Nadie puede tomar parte en Él si no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo. (S. Justino, apol. 1, 66,1-2).
Parte 2
La vez pasada hablábamos de la comunión y le conté que de pertenecí al grupo de jóvenes DAYT, donde tuve la oportunidad de asistir a nuestro párroco, monseñor Alarcón. En ocasiones, él me pedía llevar la Eucaristía a personas que no podían asistir a misa, decía: llévale el viático a … No me quedaba claro por qué lo nombraba así, pero lo comprendí años después cuando inicié mi vida laboral: el viático es lo que te dan para que vayas de viaje a cumplir con tu tarea.
Nuestra celebración se llama “misa” porque tienen la finalidad de enviarnos a cumplir con el mandato de extender el evangelio, misa viene de misión. Para cumplir con esa tarea es necesario que tomemos el viático, que estemos preparados y fortalecidos a fin de llevar la presencia de nuestro Redentor a nuestras actividades diarias.
El Señor se nos ofrece en la Comunión, no como un reconocimiento a nuestra buena conducta, sino como el alimento que necesitamos para librar la diaria batalla contra nuestros instintos y tentaciones. Dios en su bondad desea que todos nos salvemos, pero conoce de nuestra naturaleza, por ello ha enviado y consentido el sacrificio de su Hijo para otorgarnos un medio de alcanzar la Salvación.
Me gusta acudir a misa y pensar que en el momento de la consagración es Navidad, Jesús está haciéndose presente en el mundo como aquella noche en Belén, adquiere una presencia física para que lo podamos sentir.
Al mismo tiempo, estamos acudiendo al momento mismo en que se despide de sus apóstoles, estamos ahí, contados entre los más íntimos de sus amigos presenciando su última voluntad, su única voluntad que es obtener la salvación de la humanidad. La misa es pues toda una celebración pascual, presenciamos la Última Cena, revivimos el sacrificio de Cristo en la cruz, y al momento de comulgar, es Cristo quien sale del sepulcro, toma una identidad corpórea y se hace presente de nueva cuenta en nuestra persona para continuar con su labor evangelizadora.
Es complicado hacerse a la idea de que uno es merecedor de recibir el Cuerpo de Cristo; al momento de comulgar en cierta forma adquirimos el papel de la Virgen María, y tenemos la dicha de llevar en nuestro interior el cuerpo de nuestro Redentor. María es llena de gracia, inmaculada desde su concepción, bajo esos parámetros me sería imposible acercarme a comulgar, pero Jesús, en su infinita misericordia y con la humildad de su naturaleza, se me ofrece para darme el aliento necesario.
A mi me gusta cocinar personalmente cuando voy a recibir amistades en mi casa, pensar con anticipación en lo que voy a preparar, dedicarle tiempo a la preparación es para mí una expresión del cariño que les tengo. Y pienso que lo mismo ocurre con Jesús, Él está esperando en el altar, ha preparado la mesa y me espera con alegría. Pocas cosas hay que causen tanta desilusión como que te dejen con la mesa servida.
Mucha indignación se levantó por la burda parodia que se hizo de la Última Cena durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos, en mi opinión, con toda la intención de mostrar despreció por la Institución, pero me pregunto, ¿no demuestro el mismo desprecio cuando dejo a Jesús con la mesa servida?
Recibo sus comentarios en el buzón yhablandode@gmail.com, y comentamos al respecto en una próxima ocasión en que nos encontremos hablando de…