Pbro. Julián Badillo/ formador del Seminario
En las presentes formas de pensar en nuestra sociedad actual, hay una que cada vez más se está haciendo manifiesta dentro de la vida de las parejas que pretenden contraer matrimonio: no tener hijos. ¿Los motivos? Pueden ser varios, tal vez una infancia no muy agradable por las limitaciones económicas, o la experiencia vivida en la familia por las diversas situaciones dentro de ella. O bien simplemente porque nada más dan cabida al amor esponsal y no al paternal.
Para entender un poco sobre el tema que se pretende abordar en esta reflexión, seguiremos los siguientes puntos:
- El amor conyugal
en la exhortación apostólica “La Alegría del amor”, el Papa Francisco hace referencia a este punto: “Es el amor que une a los esposos, santificado, enriquecido e iluminado por la gracia del sacramento del matrimonio. Es una «unión afectiva», espiritual y oblativa, pero que recoge en sí la ternura de la amistad y la pasión erótica, aunque es capaz de subsistir aún cuando los sentimientos y la pasión se debiliten. Porque ese amor fuerte, derramado por el Espíritu Santo, es reflejo de la Alianza inquebrantable entre Cristo y la humanidad que culminó en la entrega hasta el fin, en la cruz: «El Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó. El amor conyugal alcanza de este modo la plenitud a la que está ordenado interiormente, la caridad conyugal»”. (AL 120).
Esto da a entender cómo el amor que se vive dentro del matrimonio no es una realidad egoísta sólo para los cónyuges, ni aislada o al margen de la sociedad, sino más bien representa una realidad de lazos profundos que reflejan el misterio de la unión de Dios y la humanidad, con lo que se abre la relación esponsal a ser testigo en el mundo del amor y manifestando la presencia de Dios en nuestra realidad.
- La vocación al matrimonio
En nuestra fe cristiana es preciso recordar que toda nuestra existencia es un llamado, primero a la vida; después, por la gracia de Dios, cada quien nos descubrimos invitados a elegir un modo para vivir y servir al Señor y a nuestros hermanos. El matrimonio es un llamado, por lo que exige una reflexión y un discernimiento profundo en razón de responder a nuestra propia naturaleza humana y así lo dice el Catecismo de la Iglesia católica: “Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre.” (CIC 1604). Así también el papa Francisco hace referencia de este llamado: “El matrimonio es una vocación, en cuanto que es una respuesta al llamado específico a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia. Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional”. (AL 72)
- El Sacramento del Matrimonio
Antes de tomar el consentimiento de los contrayentes, el sacerdote celebrante, como parte del rito, hace un breve escrutinio, con la finalidad de que los novios que declaren sus intenciones con respecto a si comparecen por voluntad propia y en plena libertad de elección, si serán fieles el uno al otro, y si aceptarán tener hijos y educarlos de acuerdo a los cánones de la iglesia católica. Esto último puede no preguntarse sólo en razón de la edad avanzada o alguna otra circunstancia, siempre y cuando no sea el deseo manifiesto de no querer tener hijos. Previo a la celebración del sacramento, durante la presentación canónica que hacen los contrayentes en su parroquia, el investigador pregunta sobre los planes de abrirse a la paternidad, con la finalidad de que nada se oponga a la validez del sacramento (Can. 1066).“En la acogida mutua, y con la gracia de Cristo, los novios se prometen entrega total, fidelidad y apertura a la vida, y además reconocen como elementos constitutivos del matrimonio los dones que Dios les ofrece, tomando en serio su mutuo compromiso, en su nombre y frente a la Iglesia” (AL 72).
- Los fines del matrimonio
Todo tiene su razón de ser, todo tiene un por qué y para qué, y el sacramento del matrimonio, según lo considera la Iglesia Católica, a norma del Canon 1096, es necesario que los fieles antes de dar su consentimiento conozcan al menos que es para toda la vida y para la generación y educación de la prole. Por lo que, si queda fuera alguno de estos dos fines, no puede haber matrimonio que sea considerado como tal, dentro de la Iglesia. Aunque en el canon citado refiere a la ignorancia por la falta del conocimiento debido, pone énfasis en estos dos aspectos como lo básico, más dicha ignorancia no se presume, después de la pubertad. De tal forma que los cónyuges contraen matrimonio católico con la finalidad implícita de abrirse al don de la vida. El matrimonio lleva a vivir el amor, pero un amor fecundo, abierto a la vida, para recibirla y disponerse a custodiarla como un don que Dios confía a los nuevos esposos: “El amor siempre da vida. Por eso, el amor conyugal «no se agota dentro de la pareja […] Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre” (AL 165).
- La nulidad del matrimonio
Ya en algunos puntos anteriores se mencionó acerca de la válida celebración del matrimonio o su validez. De acuerdo a lo que hemos reflexionado sobre lo que es y significa el sacramento del matrimonio para nosotros como católicos, es necesaria la voluntad de asumir como propia la voluntad de Dios en lo que conlleva la realidad sacramental, puesto que no estamos hablando de un mero evento social o algún rito para la buena suerte, sino más bien de un estado de gracia, de cercanía con Dios, por lo que el no cumplir al menos con lo básico, estamos frente a un posible caso de nulidad matrimonial. El canon 1101 § 2 nos dice: “Pero si uno o ambos contrayentes excluyen con un acto positivo de la voluntad el matrimonio mismo, o un elemento esencial del matrimonio, o una propiedad esencial, contraen inválidamente”. De tal forma que tiene que haber una concordancia entre la convicción interior con la voluntad manifestada exteriormente para que haya un consentimiento real y verdadero, realizándose de esta forma el sacramento matrimonial. Pero si existiera una discordancia entre lo querido y lo manifestado, estaríamos viendo una simulación, en la que uno o los dos contrayentes no quieren en su interior el matrimonio como tal o alguno de sus aspectos, dando como resultado un consentimiento inválido, porque faltaría el o uno de los objetos del sacramento. Para comprobar dicha discordancia se requiere que la exclusión o simulación se realice por medio de un acto de la voluntad de uno o ambos cónyuges, ya sea presente en el momento del consentimiento o manifestado previamente y mantenido aun en la celebración. Hay dos actos de la voluntad contradictorios: externo que es el querer contraer matrimonio y el interno, donde voluntariamente se excluye alguno de los elementos del sacramento, cuando en todo caso solamente se refleja un matrimonio al antojo y capricho de los cónyuges.
Ante lo expuesto, es necesario que dentro de las familias, así como en nuestras comunidades se tenga una clara conciencia de lo que significa pretender contraer matrimonio por la Iglesia.
Sabemos que estamos llamados a un seguimiento de Jesús en un camino de discipulado, donde nuestra formación cristiana debe de llevarnos a una vida de fe, para que descubriendo los misterios de Dios descubramos la vocación que cada quien esta llamado a realizar en su vida.
En el caso del matrimonio, los cónyuges deben saber descubrir dentro de su proceso personal de fe, que Dios los llama en la Iglesia a servir como matrimonio al mundo, y con alegría realizar la gracia sacramental de lo recibido como un Don del Señor.
Realizarse en el matrimonio no es sólo un proyecto de dos personas, sino que es un disponerse a llevar a cabo la tarea que Dios les encomendó.
Dejar fuera a los hijos en el matrimonio no sólo implicaría vivir una realidad ficticia, sino que sería limitar la capacidad y la riqueza de los contrayentes y coartar la fecundidad del amor conyugal.
frase…
Realizarse en el matrimonio no es sólo un proyecto de dos personas, sino que es un disponerse a llevar a cabo la tarea que Dios les encomendó