Mons. J. Guadalupe Torres Campos
Estamos de fiesta. Domingo, Día del Señor, pero también Pentecostés, un día muy solemne: la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Hemos vivido 50 días de Pascua, hoy es Pentecostés y con esta solemnidad se cierra el Tiempo Pascual para retomar el Tiempo Ordinario.
Dice el texto: ‘Estando cerradas las puertas’ entendemos que por miedo a los judíos. Estaban tristes, preocupados con incertidumbre, ¿qué va a pasar?, tantas preguntas, cómo a veces nosotros pudiéramos, en sentido amplio, sentirnos encerrados, con miedos y preguntas sin respuesta. A veces el mundo, las circunstancias, nos quieren encerrar, pero Jesús se presenta en medio de ellos, como se presenta en medio de nosotros. Jesús viene como cada domingo y cada día, es la presencia de Jesús que irrumpe en nuestro corazón y en nuestra vida.
Primera frase que dice al presentarse: “La paz esté con ustedes”, eso es algo muy propio de Jesús, es saludo litúrgico muy particular. En medio de las circunstancias difíciles, que andamos inquietos por tantas cosas, necesitamos esa presencia de Jesús y deseamos esas palabras para nosotros: ‘La paz esté con ustedes’, porque la presencia de Jesús es una presencia de amor, de luz ¡Qué hermoso saludo! Jesús está transmitiendo su presencia en nosotros.
Y el pasaje nos dice que les muestra las manos, las heridas el costado… Nos dice, aquí estoy, y nos muestra su cercanía. ¿Qué provocó en los discípulos? Alegría, paz, tranquilidad. Que nosotros, hoy domingo de Pentecostés y siempre, experimentemos esa paz y tranquilidad, esa alegría que solo Jesús resucitado nos da.
Una paz especial
Por eso también dice: ‘No les doy la paz como la da el mundo’, es una alegría plena que brota de su ser hacia nosotros. Que nosotros nos llenemos de una inmensa alegría que perdure. Los problemas se solucionarán, saldremos adelante, vendrán otros, así es la vida, pero que la paz esté con nosotros, que la presencia de Cristo esté con nosotros, no perdamos la paz ni la alegría del Evangelio, el amor de Dios.
Por eso me remito a la antífona de entrada que le da sentido al día de Pentecostés: ‘El amor de Dios ha sido infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo’. El don del Espíritu Santo es don del amor de Dios. Es el mismo amor que se derrama en nosotros, no como un objeto que colocamos aquí y allá, sino que Dios Padre nos da su amor por el Espíritu Santo.
Y vuelvo al texto del Evangelio que dice nuevamente: “La paz esté con ustedes”. Como tarea, en la misa, te pido que pongas atención en los varios momentos que se nos da ese saludo. ¿Qué me ofrece Jesús? ¿Estoy dispuesto a recibir esa paz?
Soplo divino
Luego viene el momento de la efusión: sopló sobre ellos. El soplo. Ya desde la Creación, el ruah, el soplo divino que crea. El soplo divino redime, purifica, y en Pentecostés sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban al Espíritu Santo’.
El soplo divino ya lo recibimos el día que fuimos bautizados, fuimos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Luego, los que ya hemos sido confirmados, recibimos la plenitud del Espíritu Santo, que se sigue derramando siempre, en la oración, en los sacramentos, en la Confesión, es una presencia permanente…
Vuelvo a la antífona: ‘ha sido infundido en nuestros corazones’ y eso se refiere a la voluntad de acogerlo, es decir, lo acepto, lo hago mío para vivir conforme a lo recibido.
Dice san Pablo en la segunda lectura que gracias al Espíritu Santo que hemos recibido, podemos llevar a Jesús, mi Señor. ¿Cómo es que le digo mi Señor? Se lo digo de corazón gracias al Espíritu Santo, es un impulso, entonces, ¡Gracias por el Espíritu que me da fe y puedo exclamar que Tú eres mi Señor!
Pentecostés permanente
Dice también que el Espíritu Santo tiene diferentes dones, es una riqueza, es abundancia: tantos servicios, ministerios en el orden, diáconos, presbíteros, obispos, vida consagrada, matrimonios, seglares. Qué maravillosa Iglesia con los dones del ES, con toda su labor hermosa…y un mismo Señor.
Por último hay que releer los Hechos de los apóstoles, los signos: el viento, ese fuego que se distribuyó, cada uno hablaba en lenguas, en fin.
Queridos hermanos, vivamos un permanente Pentecostés, no solamente hoy. ¿A qué me comprometo?, ¿Qué me pide el Señor?, debo ser dócil al Espíritu Santo y dejarme llevar por su fuerza transformadora y santificadora, pero juntos, en sinodalidad, en unidad.
Que nuestra Madre Santísima, esposa del Espíritu Santo, interceda ante su Hijo por nosotros.
La bendición de Dios Todopoderoso permanezca siempre con ustedes ¡Felices pascuas de Pentecostés!