Es un tiempo en el que la Iglesia en su liturgia se prepara para la celebración del misterio de la Encarnación del Señor; Dios viene y se acerca para nuestra salvación
Formación católica
La palabra Adviento viene de la conjugación del verbo “venir” en latín (ad-venio) y significa propiamente “lo que está por venir” o mejor “llegada”, una presencia que ya ha comenzado. En el uso actual el Adviento es un tiempo en el que la Iglesia en su liturgia se prepara para la celebración del misterio de la Encarnación del Señor; Dios viene y se acerca para nuestra salvación. Además, el Adviento tiene otras connotaciones, pues deja de ser sólo un acontecimiento conmemorativo para hacerse actual y lanzarnos también hacia la meta definitiva de nuestra salvación. En resumen, Adviento es el tiempo de preparación para la venida del Señor, en:
Adviento histórico. Es el recuerdo de la espera en que vivieron los pueblos que ansiaban la venida del Salvador. Desde el origen del universo hasta el momento en que se hace concreta la promesa con el nacimiento de Jesucristo, podríamos decir que es toda la expectativa del Antiguo Testamento a la llegada de su salvador. Escuchar en las lecturas a los profetas nos deja una enseñanza importante para preparar los corazones a la llegada del Señor. Acercarse a esta historia es identificarse con aquellos hombres que deseaban con vehemencia la llegada del Mesías y la liberación que esperaban de él.
Adviento escatológico. Es la preparación a la llegada definitiva del Señor, al final de los tiempos, cuando vendrá para coronar definitivamente su obra redentora, dando a cada uno según sus obras. La Iglesia invita al hombre a no esperar este tiempo con temor y angustia, sino con la esperanza de que, cuando esto ocurra, será para la felicidad eterna del hombre que aceptó a Jesús como su salvador.
En ese orden de celebrar, como la tradición de la Iglesia lo ha enseñado, “las dos venidas del Señor”, no podemos dejar de lado que el punto de articulación de ellas es el tiempo presente y por esta razón el Adviento también es la preparación del hombre de hoy a la venida del Señor. Es un Adviento actual. Es tiempo propicio para la evangelización y la oración que dispone al hombre, como persona, y a la comunidad humana, como sociedad, a aceptar la salvación que viene del Señor. Jesús es el Señor que viene constantemente al hombre. Es necesario que el hombre se percate de esta realidad, para estar con el corazón abierto, listo para que entre el Señor. El Adviento, entendido así, es de suma actualidad e importancia. Esta celebración manifiesta cómo todo el tiempo gira alrededor de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre; Cristo el Señor del tiempo y de la historia.
Primer domingo
Velen y estén preparados
En este domingo, con que iniciamos el Adviento, se resalta como actitud evangélica la vigilancia en espera de la venida del Señor. Y, durante esta primera semana las lecturas bíblicas y la predicación son una invitación con las palabras del Evangelio: “Velen y estén preparados, que no saben cuándo llegará el momento”.
Es importante que como familia nos hagamos un propósito que nos permita avanzar en el camino hacia la Navidad: ¿qué te parece si nos proponemos revisar nuestras relaciones familiares? Como resultado deberemos buscar el perdón de quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan ofendido para comenzar el Adviento viviendo en un ambiente de armonía y amor familiar. Desde luego, esto deberá ser extensivo también a los demás grupos de personas con los que nos relacionamos diariamente, como la escuela, el trabajo, los vecinos, etc.
Esta semana, en familia al igual que en nuestra comunidad parroquial, encenderemos la primera vela de la corona de Adviento como signo de vigilancia y deseos de conversión.
Segundo domingo
¿Con qué actitudes se vive este tiempo de Adviento?
Adviento quiere decir Dios que viene, porque quiere que “todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4). Y esa salvación nos invita a todos a una preparación penitencial. Si Jesús viene para salvarnos, nosotros debemos reconocer que nos hemos alejado de su presencia y debemos volver nuestros ojos hacia Él. Por eso, una de las actitudes propias de este tiempo es la conversión, y esta fue también nota predominante de la predicación de Juan Bautista.
Juan el Bautista y María son los dos grandes ejemplos de una espiritualidad como nos la pide el Adviento. Por eso, dominan la liturgia de ese período. ¡Fijémonos en Juan el Bautista! Está ante nosotros exigiendo y dando testimonio, ejerciendo, pues, ejemplarmente la tarea encomendada como precursor del salvador. Él es el que llama con todo rigor a la conversión, a transformar nuestro modo de pensar. Quien quiera ser cristiano debe “cambiar” continuamente sus pensamientos.
En un termómetro hay bajo cero y sobre cero. La primera conversión es salir de bajo cero y la conversión permanente es estar ya sobre cero, e ir dejando el hombre viejo y llegar a plenitud del hombre nuevo, según la invitación a ascender, el Espíritu Santo en nuestro interior nos impulsa a hacerlo. Es dejar morir al hombre viejo, al pecado, a la carne; y caminar y ascender hasta la total transformación en Jesús.
La conversión es un ejercicio permanente en la vida del cristiano. Es, no sólo salir del pozo abismal de la oscuridad y caminar a pleno día en el llano, sino que es ir muriendo cada vez más, subir, seguir dando pasos, no quedarse estancado o instalado; la meta es la cima de la montaña: ser otro Cristo.
Preguntémonos, ¿qué tanto he subido y acrecentado mi fe, o sigo en el llano? Conversión es caminar y salir de, para ir hacia: del grado uno al grado dos, del dos al diez, del diez al veinte, y no termina nunca. Lo podremos hacer sólo en apertura y docilidad al Espíritu.
Durante esta semana puedes buscar la confesión, para que cuando llegue la Navidad, estés bien preparado interiormente, uniéndote a Jesús y a los hermanos en la Eucaristía.
Tercer domingo
Jesús es el motivo de nuestra alegría
La iglesia siempre ha llamado a este tercer domingo de Adviento el domingo de la alegría o “Gaudete” y se debe a que toda la celebración nos anuncia a Jesucristo como la causa de nuestra alegría. Ya la misma antífona de entrada nos lo anuncia: “estad alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca”. Isaías anuncia: “se alegrará el páramo y la estepa”. El Adviento nos trae la buena nueva de la salvación, nos trae a Jesús. La palabra de Dios al iniciar la Cuaresma habla sobre “el tiempo de gracia, el día de salvación” (2 Co 6,2). Y el Adviento nos muestra que es Jesús el verdadero esperado de los tiempos y que es la promesa cumplida. La salvación se obra para bien del hombre; “los cojos andan, los ciegos ven, los sordos oyen” es el cumplimiento de la profecía de Isaías.
Más no nos podemos quedar en una alegría para gozar internamente, sino que nuestra labor es el anuncio, franco y directo: Dios es nuestra fortaleza. ¡Tengan valor!
Nuestra alegría se debe volver testimonio. No sin razón estas fiestas de Navidad, que ya se acerca, nos invitan a ser personas abiertas y contagiadas de amor fraterno. Pero no de un amor fraterno muy altruista, sino de un amor que concreta y hace real el amor de Dios. ¿Eres tú?… o, ¿hay que esperar a otro?… Jesús responde con su obrar. La felicidad que nos trae celebrar nuevamente la Navidad se debe reflejar en obras concretas, reflejo de Cristo, nuestro salvador, en nuestra vida, en medio de nosotros.
El Evangelio que nos alimenta en el tercer domingo de Adviento, nos ofrece la buena noticia de la fuerza liberadora de la persona de Jesús; al encontrarse con Él la realidad humana tan doliente y atropellada es transformada y se convierte en agente de transformación.
Un misterio de alegría. Se acabaron las caras tristes, las celebraciones “serias” y rutinarias. La fe es una fiesta. Que se viva. Que se nos note. Que nuestra alegría no sea “light” o falsificada. La verdadera alegría no se compra en nuestros mercados, ni se encuentra en nuestras salas de fiesta. Es un dar. Brota de dentro. Pero eso sólo puede ser si nosotros colaboramos en dicha transformación, los cambios no se dan por sí solos; los milagros son los que Dios hace a través de nuestros corazones y nuestras manos.
Cuarto domingo
María, modelo para vivir el Adviento y la Navidad
El anuncio del nacimiento de Jesús hecho a José y a María. Las lecturas bíblicas y la predicación dirigen su mirada a la disposición de la Virgen María, ante el anuncio del nacimiento de su Hijo y nos invitan a “aprender de María y aceptar a Cristo, que es la luz del mundo”.
María, aunque no aparezca con el protagonismo directo en la Palabra de Dios de este domingo, es ejemplo de nuestra aceptación de la salvación. Ella en la sencillez y en la discreción del hogar recibe la buena nueva de Dios, ser madre del salvador.
Le pedimos a Dios en muchas ocasiones signos grandes, presencias llamativas y no somos capaces de descubrir que él nos visita en la sencillez de María, en la sencillez de muchas personas que están en nuestro alrededor, en la palabra amiga del que marcha a nuestro lado calentando con compañía la soledad de nuestro corazón, llenando el vacío de nuestra existencia.
La gran novedad de Dios para traer la salvación está cifrada en una mujer humilde y sencilla que aceptó ser madre del Hijo de Dios; en medio de su labor doméstica en Nazaret recibe tan gran anuncio y tan gran responsabilidad, habilitando así que lo cotidiano y lo sencillo de la vida de un hogar es espacio ideal para que se geste la salvación de la humanidad. Sin minusvalorar el templo y el culto, Dios quiere que su hijo sea inmerso en un ambiente familiar y casero que muestre el colmo amoroso de la encarnación. Y aun así, es nuestra ceguera sutil (a la acción de Dios) la incapacidad para ver a Dios en los hombres y mujeres que nos rodean y ponen un poco de alegría en nuestra vida. No esperemos señales suntuosas y llenas de solemnidad para ver la salvación de Dios obrada para nosotros, no pidamos señales en el cielo extraordinarias como hombres de poca fe, seamos humildes para aceptar dentro de la maravilla del mundo ya hecho, y de las personas próximas, al buen Dios que quiere y busca nuestra salvación.
María es modelo para descubrir en lo sencillo, lo extraordinario de la obra de la salvación. Sin apelar, María se hace la “esclava del Señor” y sin condiciones acepta la salvación realizada en su vientre. José, con dificultades al comienzo, acepta y obra en consecuencia para que María y él den la bienvenida al anunciado por los profetas. ¿Y nosotros?… queremos que la Navidad, que ya está encima, nos toque y Jesús sea para nosotros fuente de salvación, Dios-con-nosotros. María ya lo vive, ella es madre del verbo divino, la virgen encinta va dar a luz. Que ella interceda por nosotros, para aceptar en esta Navidad la salvación que quiere obrar Dios por su Hijo querido en cada uno de nosotros, en nuestros hogares y en nuestra Patria.
Como ya está tan próxima la Navidad, nos hemos reconciliado con Dios y con nuestros hermanos; ahora nos queda solamente esperar la gran fiesta. Como familia debemos vivir la armonía, la fraternidad y la alegría que esta cercana celebración representa. Todos los preparativos para la fiesta debieran vivirse en este ambiente, con el firme propósito de aceptar a Jesús en los corazones, las familias y las comunidades. Encendemos la cuarta vela de la corona de Adviento.