Ana María Ibarra
Con más de 40 años de servicio en el Hospital General, las Voluntarias Vicentinas que integran el Centro Colegio, han sido testigos de muchos milagros y han encontrado en el enfermo y sus familiares, una gran fe.
Tales experiencias son el motor y la energía para continuar en el servicio “hasta que Dios quiera”.
Cultivar amor
Alicia Clarke, coordinadora del servicio en Hospital General compartió:
“Respetamos mucho las reglas del hospital, hay mucha comunicación con ellos. Tenemos mucho respeto para el departamento de Trabajo Social y los doctores. En cierto modo, sentimos que es nuestra casa”.
“Sentimos mucho amor hacia nuestros enfermos y la gente nos quiere porque tenemos muchos años sirviendo aquí, con todo el corazón, con todo el amor”, agregó.
En el hospital se encuentra una capilla donde los familiares de los enfermos acuden a rezar y poner en manos de Dios la enfermedad de su ser querido.
“Esta capilla siempre ha existido, por las remodelaciones del hospital ha estado en diferentes pisos y ha sido de diversos tamaños. Está abierta día y noche para que todos los familiares de los enfermos puedan entrar”, compartió Alicia.
Capilla vicentina
Por su parte, Irma Valladares, presidenta del Centro Colegio, dijo que la capilla se construyó por petición de Voluntarias Vicentinas.
“Se hizo para bien de nosotras y de los enfermos. Cada ocho días tenemos una misa a la que asisten los familiares. Después, subimos a visitar a los enfermos. Somos once voluntarias que venimos a servir, en la semana lo hacemos por grupos y el día de la misa venimos todas”, explicó la presidenta del Centro que comenzó el servicio vicentino en el Hospital General.
Agregó que también se ofrece apoyo económico a los enfermos que lo necesitan, por medio del Departamento de Trabajo Social.
“Venimos a dar cariño y amor y salimos con más cariño y más amor”, afirmó Alicia Clarke, quien sirve junto a Irma Valladares, Elsa González y Margarita Viviezcas.
Un lugar de fe
Y aunque son las voluntarias las que acuden para dar consuelo, han encontrado en los familiares de los enfermos una fe tan grande, que las llena de bendiciones.
“En sala de hombres se ven cosas muy tristes. Gracias a Dios estamos en este servicio y Él nos manda para que demos consuelo, pero salimos consoladas. Vemos en la gente el sufrimiento, pero aún con sus problemas, no pierden la fe”, dijo Alicia.
“A veces salgo de aquí pidiéndole perdón a Dios porque me quejo de muchas cosas y volteo a ver la enfermedad y el sufrimiento, y le doy gracias a Dios”, abundó.
Para las Vicentinas, estas experiencias son el motor que les da fuerza para seguir adelante.
“Ya no estamos jovencitas, pero aquí estaremos hasta que el Señor lo permita”, finalizó Alicia