Felipe Monroy/ Periodista católico
Debo aclarar que no soy ningún experto en educación; pero sí en pleitos. Por ello siento una responsabilidad de no opinar sobre los procesos, los contenidos u otros detalles respecto al desarrollo, creación, edición, impresión, distribución o capacitación de los libros de texto gratuito que, año con año, el gobierno desarrolla para millones de mexicanos; pero sí considero importante una reflexión sobre la construcción polemizada, polarizada y manipuladora con la que se ha pretendido dividir al pueblo mexicano con fines meramente partidistas y utilitarios.
Para comprender la manipulación debemos contextualizar el asunto de los libros, porque en el fondo, estas herramientas didácticas son una excusa para expresar posiciones respecto al sistema educativo y su destino. Gracias a los auténticos expertos se puede poner altura de miras a este entuerto; Juan Martín López Calva, doctor en Educación, por ejemplo, nos recuerda que todo modelo educativo siempre tendrá una fundamentación filosófica y una dimensión política.
Esta aclaración ayuda, porque en el fondo, el conflicto no es sobre la calidad de los libros o sus contenidos (desde que tengo memoria siempre han tenido su larga lista de fe de erratas) sino sobre la pertinencia o necesidad de las actualizaciones del modelo educativo mexicano. El verdadero conflicto es sobre los preceptos filosóficos y políticos que debe tener o no la educación en México. Y, para ser honestos, muchos no sólo no quieren tener ese debate sino que, por desgracia, no estamos capacitados para tenerlo.
Por ejemplo, ¿qué significa ‘calidad’ en la educación? ¿Aquella que conduce a una evaluación perfecta en los estándares globales o quizá a la que favorece la autogestión de los desafíos de aprendizaje individual y colectivos? ¿Una educación es exitosa cuando ayuda a reproducir la organización y el sistema social, o cuando ayuda a transformarlo? ¿Es deseable una educación que sólo garantice la instrucción necesaria para insertar a los ciudadanos a un sistema social injusto e inmutable? ¿La educación pública es hoy un factor de movilidad social como funcionó hace décadas o ya no? ¿Debería serlo o ya no?
Como se ve -y debemos reconocer-, no todos estamos capacitados para aportar inteligentemente a este debate. Por desgracia, la educación que tenemos desde hace años sólo nos ha servido para simplificar conflictos y quizá para hacer memes con superficialidades. Y ahí es donde vivimos con gozo: en el pleito.
Por eso, el tema ha llegado a niveles de falso debate, a la dicotomización que reduce a los actores sociales a tres opciones: Ser defensores de una posición, ser adversarios de aquella posición o ser meros observantes del pleito. En pocas palabras, todos los que simplifican el conflicto educativo se definen o buscan definir a los demás en aplaudidores, abucheadores o espectadores. Cuesta trabajo admitir que, cada mensaje en redes sociales lleno de alarmismos, de justificaciones o de memes sobre el conflicto educativo, sólo refleja el rostro más pedestre de un hincha en un estadio.
Esto, por supuesto, es sumamente útil a la política carroñera que se alimenta tanto de los despistados como de las desgracias. Así, un grupo político que no tiene ni siquiera una sola propuesta sobre un modelo educativo (de modelo integral, no de cositas superficiales que se prometen en campaña) llena la conversación de alarmismos exagerados; y, por otra parte, otro grupo político, que no quiere reconocer sus errores, llena de victimismo y justificaciones un debate que sí requerimos como pueblo. Ambos, sin embargo, coinciden en querer organizar a la sociedad en aplaudidores o abucheadores. Hasta allí quieren nuestra participación.
Ahora bien, ¿existe una manera de superar estas artimañas políticas de polarización? Quizá sí, la des-dicotomización. Es decir, la apuesta a un auténtico debate donde las posturas no se autoexcluyen.
Me explico: El pleito que vemos es un típico caso de dicotomización lógica en el que un concepto A (la educación en México) se ha dividido artificialmente en dos: B y C (la presencia de los libros de la Nueva Escuela Mexicana y la ausencia –o retiro– de los libros de la Nueva Escuela Mexicana). Los nuevos conceptos (B y C) son excluyentes entre sí y simbólicamente quieren representar la totalidad del concepto precedente (A). Sólo visto así puede uno darse cuenta del falso debate y de las intenciones conflictivas de quienes lo alimentan.
La des-dicotomización, por el contrario, requiere de evidencias intermediarias que sólo se pueden encontrar en los hechos y en la realidad educativa en México: ¿Qué significa la educación (en especial la pública) para los estudiantes, los padres de familia, el magisterio y el resto de estructuras intermedias de la sociedad? ¿Cómo se vive, goza y padece el sistema educativo? ¿Cómo impacta en el desarrollo de las virtudes y habilidades de niños, niñas, adolescentes y jóvenes? ¿Y en sus hogares? ¿Y en los centros laborales? ¿Y en la convivencia y atención de desafíos comunitarios?
Dichas evidencias (historias, ejemplos, casos concretos) sólo pueden encontrarse y ser narradas por sus auténticos actores: Desde las diversas experiencias pedagógicas y administrativas del profesorado en las escuelas y, especialmente, desde las voces de estudiantes y de sus padres sobre las expectativas que tienen de la educación.
Si aún con esto, hay quienes siguen en sus trece queriendo ser aplaudidores o abucheadores de un pleito que se ha exagerado con fines propagandísticos y partidistas, les recomiendo un ejercicio: pregunten a padres de familia y a menores (especialmente a quienes no pueden acceder a la instrucción privada, es decir al 90% de la población) si creen que la educación es importante para alcanzar sus principales objetivos en la vida y por qué. Quien sabe, quizá se sorprendan de lo minúscula que es su obsesión.