Pbro. Manuel Bañuelos Soledad/ Vicario parroquial de San Martin Obispo
En la Palabra de Dios del día de hoy, estamos meditando una realidad de la enfermedad del cuerpo físico del ser humano llamada lepra. Una realidad sensible para el pueblo de Israel en aquel entonces. Se llamaba lepra antes a toda enfermedad de la piel. Las personas que padecían algunas de estas enfermedades eran tenidas como “impuras”, deberían separarse de la vida social y eran excluidas del templo. En caso de que la enfermedad desapareciera debería presentarse ante los sacerdotes para que estos verificaran la curación y realizaran los ritos con los que la persona era admitida nuevamente en la vida de comunidad y en el templo (Mc 1,44). ¡Qué realidades tan difíciles, que podemos comprender más en este tiempo de pandemia!, donde no es fácil la convivencia social, por temor de ser contagiado.
La lepra es una enfermedad que no deja ser alguien para lo que está hecho, impide el buen desarrollo de la vida emocional, espiritual, social y vocacional. Es necesario reconocer la enfermedad y poder atenderlo con la ayuda de Dios. Hay que buscar la solución. Para ello es necesario expresarse “estoy enfermo y necesito sanar”, ¡Estoy contaminado! ¡soy impuro! De esta manera, busco la solución, empiezo a pedir auxilio, hago el ruido necesario para ser escuchado. Sin ninguna duda, ese auxilio en realidad se lo pedimos a Dios, como el salmo 130 (129) Desde lo mas profundo te invoco, ¡Señor mío, escucha mi voz! Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Es un desahogo total de nuestro ser, que busca a quien lo consideramos el Todopoderoso, en quien tenemos la confianza, como el leproso de hoy: “Si tu quieres, puedes curarme”.
Las lecturas de hoy nos presentan como débiles, enfermos y que tenemos que acercarnos con nuestro médico, que es Jesucristo. Tantas enfermedades, que no solamente son biológicas, sino también en la vivencia, personal, familiar, comunidad y social. Es necesario reconocer ante el Señor nuestras culpas, no ocultarlas, más bien reconocerlo y pedirle perdón para ser sanado. No nos acostumbremos al pecado, al mal, a las tinieblas, a la mentira, o a la muerte, porque esas son una enfermedad que daña nuestro sentido de ser cristiano.
Tenemos que ser valientes, para darle nombre al pecado, rechazarlo y pedirle a Dios que nos perdone, para ser sanados en nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Hay que hacerlo para gloria de Dios, pues para eso hemos venido. Es importante formar y educar nuestra conciencia, para poder tener las herramientas necesarias, para hacer un buen discernimiento en nuestra vida personal y optar la gracia y rechazar el pecado. Si no se ha hecho así, podemos dar motivo de escándalo, ya que el pecado es pecado y no es aceptado por las conciencias bien formadas por medio del Espíritu Santo.
Dios está con nosotros para sanarnos e iluminarnos en esta vida, hay hermanos que se han dejado llevar por Dios y se han sentido sanos y en su conciencia tienen la libertad de expulsar el pecado, porque saben que no tiene fundamento para la sanación de nuestras almas, todo lo contrario. Es agradable darle el gusto a Dios, pues es una bendición. Tenemos a nuestros hermanos para hacer comunidad, poder dar lo mejor en el espíritu de servicio, al servir; podemos vivir.
Las actividades que realizamos no las hagamos por nuestro interés, más bien se tienen que hacer en el interés de Dios, pues somos de Él y le estamos sirviendo, sin ningún interés personal. Esto es para que se salven todos los demás que necesitan ser sanados por Jesucristo.
Acudir al Señor
La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos (Mt 9, 37). En esta cita bíblica nos recuerda la necesidad de trabajo en la comunidad, por ello es necesario ser sanados nosotros, para seguir sanando a los demás en nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Él se encarnó para dar testimonio del ser humano que puede colaborar con Dios en su obra sanadora. En este tiempo muchos son expulsados de sus ilusiones de seguir a Dios, de ser alguien más para la utilidad de los hermanos, les ganan los malos testimonios, el escándalo, la mala información de la realidad de Dios y se quedan enfermos. Sus orgullos y sus esperanzas han caído en el desorden social, familiar y personal.
Es necesario concientizar al hermano en que la Palabra de Dios es viva y eficaz, en ella encontramos un alimento, una esperanza, una luz, para ser sanados desde nuestras conciencias. La Sagrada Eucaristía es un encuentro con el hermano, en nombre de Dios, pues somos una comunidad formada por él. La Eucaristía le da sentido nuestra Iglesia ya que es una comunidad que peregrina hacia Jesús; de esta manera vamos creciendo y edificando la Iglesia.
Jesús se ha compadecido de nosotros, nos ha extendido su mano para tocarnos y nos dice que sanemos. No está sola nuestra comunidad, está acompañada por la acción del Espíritu Santo, enviado por Jesucristo para la presencia real de nuestro Jesús, médico de nuestras almas. Así que mantengamos viva nuestra fe en el poder del Señor y acudamos a Él, porque quiere ayudarnos.