Roberto O’Farrill Corona/ Periodista católico
La vivencia de la Cuaresma va obligadamente acompañada de las prácticas cuaresmales, la limosna, el ayuno y la oración, tres prácticas que aunque todo cristiano debiese observar siempre, es en el tiempo de Cuaresma cuando no pueden dejar de concretarse por ser un tiempo de preparación para el acontecimiento salvífico que Cristo nos trae, pues la oración nos comunica con Dios, el ayuno nos hace ver hacia nosotros mismos y la limosna nos relaciona con el prójimo.
Dar limosna, más que un acto solidario, proviene de solicitudes de Dios que se convierten en mandamientos: “Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos, en alguna de las ciudades de tu tierra que Yahveh tu Dios te da, no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano” (Dt 15,7-8), “Pues no faltarán pobres en esta tierra; por eso te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra” (Dt 15,11), “Hijo, no prives al pobre del sustento, ni dejes en suspenso los ojos suplicantes. No entristezcas al que tiene hambre, no exasperes al hombre en su indigencia. No te ensañes con el corazón exasperado, no hagas esperar la dádiva al mendigo. No rechaces al suplicante atribulado, ni apartes tu rostro del pobre. No apartes del mendigo tus ojos” (Si 4,1-5), “En atención al mandamiento, acoge al indigente, según su necesidad no le despidas vacío” (Si 29,9).
Además de acercarnos al prójimo, el dar limosna nos acerca a Dios y nos obtiene su bendición: “El de buena intención será bendito, porque da de su pan al débil” (Pr 22,9), “El que da a los pobres no conocerá la indigencia, el que se tapa los ojos será muy maldecido” (Pr 28,27), “Cuando le des algo, se lo has de dar de buena gana, que por esta acción te bendecirá Yahveh, tu Dios en todas tus obras y en todas tus empresas” (Dt 15,10), “Haz limosna con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no tenga rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara. Regula tu limosna según la abundancia de tus bienes. Si tienes poco, da conforme a ese poco, pero nunca temas dar limosna, porque así te atesoras una buena reserva para el día de la necesidad. Porque la limosna libra de la muerte e impide caer en las tinieblas. Don valioso es la limosna para cuantos la practican en presencia del Altísimo” (Tb 4,7-11).
La práctica de la limosna obtiene el perdón de los pecados: “El agua apaga el fuego llameante, la limosna perdona los pecados” (Si 3,30), “La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado” (Tb 12,9) y es también un mérito para alcanzar la salvación: “Amigos y socorro para el tiempo de tribulación, pero más que ambos salva la limosna” (Si 40,24) como lo asegura Jesús cuando expresa: “Entonces dirá el Rey a los de su derecha: -Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herencia del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me acogieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a verme” (Mt 25,34-36).
La Escritura presenta diversas exhortaciones, por parte del Señor, para comprometerse en dar limosna: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo” (Lc 3,11), “Den más bien en limosna lo que tienen, y así todas las cosas serán puras para ustedes” (Lc 11,41), “Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,3-4), “Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? (1 Jn 3,17), “Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para colmarlos de toda gracia a fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengan un sobrante para toda obra buena” (2Co 9,7-8).
Finalmente, como ya bien sabemos, dar limosna se traduce en alegría: “Hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20,35).