Pbro. Julián Badillo Lucero/ Formador del Seminario
De acuerdo al Censo realizado el año pasado, hubo un descenso en el número de creyentes y un aumento en las personas que no practican alguna religión. Podríamos pensar que esto es un fenómeno normal en todas las sociedades, pues lo mismo pasa en Europa que en otros países de América. Incluso en nuestros círculos sociales cercanos encontramos personas que se declaran no practicantes, algo normal en cuanto que nos vamos habituando a escuchar razones por las cuales la gente deja de creer y en cierto punto les damos cierta razón.
Más la pregunta que debemos hacernos ¿es bueno o mejor dejar de creer en Dios?. En la primera lectura, Moisés, en el Deuteronomio, refiere al pueblo desde su petición de “no volver a escuchar la voz del Señor” dado el temor que sentían de morir. Por ello les anuncia que de entre ellos alguno será llamado a hablar en el nombre de Él, dándole la misión de hacer presente entre sus hermanos la voluntad de Dios. La condición que le pone al pueblo es la de escucharlo.
Ya Dios escogió otra forma de hacerse presente en esta etapa de Israel previo a su entrada a la tierra prometida.
San Pablo, en la segunda lectura, de una manera sencilla trata de orientar a los creyentes en su opción de vida, ¿matrimonio o soltería, cual es mejor? Para él no hay diferencia alguna, porque lo importante es que cada uno haga lo que le corresponde, cumpliendo de una manera diligente aquello que tiene qué hacer. En ambos casos recomienda vivir en presencia del Señor, como una forma de llevar a plenitud la vida misma.
En el evangelio, San Marcos, narra la expulsión de un espíritu inmundo de una persona que estaba en la sinagoga, y lo central no es que este haya salido expulsado, sino más bien el poder que tienen las palabras de Jesús, la fuerza que revela en cada una de sus palabras acompañada de su ejemplo y disposición para servir a quien esta desorientado o bajo opresión del pecado.
Ahora, contestando la pregunta que mencioné antes del comentario a las lecturas, la fe, más que ser un impedimento o algo que obstaculiza la realización de la vida, es una propuesta por parte de Dios para dar continuidad tanto a un proyecto de salvación, como a la vida misma.
Escoge a alguno de entre el pueblo, podrías ser tú a quien Dios llamó para servirlo, tanto en el anuncio, como para escucharlo, de tal manera que puedas hacer de tu realidad una verdadera oportunidad de tener una mejor calidad de vida, con una espiritualidad arraigada y firme, con un proyecto claro en el quehacer cotidiano, y sobre todo con una meta real y comprometida, tanto con Dios, como con nuestra sociedad, recordando que Cristo sigue vigente en su mensaje y en su presencia en la Eucaristía, manifestando el mismo poder, tal vez no para expulsar demonios conforme el evangelio, pero sí para dejar fuera de nuestras vidas los malos espíritus de la duda y de la falta de temor de Dios.
Es bueno creer, y por supuesto que vale la pena luchar por mantener encendida nuestra fe, no para ser uno más, sino para cumplir con diligencia aquello que nos corresponde y colaborar con Dios llevando su mensaje a quien por desánimo o desorientación ha dejado de creer.