Luis Villavicencio R. / Grupo Caridad y Verdad
Por cuestión de incentivos económicos para la frontera, en Ciudad Juárez el salario mínimo es de poco más de 213 pesos; en 2019 se calculaba que el salario mínimo para sostener a dos personas basándose en los precios de la canasta básica era de 207 pesos. No podemos darnos el lujo de pensar que “la libramos por poquito” cuando el número promedio por familia en Ciudad Juárez es de 3.4 personas y el salario mínimo en el resto del país es de 141.7 pesos. ¿Cómo formamos a los hijos cuando los dos padres necesitan salir a trabajar? ¿Qué pasa con las familias monoparentales? ¿Qué posibilidades hay para que las familias en situaciones complicadas mejoren su calidad de vida?
Los datos que tenemos a la mano nos hablan de un panorama poco prometedor para aquellos que menos tienen. Hoy sabemos que 74 de cada 100 mexicanos que nacen en pobreza jamás la van a superar y que el 47 por ciento de los hijos con padres de orígenes desaventajados van a permanecer en esa misma posición en su vida adulta. En otras palabras: no sólo es un tema de pobreza, sino también de desigualdad; y no sólo es un problema de desigualdad, sino de pocas posibilidades de progreso.
No hace falta divagar demasiado para darnos cuenta de las limitaciones del sistema económico en el que vivimos, y muchos católicos entramos en una encrucijada ideológica de la que no sabemos salir. Sabemos, por la historia, los datos y la filosofía, que nuestras convicciones nos alejan del comunismo; no comulgamos con un sistema que diluye a la persona como parte de una masa o que niega su libertad y su capacidad creativa. Por antonomasia, muchos caemos en el error de asumirnos como capitalistas, pero en el fondo sabemos que es imposible defender un sistema que tiende al consumismo, propicia la desigualdad estructural e, igual que el comunismo, termina por ignorar la dignidad de la persona humana.
Cinco ideas
Por eso decidí rescatar algunas anotaciones del DOCAT para intentar entender mejor la manera correcta de aproximarnos a la economía desde la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Dejo a continuación cinco ideas muy concretas que me ayudaron a aclarar algunas dudas.
Ser diferente está bien. La economía es el ámbito de nuestra realidad social en la que satisfacemos las necesidades materiales. Sin embargo, esto no depende del dinero, el trabajo o la producción por sí mismos, sino de las personas, Partimos del principio básico de la dignidad de la persona humana y reconocemos que existe un llamado social al bien común. Por lo tanto, entendemos que nuestra falta de autosuficiencia se soluciona con la colaboración y que cada individuo está llamado a utilizar sus talentos y su creatividad para transformar los recursos que tenemos y que son escasos. La libertad y la creatividad son valiosos, sobre todo cuando sirven al colectivo.
Podemos balancear libertad e igualdad. Estos conceptos suelen relacionarse con el capitalismo y el socialismo, respectivamente, y se cree que la libertad se obtiene sacrificando la igualdad y viceversa. No necesariamente. Buscar el bien común significa trabajar para que exista igualdad de condiciones para que cada persona pueda desarrollarse libremente. Eso buscamos los cristianos.
El bienestar no es inmoral. Los discursos polarizadores y populistas nos impulsan a pensar que estar bien o buscar estarlo es una actitud vil, que ser “aspiracionista” es sinónimo de egoísmo. Esto sólo es cierto cuando entendemos el bienestar en términos de riqueza, lo que deriva en tristeza espiritual, arrogancia, presunción y codicia. Los cristianos creemos, no sólo que el bienestar no es inmoral, sino que es un fin ético, y por lo tanto debemos entenderlo como resultado del desarrollo global.
Existen falsos villanos. Las mismas ideas de polarización encuadran a las empresas, el dinero y la propiedad privada como enemigos de las personas, cuando solamente son elementos naturales del sistema económico. Lo que en realidad es peligroso es la falta de un sistema de reglas (marco jurídico) adecuado ayude a encuadrar la libertad económica dentro de la libertad integral. Estas reglas se refieren a limitantes que eviten el abuso, pero también a incentivos que promuevan las actitudes solidarias y subsidiarias.
No demos la globalización por sentado. No quiere decir que debamos buscar levantar fronteras y encerrarnos en el nacionalismo. Significa que, en un contexto de gran desigualdad entre los países y el poder creciente de las grandes corporaciones multinacionales, debemos evitar que “globalización” sea sólo otro nombre para el colonialismo que subordina a unos debajo de los otros.
La próxima vez que te encuentres en un falso dilema como el que motivó estas líneas, recuerda que Jesús nos llamó a dejar la comodidad, tomar nuestra cruz y caminar el camino estrecho. Todas las ideas simplistas y categóricas caben en el camino ancho; si te las encuentras en el camino hay que volver atrás y empezar a pensar otra vez.