Diana Adriano
Con motivo de la fiesta de la Conversión de San Pablo, que la Iglesia conmemora el 25 de enero, recordamos cómo este evento marcó un antes y un después en la vida de uno de los más grandes apóstoles de Jesús. Pero la conversión no es solo un relato del pasado; sigue ocurriendo hoy en día en las vidas de muchas personas, acercándolas a Dios, transformándolas, y haciéndolas testigos de Cristo.
Este es el caso de Arturo Saucedo Barraza, un hombre cuyo testimonio refleja una profunda transformación espiritual y humana. Arturo es el autor y escultor del marco que embellece la imagen de la Virgen Desatadora de Nudos resguardada en la parroquia Santa Inés, en la Colonia Fidel Ávila. Pero detrás de este arte sagrado hay una historia de lucha, redención y fe.
Arturo relata cómo pasó de una vida marcada por las adicciones, el alcoholismo y la calle, a una existencia dedicada al servicio de Dios.
“Dios me utilizó para que hiciera este cuadro, y le doy gracias porque me ha tomado en cuenta desde que más lo necesitaba”, compartió en entrevista con Presencia.
Arturo vivió los años más oscuros de su vida consumiendo heroína, viviendo en las calles y enfrentando intentos de suicidio.
Pero en ese abismo de desesperación, pudo encontrar una luz.
“Le reclamé a María. Le dije: ‘Si dices que eres la Madre de Jesús, ayúdame’. Y fue en un momento de llanto cuando sentí que ella comenzó a caminar conmigo hacia el Señor”.
El camino hacia su recuperación no fue sencillo. Arturo tuvo que enfrentarse a múltiples recaídas y momentos de desesperación. Sin embargo, encontró apoyo en un grupo de Alcohólicos Anónimos, donde permaneció durante más de dos años.
Después de una recaída que lo llevó nuevamente a la oscuridad, una persona clave lo animó a buscar refugio en la fe.
“Me dijeron: ‘Turi, no hay otro camino más que acercarse al Señor’. Y ese día tomé la decisión de buscar una Iglesia”.
Su encuentro con Dios
Arturo recordó el momento en que llegó a la capilla María Reina, un templo ubicado cerca del Mercado de Abastos. Tenía en su mente el propósito de despedirse de Dios antes de quitarse la vida.
Había planeado comprar una botella de tequila y terminar con su sufrimiento. “Me sentía solo, triste, desolado, y fui a despedirme de Dios, porque ya no podía más”, confesó.
Al llegar, la capilla estaba vacía. Arturo permanecía afuera de la reja, atrapado en su dolor, cuando una servidora se acercó y le preguntó qué necesitaba. Aunque lleno de resentimiento y desesperanza, pidió hablar con alguien.
La servidora lo invitó a entrar y abrió la capilla para que pudiera desahogarse. Frente al crucifijo, Arturo se derrumbó.
“Lloré y lloré. No sé cuánto tiempo estuve ahí, pero cuando salí, me sentía más liviano, como si hubiera dejado algo ahí”, recuerda.
Al día siguiente, Arturo asistió a la misa de los miércoles, donde conoció al padre Benjamín. La interacción no fue como esperaba. En lugar de palabras reconfortantes, el sacerdote lo recibió con dureza, algo que por muy sorpresivo que le pareciera, lo motivó a quedarse.
La homilía de ese día versó sobre el hijo pródigo, un mensaje que Arturo sintió como dirigido especialmente a él. “Pensé que el padre había contado mi historia, pero era Dios hablándome a través de él”, dijo en entrevista.
Reconoció que esa misa marcó el inicio de su transformación, pues ahí fue invitado a asistir a las asambleas de la Renovación Carismática Católica los jueves, donde conoció a Gema, una mujer que se convertiría no solo en su guía espiritual, sino también en su compañera de vida. “Ella dice que cuando me vio llegar, estaba destruido, pero desde ese día no me soltaron, ni ella, ni Dios”, dijo Arturo.
Hoy, este hombre lleva 15 años felizmente casado y es un miembro activo de la Iglesia.
“Es un proceso -reflexiona- pero bendito sea Dios, porque me dio la oportunidad de una nueva vida”.
Crear en medio de la lucha contra el Cáncer
Tras la lucha que libró para salir de las adicciones y de la desesperanza, hoy Arturo enfrenta una nueva batalla contra el cáncer de hígado.
“Cuando me dijeron que tenía cáncer me entristecí mucho, me dio el bajón”, confesó Arturo. Pero recordó que, tal y como le dijo su esposa aquella vez, ni Dios ni ella lo dejarían.
“Ella me dijo que el Señor no quería hombres débiles, sino fuertes, y que esto era parte de un propósito mayor”, relató.
Así, Arturo ha podido enfrentar un difícil camino en busca de su recuperación. Han pasado 28 sesiones de quimioterapia, lo que ha puesto a prueba no solo su cuerpo, sino también su espíritu.
“Esto no es solo una lucha contra la enfermedad, es un proceso de aprendizaje y confianza en el Señor”, comenta Arturo, quien, lejos de rendirse, ha retomado la carpintería para mantenerse ocupado y enfocado, mientras crea piezas que reflejan su agradecimiento y amor a Dios.
Proceso creativo
Gema, esposa de Arturo, narró el proceso detrás de una de las creaciones más significativas de su esposo.
Todo comenzó cuando el padre Hugo, párroco de Santa Inés, compartió la búsqueda de un artista que pudiera enmarcar una imagen de la Virgen Desatadora de Nudos, la cual quería entronizar en su templo.
“Una amiga de la Renovación nos recomendó en una publicación de Facebook. El Padre revisó nuestra página, y al ver los marcos que Arturo había hecho, dijo: ‘Este es el que ando buscando’. Desde ese momento, supimos que esto era obra de Dios”, relató Gema.
La elaboración del marco fue un proceso extraordinario.
“Cada detalle fue guiado por Dios. Arturo decía que el Señor le iba indicando qué hacer, dónde colocar cada pieza. Hubo lágrimas, cansancio y muchos obstáculos, pero siempre sentimos que había algo divino en lo que estábamos haciendo”, explicó la entrevistada.
La obra
Dijo que aun con sus defensas bajas, presión alta y dolores musculares, Arturo dedicó meses a la obra:
“Nuestra sala era el taller, el patio, su espacio de trabajo. Me preocupaba cómo iba a mover el marco, que pesa 250 kilos. Pero Arturo siempre decía que Dios le daba las fuerzas necesarias”, recuerda.
“Lo veía exhausto, pero con una paz que solo Dios puede dar”, compartió Gema con la voz entrecortada.
Ya concluído, se requirió la ayuda de diez hombres para colocar el marco en la parroquia.
“Cuando se lo entregamos al padre, Arturo le dijo: ‘Págueme lo que usted considere justo, y estaremos conformes’. Para nosotros, lo más importante fue cumplir con lo que Dios nos pidió, más allá de lo económico”, añadió Gema.
Así, la obra se convirtió en un testimonio de que en medio de la enfermedad y el agotamiento, es posible responder al llamado de Dios y convertir el sufrimiento en una ofrenda de amor.