
Ante el panorama presentado –quizá más sombrío que luminoso– Francisco les dijo: “A los pastores no compete, ciertamente, aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas, que sobrepasan el ámbito pastoral; sin embargo, no pueden dejar de anunciar a todos la Buena Noticia: que Dios, en su misericordia, se ha hecho hombre y se ha hecho pobre, y ha querido sufrir con quienes sufren, para salvarnos”.
En ese encuentro el Papa también les recordó dos principios: “María no les va a dejar solos frente a tantos problemas y dolorosos… Y ustedes con su pueblo siempre”. Francisco llamó a esto ‘la doble trascendencia’ que debían experimentar los obispos mexicanos: ese negociar con Dios del obispo por su pueblo y la cercanía con su pueblo.
Han pasado nueve años desde aquel entonces y, aunque se han gestado cambios importantes en México, el sustrato parece no haber cambiado en la última década. Según ya ha adelantado el presidente de la CEM, Rogelio Cabrera López, la visita de este 2023 lleva a Roma los signos preocupantes por la violencia y la polarización política en el país.
En el primer caso, el asesinato de los sacerdotes jesuitas en Chihuahua el año pasado, representa una parteaguas respecto a la perspectiva de acción y responsabilidad social de la Iglesia católica frente al complejo fenómeno de la violencia iniciado en 2006. La inquietud sobre la ‘estrategia de seguridad’ por la que optó el gobierno mexicano desde el 2018 ha conducido a confrontaciones políticas entre el titular del ejecutivo y los pastores católicos quienes han solicitado un cambio de rumbo.
Eso no es todo, en el reciente conflicto político debido a cambios en la estructura y operación del organismo electoral en México, los obispos católicos también mostraron distancia con el presidente de la República al exhortar a las fuerzas políticas a respetar “los principios constitucionales” que rigen el actual modelo institucional.
En medio de todo esto, los obispos mexicanos llevan al Papa una “profunda preocupación” sobre cómo advierten que “el diálogo social a nivel nacional se ha complicado debido al clima de polarización política” y acusan que dicha polarización ha sido construida esencialmente por la comunicación gubernamental y la política partidista. En estos días, el propio presidente de la República ha dicho que el único referente válido del catolicismo para él, es el papa Francisco y no la Iglesia católica mexicana; y, al mismo tiempo, algunos partidos políticos y jueces, buscan limitar legal y jurídicamente la expresión de la libertad religiosa en el país.
Con todo esto en mente, los obispos mexicanos estarán en Roma en marzo próximo y harán las respectivas diligencias organizados en grupos geográficos. Para tal fin, desde el 21 de febrero pasado, el Consejo de Presidencia de la CEM ya trabaja con los dicasterios pontificios para organizar la visita ad limina y “para presentar y retroalimentar las situaciones y desafíos de la Iglesia que peregrina en México”.
En un comunicado sobre estas reuniones preparatorias, el episcopado comparte su preocupación por el pueblo mexicano y asegura que se vive “un tiempo particularmente necesitado de reconciliación, unidad, verdad, justicia y paz”. Los temas que esperan dialogar con el Papa serán el fenómeno de la movilidad humana (migración), la libertad religiosa, el respeto a la dignidad humana, los desafíos democráticos, la comunión y sinodalidad dentro de la Iglesia, y la promoción de la paz.
Por supuesto, aún hacen eco las palabras de Francisco a los obispos mexicanos sobre que no les compete aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas en los desafíos de la nación; pero también valdría recordar las palabras que Benedicto XVI les dijo en su visita ad limina en 2005: “[Ante] diversas formas de violencia, indiferencia y desprecio del valor inviolable de la vida… implica, en la práctica pastoral, la necesidad de revisar nuestras mentalidades, actitudes y conductas, y ampliar nuestros horizontes […] La sociedad actual cuestiona y observa a la Iglesia, exigiendo coherencia e intrepidez en la fe. Signos visibles de credibilidad serán el testimonio de vida, la unidad de los creyentes, el servicio a los pobres y la incansable promoción de su dignidad […] Al mismo tiempo, los pastores de la Iglesia en México han de prestar una especial atención, como se hacía en las primeras comunidades cristianas, a los grupos más desprotegidos y a los pobres. Ellos siguen siendo un amplio sector de la población nacional, víctimas a veces de estructuras insuficientes e inaceptables”.