Mons. J. Guadalupe Torres Campos
Les saludo con mucho cariño, bendiciones para todos ustedes. Vamos iniciando el Tiempo Ordinario, hoy, segundo domingo del Tiempo Ordinario.
En este domingo, en el Evangelio de San Juan, escuchamos la narración de las bodas de Caná, un tema muy hermoso que podemos aplicar a nuestra vida, a la vida cristiana.
Dice que hubo una boda en Cana de Galilea. ¿Cómo asisten? Por una parte, la Virgen María asiste. Yo creo que en esos pueblos, todo el pueblo es invitado y todos asisten, así sucedía.
Primero contemplaba a María presente en la vida social, no quedarnos con una María en su casa, encerradita rezando, sino normal, una mujer de pueblo, de comunidad, relacionada con todos, que está atenta a los acontecimientos de la comunidad de Caná. Ahí está en la boda, participando.
Dice el texto que también Jesús y sus discípulos fueron invitados. Jesús anda en el mar, anda en la montaña, anda en el desierto, va empezando su ministerio y hace presencia con sus discípulos en esta boda. Jesús metido en las realidades temporales. Eso nos enseña el evangelio tanto de la Virgen María, como de Jesús.
Aplicarlo a mí, no quedarnos en el escritorio o en la casita, ¡Claro!, hay ocupaciones, tareas propias de escritorio o en la casa, pero en el caso mío, obispo, en el caso de los sacerdotes y en el caso de todo mundo, debemos salir, compartir la vida de la sociedad, interesarnos por las realidades del mundo, para hacer presencia al evangelio y del mensaje de Dios, para dar testimonio de nuestra vida, para darnos cuenta de lo que sucede, para luego poder aportar cosas buenas para la Iglesia, para la sociedad, para el mundo.
En esa boda, dice el texto, faltó el vino. En esas sociedades ¡qué problemón!, y le dice la Virgen María a Jesús: ‘Hijo, ya no tienen vino’. Es una situación, falta algo, y María procediendo ante su hijo. La labor de María es servir, acompañar a los novios, a la familia, pero también ser intercesora.
En nuestra vida y ministerio, en la familia, en la iglesia, en la sociedad, hoy pudiéramos preguntarnos ¿qué falta en la sociedad? ¡Tantas cosas! Paz, armonía, amor, ¿qué falta en la familia? Diálogo, comprensión, ¿qué falta en mi vida? Tranquilidad, serenidad, fe, ¿qué falta? Acá faltó el vino. El vino de la esperanza, el vino del amor, el vino de la paz, el vino de la armonía, el vino de la alegría, faltó el vino.
Pero qué bueno que tengamos a María que nos conoce, y ella conoce qué nos falta. Pero hay que decírselo a María: me falta paciencia, me falta tranquilidad, me falta salud. Y ella va, seguramente, con su hijo. María intercede.
Jesús como que de momento le dice, espérate, no ha llegado mi hora, ¿qué podemos hacer? Pero María, como buena madre, simplemente dice a los trabajadores: ‘hagan lo que Él les diga’. Jesús hace caso a María, su madre.
Había ahí, dice el texto, seis tinajas de piedra. Jesús dice, llenad de agua las tinas. No sé si sea muy dura la expresión, pero esas tinajas están vacías, mi tinaja está vacía de algo, pero ahí está la tinaja, ahí está el contenedor, llénenlos de agua.
Entonces los trabajadores las llenan de agua, y saca Jesús un poco en un recipiente, se lo da al encargado, lo prueba…¡el milagro de las bodas de Caná!: convierte el agua en vino.
Hermanos, es un texto sencillo, muy hermoso que tenemos que aplicar a nuestra vida: tengo vacíos, carencias, me falta algo, pide a María para que interceda.
Y hay que poner nuestra parte, yo pongo el agua, lleno esta tinaja de agua y Jesús transforma el agua en vino. Jesús, aquí están mis vacíos, aquí están mis angustias, aquí están mis ilusiones, mis proyectos, aquí está mi vida, los pongo en esta tinaja. Tú eres una tinaja, llénala de agua, de esperanza, de confianza en Dios, de fe, de oración, de tus cualidades, proyectos…y Jesús, sin duda alguna, hará el milagro, convertirá esas ilusiones, proyectos, preocupaciones, esas angustias, en un vino sabroso, que es amor, que es petición, que es sabiduría, que es gracia.
Es una corresponsabilidad, un trabajo en común: yo pongo lo mío, Dios, Cristo, pone lo suyo y viene el milagro de Caná. Que empezando el año, llenemos nuestras tinajas de agua y dejemos que el Señor haga el resto.
Queridos hermanos, seguimos nuestro Año jubilar, Año de la esperanza, Jubileo de la esperanza.
Los sigo invitando a que acudan a las iglesias jubilares, Catedral, en primer lugar, para que ganen su indulgencia, para que participemos con gozo y con esperanza y seamos bendecidos por el Señor.
La bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo permanece siempre con ustedes. Un abrazo, los quiero mucho.