Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Muy buen domingo tengan ustedes. Les saludo deseando vivan un domingo lleno de Dios, de alegría en familia. Hoy celebramos el domingo VI del tiempo ordinario.
Hoy se nos presenta en el evangelio un texto muy hermoso de San Marcos y nos habla de un encuentro entre Jesús y un leproso. Es de llamar la atención que es el leproso quien busca a Jesús, leproso quien rompe las reglas y se acerca a Jesús. Los leprosos eran segregados, excluídos, eran los más repudiados, no sólo por la enfermedad en sí misma, sino peor, porque un leproso era considerado un pecador, castigado por Dios y señalado como impuro, apartado, excluído totalmente de la comunidad.
Romper las reglas
La primera lectura del Levítico nos narra muy bien toda la normativa en torno a los leprosos, tenían que vestirse de otra manera, tenían que sonar una campana advirtiendo a todo el mundo soy leproso, tenían que gritar ‘soy leproso’, pero peor: tenía que gritar ‘soy impuro’, para que la gente no se acercara a él y él tenía prohibido acercarse a la comunidad. Pues este leproso rompe la norma y va al encuentro de Jesús, y dice el texto ‘para suplicarle de rodillas’ diciéndole: ‘si tú quieres puedes curarme’.
Así lo leemos en la traducción litúrgica de Marcos, pero si nos vamos al griego, son palabras más fuertes: ‘tú puedes no solamente curarme, limpiarme, purificarme, reintegrarme a la comunidad’.
Jesús de alguna manera también rompe las reglas. En una circunstancia normal Jesús o cualquier otra persona, al ver a un leproso que se acerca, valga la expresión, se retira corriendo, con cualquier expresión de rechazo. Sin embargo, Jesús también le tiende la mano a este leproso. Es un encuentro maravilloso, un encuentro de liberación, de sanaciones, un reencuentro que reincorpora a la comunidad dónde Jesús manifiesta uno de sus sentimientos más profundos: la compasión, la misericordia hacia ese hombre.
Jesús se compadeció de él y extendiendo la mano tocó al leproso y le dice: “Sí quiero, sana” , y por eso al final de ese primer párrafo del evangelio que ha sido proclamado, dice: “inmediatamente se le quitó la lepra y quedo limpio”. ¡Qué hermosa expresión!: quedó limpio.
Otras lepras
Jesús nos sana, nos purifica y limpia interiormente, exteriormente. Este pasaje nos hace pensar en muchas realidades que hoy también vivimos, ¡Cuánta gente expulsada, segregada, apartada! ¡Cuánta gente hay olvidada, señalada, expulsada de la comunidad, que sufre! Diríamos: sigue habiendo muchos tipos de lepra, de marginación y exclusión, muchos rechazados, y hoy Cristo nos da ejemplo y nos enseña a romper con esas estructuras cerradas del mundo de hoy, y abrirnos al pobre, al necesitado, al enfermo, acercarnos a él con esa actitud de compasión, amor y misericordia,.
Por una parte me pongo a pensar en que yo puedo tener una lepra, no física, obviamente, sino la lepra del pecado, del egoísmo. Todos somos pecadores, o alguien se siente excluído, señalado, rechazado. Nosotros podemos tener esa actitud de rechazo hacia alguien o algunos, y eso lo reprueba Jesús.
Jesús nos invita a acercanos con amor y misericordia, tocar al otro, no sólo se refiere físicamente, va más allá: acercarme, escucharlo, ponerle atención, cuidarlo, tenderle la mano. El Papa habla muy fuertemente de los excluídos, rechazados o marginados y nosotros como Iglesia, como cristianos, debemos abrirnos de corazón con un amor compasivo al otro, al más necesitado.
Jesús limpia a aquel hombre y también de alguna manera expresa un sentimiento de dureza y enojo, no por el leproso, sino por la estructura, la mentalidad, y le dice: “No se lo cuentes a nadie, pero para que conste, ve a presentarte al Sacerdote y ofrece por tu purificación, lo prescrito por Moisés”, reincorpórate a la sociedad, el esquema mental te ha marginado.
Es necesario que reincorporemos al hermano a la vida de comunidad, que nos aceptemos unos a otros, que nos acojamos y ayudemos unos a otros.
Ser misioneros
Al final de este texto dice que el hombre comenzó a divulgar su curación, lo que Jesús hizo en él. Esta parte del evangelio es un tono misionero. La Iglesia es misionera, a partir del encuentro con Jesús, que nos limpia, purifica , nos acoge y reincorpora a la comunidad, nosotros estamos llamados a divulgar el evangelio y testimoniar lo que Dios hace en nosotros.
Queridos hermanos, la Palabra de hoy nos invita a salir al encuentro de Jesús, sáname, quítame esta lepra, pero también me invita aceptar a mi hermano, a tenderle la mano a mi prójimo, al más necesitado, que no haya excluidos entre nosotros, ni marginación. Todos somos hermanos, y de la experiencia del encuentro con Cristo, todos debemos ser misioneros, anunciadores de la Buena Nueva, de lo que Jesús va realizando en cada uno de nosotros.
Que el Señor te bendiga y te fortalezca a ti y a tu familia. Y te guarde en todo momento. La bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo esté con todos ustedes.