Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Muy querida diócesis de Ciudad Juárez, vamos avanzando en la Pascua. Estamos celebrando el Domingo de la Ascensión, a una semana de finalizar la Pascua, a una semana de concluirla con la solemnidad de Pentecostés. Por una parte Jesús cita a sus apóstoles en un monte, en un lugar específico y ahí les habla por última vez resucitado, y como escuchamos en el evangelio de san Mateo, de hoy domingo, habla a sus discípulos. Primero ellos se postran, lo veneran, lo adoran, lo reconocen, confiesan su fe, con ese gesto, con ese signo de postrarse, seguramente también con la incertidumbre de que va a pasar, y van viendo ese momento donde Jesús sube a los cielos, asciende a los cielos.
Pero antes de ascender, primero él dice: “me ha sido dado todo poder en el Cielo y en la Tierra”. Él tiene el poder, que se lo ha dado, siempre lo dijo así, el Padre Dios. Jesús recibe el poder de parte del Padre celestial para poder salvar, poder sanar, poder santificar y perdonar. Él tiene todo el poder y también ya ahí, con los apóstoles, en torno suyo, les da un mandato, un mandato eminentemente misionero, un envío.
Los envía: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos”. Su mandato es un envío y la importancia de entender este mandato es que no es una sugerencia, no es ‘a ver si se les antoja’ o les queda tiempo. ¡No! ¡Es esencial al cristiano! Es esencial al discípulo de Cristo sentir el envío: “Ve, anuncia, proclama la Buena Nueva bautizando a toda creatura en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Tarea encomendada
Queridos hermanos, hoy Jesús también a nosotros a ti y a mí, a todos los cristianos católicos nos congrega en el altar, en el monte del sacrificio, en cada Eucaristía nos congrega y es Cristo que hoy nuevamente nos envía: “ve y evangeliza, ve y profetiza, ve y proclama la Buena Nueva a todas las naciones”. No necesitamos ir a Asia, a África.
Desde un principio que tomé posesión de la diócesis, entre los puntos que señalé acerca de lo que quiero y quería entonces, y sigo queriendo de la diócesis, es que sea una diócesis misionera, una diócesis que salga a evangelizar. No porque el obispo lo pida, ¡es Cristo el que lo pide!, es Cristo que nos está pidiendo ir por todo el mundo.
Queridos sacerdotes, queridos consagrados y consagradas, queridos fieles laicos comprometidos y hombres y mujeres de fe, les pido en nombre de Jesús asumir con valentía, alegría y generosidad este mandato. En esos once discípulos estoy yo, estás tú, a ti y a mi Jesús nos envía a llevar la Buena Nueva, a llevar el evangelio con la predicación, con el kerigma, evangelizando. Pero también con la caridad, con la misericordia. Que el evangelio también se traduzca en servicio, en caridad, llevar el evangelio, llevar a Cristo a través de la caridad a todos los hombres, sobre todo a los más débiles, frágiles, pobres, necesitados.
Por eso escuchamos también en los Hechos de los Apóstoles, en la primera lectura, ‘no se alejen de Jerusalén. Jesús dice: ‘esperen a que se cumpla la promesa del Padre. Ya Jesús en domingos pasados de Pascua anuncia: ‘me voy, pero mi Padre les enviará otro Paráclito’. La promesa del Padre de enviar al Espíritu Santo. No se alejen hasta que se cumpla la promesa del Padre ¿cuál promesa?: Dios nuestro Padre nos envía al Espíritu Santo, fiesta que celebraremos el próximo domingo en Hechos de los apóstoles, y ahí los apóstoles recuerdan las palabras de Cristo donde dice: reciban la fuerza, el poder, la gracia para ser mis testigos, estar de acuerdo con el evangelio.
Se me da la fuerza, la luz, la fuerza del Espíritu para ser testigos, evangelizar y anunciar la Buena Nueva, para testimoniar a Cristo. Y dice ahí Hechos, en Jerusalén, en Samaria y en todos los confines del mundo es aquí, es la parroquia, la escuela, la casa, la familia, los amigos, los barrios, todos los lugares, nuestra diócesis, nuestra ciudad.
Hay confines, lugares donde tenemos que ir a llevar la Buena Nueva, anunciar el Evangelio, predicar a Cristo, bautizar a todos, ungirlos, que conozcan a Jesús. Sintamos esa fuerza que viene de lo alto, sintamos y recibamos esa fuerza que viene de lo Alto.
Los invito, queridos hermanos, a estos días, a partir de hoy Domingo de la Ascensión reunirnos en oración. Permanezcamos unidos en oración, hacer mucha oración para que sea una Iglesia que ora y que está unida en oración.
Prepararnos para el Espíritu Santo
Nos preparemos durante esta semana para recibir al Espíritu Santo en plenitud, esa fuerza de lo Alto, Luz santificadora, consuelo del Padre celestial, para entonces, con esa fuerza, cumplir lo que hoy en este domingo de la Ascensión se nos está pidiendo: ‘vayan y hagan discípulos a todos los pueblos’.
También en la Carta de los Efesios de la segunda lectura se nos dice que Dios nos da el Espíritu de sabiduría para conocerlo, conocer a Dios y, a partir de ese conocimiento profundo de Dios, lo amemos, lo sigamos y lo transmitamos con la Palabra y con la vida. Iluminen su corazón para que comprendan la esperanza del llamamiento que han recibido, sentir la luz del Espíritu Santo en el corazón, no sólo en la mente, no sólo en la cabecita, en las ideas, en los conceptos, en el corazón. Que esa luz y esa fuerza llegue al corazón y nos transforme a todos para comprender la esperanza del llamado que nos hace nuestro Padre Dios.
Sigamos encomendándonos en este mes de María a nuestra Madre Santísima, siempre llena del Espíritu Santo, siempre cercana a nosotros, siempre auxiliadora, siempre compasiva y clemente para con nosotros sus hijos. Que nuestra Madre Santísima, la Virgen de Guadalupe, nuestra Reina y Señora nos acompañe en nuestro caminar. No nos alejemos, permanezcamos unidos en espera del cumplimiento de la promesa del Padre. Estemos todos unidos como discípulos, como apóstoles, cada quien con mucha fe en la esperanza, para sentir el próximo domingo la fuerza del Espíritu Santo y ser comprometidamente todos, obispo, sacerdotes, consagrados, consagradas y laicos, misioneros discípulos de una Iglesia en salida, que lleva la Buena Nueva a los más alejados, con la Palabra, con la vida, con la caridad.
Les saludo con mucho afecto y les doy mi bendición en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.