Roberto O’Farrill Corona/ periodista católico
El sábado 10 de octubre fue beatificado Carlo Acutis, un jovencito que apenas alcanzó la edad de 15 años cuando la leucemia puso fin a su vida en nuestro mundo. Con su formal proclamación como Beato, la Iglesia reconoce que ahora vive la vida que no tiene fin, la vida eterna con Dios, en la Gloria celestial. La santa Misa para su beatificación, presidida por el cardenal Agostino Vallini, Vicario de la diócesis de Roma, se celebró en la medieval ciudad de Asís, en la basílica de san Francisco.
Quienes tuvieron la gracia de conocerle, recuerdan que gustaba de expresar un ejemplo con particular gracia: “Si nos ponemos delante del sol, nos bronceamos; pero cuando nos ponemos delante de Jesús en la Eucaristía, nos convertimos en santos”. También recuerdan que solía afirmar: “La Eucaristía es mi autopista hacia el Cielo. Somos más afortunados que los Apóstoles que vivieron con Jesús hace 2000 años. Para encontrarnos con Él basta con que entremos a una iglesia”.
Carlo nació en Londres el 3 de mayo de 1991 cuando sus padres, Andrea Acutis y Antonia Salzano, se encontraban residiendo allí debido a su trabajo, de donde regresaron a su casa en Milán meses más tarde, en septiembre, para luego trasladarse, en 1994, a un departamento en Ariosto. Desde sus primeros años de vida resultó evidente su alta espiritualidad, no aprendida, pues sus padres no solían asistir a la santa Misa; y él, por su parte, leía las Sagradas Escrituras y las vidas de santos, y encontraba un gran gusto por ingresar a toda iglesia para, como él mismo decía, saludar a Jesús. En efecto, en Carlo se desarrolló una particular amistad con el Señor y una gran devoción a su presencia en la Eucaristía.
Por iniciativa propia, a la edad de siete años pidió recibir por primera vez la sagrada Comunión, y lo logró el 16 de junio de 1998 en la capilla del monasterio de Bernaga, pues sin necesidad de estudiar catequesis, le demostró a su párroco, monseñor Pasquale Macchi, su conocimiento y madurez en la Fe. Desde entonces, su vida se concentró en acudir diariamente a la adoración eucarística y a la santa Misa.
En la homilía que pronunció el cardenal Vallini en la Misa por su beatificación, indicó que Carlo “sentía una fuerte necesidad de ayudar a las personas y descubrir que Dios está cerca de nosotros y que es hermoso estar con Él para disfrutar de su amistad y de su gracia. Para comunicar esta necesidad espiritual utilizó todos los medios, incluidos los modernos medios de comunicación social, que sabía utilizar muy bien, en particular Internet, que consideró un regalo de Dios y una herramienta importante para encontrar a las personas y difundir los valores cristianos. Su modo de pensar le hizo decir que la red no es solo un medio de evasión, sino un espacio de diálogo, conocimiento, intercambio, de respeto recíproco, para ser usado con responsabilidad, sin convertirse en esclavos de ella y rechazando el bullicio digital, en el limitado mundo virtual que es necesario saber distinguir el bien del mal. En esta perspectiva positiva, animó a utilizar los medios de comunicación como medios al servicio del Evangelio, para alcanzar el mayor número posible de personas y hacerles conocer la belleza de la amistad con el Señor. Para ello se comprometió a organizar la exposición de los principales milagros eucarísticos ocurridos en el mundo, que también utilizó al impartir el catecismo a los niños”. En efecto, oración y misión caracterizaron las virtudes heroicas de su breve vida.
El joven beato, posiblemente por revelación divina, sabía que no envejecería, y en varias ocasiones aseguró que moriría joven. Fue a principios de octubre del año 2006 cuando en Carlo se manifestaron los síntomas de la leucemia promielocítica aguda que padecía, y unos días después tuvo que ser ingresado al hospital de San Gerardo, en la ciudad de Monza, Italia, donde, al conocer el diagnostico le dijo a su mamá: -De aquí no salgo más. Luego les hizo saber a sus padres: -Ofrezco al Señor lo que tendré que sufrir, por el Papa y por la Iglesia, para saltarme el Purgatorio e ir directo al Cielo. Y así fue, Carlo murió a los pocos días, el 12 de octubre, murió con una sonrisa esplendorosa, como lleno de felicidad por conocer su destino.
A sus funerales acudieron sus amigos y muchos seguidores suyos para sepultar su cuerpo en Asís, la misma ciudad italiana en la que 15 años después sería beatificado, para mayor gloria de Dios, para bien de la Iglesia y como un ejemplo providencialmente actual para la juventud.