Catequesis 15 del papa sobre la Pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente.
Queridos hermanos y hermanas:
Están aquí delante de nosotros las reliquias de Santa Teresa del Niño Jesús, patrona universal de las misiones. Es hermoso que esto suceda mientras estamos reflexionando sobre la pasión por la evangelización, sobre el celo apostólico. Ella nació hace 150 años, y en este aniversario tengo intención de dedicarle una carta apostólica.
Es patrona de las misiones, pero nunca estuvo en misión. ¿Cómo se explica esto? Era una monja carmelita y su vida estuvo bajo el signo de la pequeñez y la debilidad: ella misma se definía como “un pequeño grano de arena”. De salud frágil, murió con tan sólo 24 años. Pero, aunque su cuerpo estaba enfermo, su corazón era vibrante, misionero. En su “diario” cuenta que ser misionera era su deseo y que quería serlo no sólo por algunos años, sino durante toda la vida, es más, hasta el fin del mundo.
Teresa fue “hermana espiritual” de diversos misioneros: desde el monasterio los acompañaba con sus cartas, con la oración y ofreciendo por ellos continuos sacrificios.
Sin aparecer intercedía por las misiones, como un motor que, escondido, da a un vehículo la fuerza para ir adelante. Aceptó todo con amor, con paciencia, ofreciendo junto a la enfermedad, también los juicios y las incomprensiones. Y lo hizo con alegría, por las necesidades de la Iglesia, para que, como decía, se esparcieran “rosas sobre todos”, especialmente sobre los más alejados.
Dos episodios
Ahora, me pregunto, todo este celo, esta fuerza misionera y esta alegría para interceder ¿de dónde llegan? Nos ayudan a entenderlo dos episodios que sucedieron antes de que Teresa entrara en el monasterio.
El primero se refiere al día que le cambió la vida, la Navidad de 1886, cuando Dios obró un milagro en su corazón. A Teresa le quedaban poco para cumplir 14 años. Siendo la hija más pequeña, en casa era mimada por todos, pero no «malcriada». Al volver de la Misa de medianoche, el padre, muy cansado, no tenía ganas de asistir a la apertura de los regalos de la hija y dijo: «¡Menos mal que es el último año!», porque a los 15 ya no se hacía. Teresa, de carácter muy sensible y propensa a las lágrimas, se sintió mal, subió a su habitación y lloró. Pero rápido se repuso de las lágrimas, bajó y llena de alegría, fue ella la que animó al padre. ¿Qué había pasado?
Que, en esa noche, en la que Jesús se había hecho débil por amor, ella se volvió fuerte de ánimo: en pocos instantes había salido de la prisión de su egoísmo y de su lamento; empezó a sentir que “la caridad le entraba en el corazón, con la necesidad de olvidarse de sí misma (cfr Manuscrito A, 133-134).
Desde entonces dirigió su celo a los otros, para que encontraran a Dios y en vez de buscar consolación para sí se propuso «consolar a Jesús, hacerlo amar por las almas», porque –anotó Teresa– «Jesús está enfermo de amor […] y la enfermedad del amor sólo se cura con amor» (Carta a Marie Guérin, julio de 1890). En más de una ocasión dijo: «Pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra». Este fue el primer episodio que le cambió la vida a 14 años.
Su celo estaba dirigido sobre todo a los pecadores, a los “alejados”. Lo revela el segundo episodio. Teresa supo de un criminal condenado a muerte por crímenes horribles, Enrico Pranzini, considerado culpable del brutal homicidio de tres personas, estaba destinado a la guillotina, pero no quiso recibir el consuelo de la fe.
Teresa rezó de todas las formas por su conversión. Tuvo lugar la ejecución.
Al día siguiente Teresa leyó en el periódico que Pranzini, poco antes de apoyar la cabeza en el patíbulo, «se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas!». La santa comenta: «Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Manuscrito A, 135).
¡Hermanos y hermanas! Esta es la fuerza de la intercesión movida por la caridad, este es el motor de la misión … misionero es cualquiera que vive, donde se encuentra, como instrumento del amor de Dios; es quien hace de todo para que, a través de su testimonio, su oración, su intercesión, Jesús pase.
Este es el celo apostólico que, recordemos siempre, no funciona nunca por proselitismo o por constricción, sino por atracción.
La Iglesia, antes que muchos medios, métodos y estructuras, necesita corazones como el de Teresa, que atraen al amor y acercan a Dios. Pidamos a la santa la gracia de superar nuestro egoísmo y la pasión de interceder para que Jesús sea conocido y amado.