Toca invirtarles a platicar unas ideas sobre el capítulo quinto de la exhortación apostólica Amoris Laetitia…Cristo dio su vida por nosotros. Tanto nos amó que dio la vida por nosotros. Así debe ser el amor conyugal.
Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Primera parte
Seguimos reflexionando en torno a la exhortación del papa “La alegría del amor”. Toca invitarles a platicar unas ideas sobre el capítulo quinto que lleva el título “Amor que se vuelve fecundo”.
Hemos venido, en capítulos anteriores, viendo los desafíos la realidad del matrimonio y la familia hoy. Es importante conocer la verdad, nos dijo el papa. Hemos conocido un poquito de luces a través de la Doctrina, de la Sagrada Escritura, del Magisterio de la Iglesia que nos viene a iluminar esta hermosa realidad y don de la familia y el matrimonio cimentada en Cristo, en el amor de Dios, y sabemos que el amor de Dios da fruto, y por lo tanto nuestro amor, el amor cristiano, y concretamente el amor entre los esposos de la familia sagrada, el matrimonio sagrado, también se vuelve fecundo.
Lo primero que el papa nos dice en este capítulo es “el amor da vida”, Dios es amor y nos da la vida. Cristo dio su vida por nosotros. Tanto nos amó que dio la vida por nosotros. Así debe ser el amor conyugal. El amor conyugal no se agota dentro de la pareja. Los cónyugues, a la vez que se dan ese amor entre sí, esa entrega entre sí, van más allá de sí mismos: la realidad de los hijos, de una vida nueva, de un hijo, y este hijo, esta vida nueva que es fruto fecundo del amor de los esposos, dice el papa, primero, es reflejo viviente de su amor: ese hijo es un reflejo del amor de los esposos; segundo, es un signo permanente de unidad conyugal. El hijo es eso, un signo de la unión permanente, estable, para toda la vida del amor conyugal; y tercero, el hijo, el fruto del amor de los esposos es síntesis viva e inseparable del padre y la madre, síntesis, porque es hijo de los dos: de papá y mamá. Los dos lo engendran y el hijo es síntesis de ambos, de la vida, del amor del padre y la madre.
Este capítulo quinto está todo concentrado sobre la fecundidad y la generatividad del amor. Por eso cuando uno predica ve las propiedades, entre otras muchas, del matrimonio. Hemos insistido hasta ahora en la unidad del hombre y la mujer para toda la vida, pero el otro aspecto es la procreación, estar abiertos a la vida, como dice este capítulo. Por eso el papa invita a todo matrimonio a que acoja, a que estén dispuestos a acoger una nueva vida, el don de un hijo que da el Señor. Ya lo hablamos: los hijos son un don, hay que pedirlo, no es un derecho, es un don.
El don de un hijo que Dios da al papá y a la mamá comienza con la acogida, dice el papa, primero acogemos, recibimos esta nueva vida, por eso estoy abierto a la vida. Luego de acogerlo viene el segundo momento: la custodia de ese hijo, el cuidado de ese hijo desde su nacimiento hasta siempre. Nunca, dice el papa, nunca dejan de ser papás, nunca dejan de tener esa custodia de los hijos; y tercero, tiene como destino final el gozo de la vida eterna. Finalmente ese hijo que engendran, que acogen, que custodian, lo educan y forman para que ese hijo un día alcance el gozo de la Vida Eterna. Es entonces como se comprende que es la manera espiritual y psicológica de recibir una nueva vida.
¡Qué importante que los novios, cuando están ya próximos al matrimonio, y los matrimonios en toda etapa, pero sobre todo en los primeros años del matrimonio, estén bien preparados emocionalmente, afectivamente, psicológicamente, pero también espiritualmente abiertos para cuando Dios les dé ese regalo y reciban una nueva vida.
El papa hace un especial énfasis en el tiempo del embarazo. Dice, es una época difícil para la mamá, porque puede tener muchas reacciones, muchos sentimientos. Es una época difícil, pero también es una época dice maravillosa. La época del embarazo es una época maravillosa porque la mamá va conociendo al hijo desde que se mueve, desde que lo siente, desde que sabe que ya viene aquel hijo y por lo tanto, aunque son momentos difíciles, es un momento maravilloso. La mamá embarazada necesita pedir siempre la luz de Dios, la gracia de Dios para conocer más profundamente a su propio hijo, y para esperarlo con mucha alegría, con mucho gozo, con mucho amor, y de esta manera, dice el papa, que el niño se sienta esperado y deseado, anhelado. Entonces el tiempo del embarazo desde la concepción es muy importante, hay que darle su debida atención. El papa Francisco pide a cada mujer embarazada cosas muy bonitas. Dice: cuida tu alegría, le pide a cada mujer cuidar su alegría. ¡que nada te quite el gozo interior, en tu matrimonio! ¡Ese niño merece tu alegría!
Es importante el amor de papá y de mamá para con el hijo de ambos, de ahí la importancia que el matrimonio sea entre hombre y mujer, papá y mamá. El niño desde el momento de la concepción, desde el embarazo requiere el amor de papá y de mamá. Ambos contribuyen a la crianza desde el seno, y a la custodia y al gozo y crecimiento de su hijo, y por eso les pide el papa, al papá y a la mamá, ¡muestren el rostro materno y paterno de Dios a sus hijos! ¡qué hermoso!, hermosas palabras del papa al hacer ese llamado al papá y a la mamá: ¡juntos muestren el rostro materno y paterno de Dios!. Esto es lo más importante de este capítulo. Después hay otras cosas como una consecuencia de la familia y del mismo matrimonio.
El papa habla en el documento de la fecundidad ampliada, es decir, de la adopción, tanto de aquellos que han concebido uno o dos o más hijos y quieren adoptar o adoptan, o aquellos inclusive que no pueden tener familia, pero también desean adoptar, a eso le llama el papa fecundidad ampliada: la adopción. Entonces es un camino para realizar también la maternidad y la plenitud de una manera muy generosa. Entonces en ambos casos, de los que ya tienen hijos, pero adoptan y de los que no pueden tener y adoptan, dice, es un acto de amor, de plenitud, de generosidad de parte de aquel matrimonio, de aquella familia. Adoptar es el acto de amar, de regalar una familia a quien no la tiene, es una experiencia de fecundidad muy particular de los cónyuges, de valorar y de reconocer, al mismo tiempo que de adoptar.
Y aquí hace el papa una anotación, una denuncia o alerta en el sentido de que hay que frenar el tráfico de niños entre los países y continentes, mediante oportunas medidas legislativas y de control estatal. El papa hace una denuncia de este tráfico de niños que se roban para luego dárselos por dinero a otros y dice: no hay como la adopción libre, la adopción espontanea, la adopción que se hace legalmente por acto de generosidad, que se hace sin lastimar a nadie como un acto de generosidad, amor y fecundidad muy particular, como nos lo está diciendo el papa. Por tanto es importante la aceptación de la contribución de la familia para promover la cultura del encuentro en un mundo de la cultura o contracultura del individualismo. La familia, el adoptar, el tener uno, dos, tres hijos o más, estar abiertos a la vida es poner en práctica en plenitud esta cultura del encuentro. Encontrarnos con el otro, abrirnos a la vida, aceptar un hijo, dos, tres o si no, lo tenemos adoptar.
También habla el papa de la vida en la familia grande, es decir, que el pequeño núcleo de la familia: papá, mamá y un hijo, se amplía a los tíos, a los papás de los papás, a los abuelitos, a los primos, a los amigos, incluso a los vecinos. Es un sentido de amplitud, un sentido de familia grande, mi familia se engrandece porque hay unos abuelitos, hay unos primos, hay unos sobrinos, hay unos amigos y unos vecinos en torno a nuestra familia. También hay que valorar ese sentido de familia. Y vuelve a tocar el papa esto contra el individualismo de los tiempos que estamos viviendo.