Queridos hermanos y hermanas:
Hoy escuchamos al Concilio Vaticano II, para descubrir que evangelizar es siempre un servicio eclesial, nunca solitario, nunca aislado, nunca individualista. La evangelización se hace siempre in ecclesia, es decir, en comunidad y sin proselitismo, porque eso no es evangelización.
La fe se recibe y la fe se transmite. Este dinamismo eclesial de transmisión del Mensaje es vinculante y garantiza la autenticidad del anuncio cristiano.
Una verificación
La dimensión eclesial de la evangelización constituye, pues, un criterio de verificación del celo apostólico. Una verificación necesaria, porque la tentación de proceder “en solitario” está siempre al acecho, sobre todo cuando el camino se hace intransitable y sentimos el peso del compromiso.
Igualmente peligrosa es la tentación de seguir caminos pseudo eclesiales más fáciles, de adoptar la lógica mundana de los números y las encuestas, de confiar en la fuerza de nuestras ideas, programas, estructuras, “relaciones que cuentan”. Esto no vale, esto debe ayudar un poco, pero lo fundamental es la fuerza que te da el Espíritu para anunciar la verdad de Jesucristo, para anunciar el Evangelio. Lo demás es secundario.
Ahora, hermanos y hermanas, nos situamos más directamente en la escuela del Concilio Vaticano II, releyendo algunos números del Decreto Ad gentes (AG), el documento sobre la actividad misionera de la Iglesia. Estos textos del Vaticano II conservan plenamente su valor incluso en nuestro contexto complejo y plural.
En primer lugar, este documento, AG, nos invita a considerar como fuente el amor de Dios Padre, que “con su inmensa y misericordiosa benevolencia liberadora nos crea y, además, por gracia nos llama a participar de su vida y de su gloria”. Esta es nuestra vocación. Por pura generosidad ha derramado y sigue derramando su divina bondad, para que, así como es creador de todo, sea también ‘todo en todos’ (1 Cor 15,28), procurando tanto su gloria como nuestra felicidad” (n. 2).
Nadie excluído
Este pasaje es fundamental, porque dice que el amor del Padre tiene como destinatario a todo ser humano. El amor de Dios no es sólo para un pequeño grupo, no… para todos. Meteos bien esa palabra en la cabeza y en el corazón: todos, todos, nadie excluido, eso es lo que dice el Señor.
Y este amor a todo ser humano es un amor que llega a cada hombre y a cada mujer por la misión de Jesús, mediador de salvación y redentor nuestro (cf. AG, 3), y por la misión del Espíritu Santo (cf. AG, 4), que actúa en todos y cada uno, bautizados y no bautizados. El Espíritu Santo actúa!.
El Concilio, además, recuerda que es tarea de la Iglesia continuar la misión de Cristo, que fue “enviado a llevar la buena noticia a los pobres; por eso -continúa el documento Ad gentes- es necesario que la Iglesia, siempre bajo la influencia del Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, siga el mismo camino que siguió Cristo, es decir, el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la abnegación hasta la muerte, del que luego salió victorioso cuando resucitó” (AG, 5). Si permanece fiel a este “camino”, la misión de la Iglesia es “la manifestación, es decir, la epifanía y la realización, del designio divino en el mundo y en la historia” (AG, 9).
Gracia de Dios
Hermanos y hermanas, estas breves pistas nos ayudan también a comprender el sentido eclesial del celo apostólico de cada discípulo-misionero. El celo apostólico no es un entusiasmo, es otra cosa, es una gracia de Dios, que debemos custodiar.
¿Es usted cristiano? “Sí, he recibido el Bautismo…”. ¿Y evangelizas? “Pero, ¿qué significa esto…?”. Si no evangelizas, si no das testimonio, si no das testimonio del Bautismo que has recibido, de la fe que el Señor te ha dado, no eres un buen cristiano. En virtud del Bautismo recibido y de la consiguiente incorporación a la Iglesia, todo bautizado participa en la misión de la Iglesia y, en ella, en la misión de Cristo Rey, Sacerdote y Profeta.
La evangelización es un servicio. Si una persona se dice evangelizadora y no tiene esa actitud, ese corazón de siervo, y se cree amo, no es evangelizadora, no… es un pobre hombre.
Este don no es sólo para nosotros, es para darlo a los demás. Y nos lleva también a vivir cada vez más plenamente lo que hemos recibido, compartiéndolo con los demás, con sentido de responsabilidad y caminando juntos por los senderos, a menudo tortuosos y difíciles, de la historia, en espera vigilante y laboriosa de su cumplimiento. Pidamos al Señor esta gracia, para comprender esta vocación cristiana y dar gracias al Señor por lo que nos ha dado, este tesoro. Y tratar de comunicarlo a los demás.