Pbro. Jaime Melchor/ Director espiritual del Seminario Menor
Nos vamos a adentrar en el tiempo de preparación para la celebración de la Resurrección de Cristo: La Cuaresma.
Necesariamente hemos de iniciar la experiencia de Moisés; del pueblo de Israel y del mismo Señor Jesús.
Hay un llamado inicial a quitarse las sandalias (Ex 3,5). Donde está Dios es tierra santa, hace referencia Él mismo a esta realidad.Moisés recibe la palabra del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Pero no es sino el inicio de una misión que requerirá una purificación de percepciones. ¿Tierra santa ese monte donde Moisés estaba cuidando las ovejas de su suegro Jetró? ¿Ahí donde no hay sino tierra árida, arbustos, y estiércol de ganado?… Ahí , precisamente, donde este pastor vio el prodigio de la zarza ardiente e inextinguible y donde Dios le habla, es tierra santa.¡¡Aquí está Dios!! Moisés tiene que descalzarse para poder asimilar y en ese gesto, obedeciendo a Dios, comenzará una nueva etapa en su vida. El Dios Libertador de Israel le hará conocer la Misericordia y abrirá sus ojos a la experiencia de la fidelidad a la promesa de salvación y conducción hacia la tierra prometida.
Sin embargo, Moisés ha de reconocer primero que Dios todo lo santifica y purifica. Y sólo abriendo el corazón estará llevando a cabo el mandato divino de conducir al pueblo de Dios. Al modo de Moisés, hoy los cristianos hemos de descalzarnos para recibir la palabra del Señor que habla al corazón, que libera y purifica… y Él también nos recuerda hacia donde conducirnos…Él mismo viene a hacer de nuestro espacio tierra santa, porque su Presencia es una garantía de purificación de nuestra persona (nuestra mente, cuerpo y espíritu). A los lugares donde menos imaginamos el Señor viene a decir nuestro nombre y a recordar que quiere santificar la realidad y la situación personal.
Así también, el pueblo de Israel al iniciar su camino, al salir de Egipto, habrá de reconocer que el lugar donde el Señor ha “puesto su pie” es santo. ¡El desierto también es santo! Allí ha iniciado un proceso de liberación y de purificación de lo que le ha oprimido exterior e interiormente. Su meta es la tierra prometida que mana leche y miel. Hoy los cristianos, en Cuaresma, hemos de enfocar la mirada en quien nos ofrece el alimento para la vida eterna… vamos peregrinando, pero queremos llegar a una Tierra de libertad y eternidad… con el Señor Resucitado. Es necesario no anhelar el pasado (“las cebollas de Egipto”,Cfr. Núm 11,5); creerle a Dios que nos conducirá por el mejor sendero, aunque sea escabroso, es ¡tierra santa! Pues Él va dirigiendo, todo lo sabe. Implica una conversión de corazón para confiar en que llegaremos a alcanzar Su promesa.
El Señor Jesús entra a la experiencia del desierto, ahí donde el Padre con su presencia santificó dicho lugar. Donde condujo al pueblo… pero ahora el Hijo Amado viene a luchar, guiado por el Espíritu Santo, y vencer también, a quien quiere usurpar el lugar que corresponde al Señor, y ha confundido a sus hijos. Efectivamente, Jesús ingresó al desierto para decirnos cómo su amor y su obediencia al Padre, en ese desierto, vencieron al enemigo, quien, seductor, soberbio y mentiroso, había hecho caer a Adán. Jesús escucha la palabra divina, no los discursos falaces del enemigo, y nos enseña a tener el corazón fuerte en el amor, convencido y confiado en la presencia permanente de Dios, aún ahí donde el desierto ofrece un panorama inhóspito y silencioso.
El cristiano ahora sabe que aunque muchas voces le aturden en el bullicio social, es necesario recordar que ir al desierto ( silenciamiento; ayuno; oración y penitencia) para luchar contra el enemigo, es ir a tierra santa, ahí donde Jesús salió victorioso ante las tentaciones del enemigo.
La Cuaresma… visitar la tierra santa.