Pbro. Leonel Larios Medina /comunicólogo
Hace unos días, pero ya de este año recién estrenado, daba un consejo que yo mismo me aplicaba. En la noche antes de cerrar los ojos para dormir, en vez de ver algún programa televisivo, sea noticiero o de entretenimiento, iba a encender mi lámpara y dar un buen vistazo a las hojas de uno de los libro nuevos, todavía por estrenar, que tenía en mi librero.
Me encontré con un amigo autor (fue mi amigo aunque él nunca lo supo pues murió en noviembre del 2020) llamado Carlos G. Vallés. En los ‘90s me regalaron un libro suyo: “Viviendo juntos”, que me ayudó mucho en la formación comunitaria del Seminario. El nuevo volumen entre mis manos se llama: “Dime cómo hablas” del 2013. Otro libro de muchos que escribió y que les recomiendo ampliamente.
Pues ahí estábamos los dos a media luz, en el silencio de la noche. El libro me hablaba y yo atento descubría cosas muy interesantes. Es la colección de breves capítulos que compendian un mismo tema de psicolingüística. Y es que es cierto, hablamos de lo que somos y lo que leemos transforma nuestro ser.
Una de las anécdotas de sus primeras páginas es la crítica que le hace a este español de haber aprendido inglés en la India. Lo hacía una persona nacida en Inglaterra, pero que no hablaba precisamente el mejor inglés de Oxford. La riqueza de nuestro lenguaje, lo sencillo, pero bien hablado, revela nuestra formación y nuestro interés por la lectura.
A finales del siglo pasado se decía de la televisión que era la “caja boba”, o mejor dicho “embobadora”, pues tenía de manera pasiva a muchas personas sentadas, llenándose de comerciales y viendo una película por casi tres horas (¡y eran de 110 minutos!). A diferencia de la radio, el nuevo medio a color, ofrecía la riqueza de la imagen, el sonido y los subtítulos.
Ahora son otros los medios más sofisticados, y por medio del internet, que nos entretienen. He escuchado a enfermos convalecientes hartarse de películas y de camas, pero no de libros. ¿Será que las letras impresas son un alimento que sí nutre y que no engorda como la tele?
Volvamos a nuestro libro. “Mi lenguaje es parte de mi mismo, ha crecido conmigo, ha crecido conmigo desde mi infancia, lo han condicionado mi familia, mi ambiente, mi educación y mi historia, y lo han formado mi genio y mi carácter. Es tan mío como las arrugas de mi cara o las líneas de la palma de mi mano… Y, más aún, mi lenguaje es la imagen de mi mente, las huellas de mi carácter, el perfil de mi alma.” ¿Lo sentiste? Al leer estas palabras ibas asintiendo y reflexionando sobre tu manera de hablar.
Al iniciar este año, no sólo con buenos propósitos, sino con firmes decisiones, la lectura debe ser una de ellas. Reflexionar sobre lo que platico al encontrarme con la gente que quiero, o llamarles por teléfono. No está por demás ponerme ante el espejo y hablarme, aunque sea con la mirada, pero pensar en mis palabras que revelan mi alma. Gritan lo que pienso y lo que soy. Es un buen tiempo para desempolvar esos libros de la sala y dar un descanso, aunque sea de unos minutos al celular. El mejor libro sin duda es la Biblia, esa sí que la recomiendo. En fin, apagar la caja boba, la computadora y dar ese gran paso, sólo para atrevidos, de la tele a la lámpara.