Leonel Larios Medina/ Rector de la Catedral de Parral
Ya se ha hecho una tradición que al terminar un viaje apostólico el Papa Francisco tenga una pequeña rueda de prensa en el avión donde viajan con él unas decenas de periodistas. Fueron variados los temas tratados: experiencia en Portugal en la Jornada Mundial de los Jóvenes, la inclusión de todos en la Iglesia, la participación de la mujer en la Iglesia, el tema de los abusos a menores, su salud, la paz mundial y la omisión de Francia en un discurso.
Respecto a este último, el Papa hizo dos señalamientos: el salirse del discurso oficial para él es una técnica de comunicación, pues depende de la audiencia. Los jóvenes no ponen atención durante tiempos prolongados de discursos por eso los hacía repetir cosas, compartía experiencias. En concreto, la omisión de Francia y otros países fue por la incomodidad de una luz que le pegaba a los ojos, y el tiempo que ya llevaba hablando.
El segundo señalamiento fue que irá a Marsella y otra ciudad al sur de Francia, cerca del Mediterráneo. Aludiendo que ha preferido ir a ciudades pequeñas y simbólicas, no tanto a las grandes capitales de los países. El presidente Macrón le acababa de confirmar que estaría en Marsella, ciudad puerto en el Mediterráneo, por donde llegan tantos ilegales a Francia procedentes de las costas africanas.
Entonces el Papa abordó el tema migratorio. El mar Mediterráneo, lo ha dicho desde su primer viaje fuera de Roma a Lampedusa, Italia, se ha convertido a través de los siglos en un cementerio, donde muchos migrantes tratando de llegar a Europa fallecen ahogados en las aguas de este mar, pues son pequeñas embarcaciones sobregiradas en número de tripulantes.
Lo más desolador, dijo el Papa, no es solo el mar, sino el desierto de los países africanos, entre Libia y Túnez, miles son abandonados después de haber pagado una gran suma para ser llevados a la Costa. Abusos, nuevas esclavitudes, trata de personas, etcétera. Temas muy sensibles al corazón del Papa Francisco que lo hacen suplicar a los gobiernos que busquen medidas fraternas ante tales situaciones.
Ese desierto me hace pensar en el norte de México, que también es un valle de huesos secos. Los problemas en las fronteras del sur y norte, son una bomba de tiempo a punto de estallar. Parques invadidos, incendios dentro de celdas, intentos de cruzar una frontera hecha por los hombres que marcan desigualdades de cada lado de ella. El problema también está en los trayectos que unen las fronteras.
Las rutas hacia el norte están marcadas por grandes abusos de grupos criminales que aprovechan la desesperación y vulnerabilidad del migrante auto-desterrado. Sin dinero, con hambre y poca esperanza de cruzar, se convierten en presa de los cárteles, mujeres abusadas en los caminos, en cuerpos de poco valor que terminan en fosas comunes como difuntos anónimos.
¡Que urgentes son políticas migratorias más humanas! Espero que legisladores de los países involucrados en cada continente hagan su trabajo, gestionen y promuevan estrategias que ayuden. Los problemas no se resuelven solo dejándolos entrar, sino en políticas en los países de origen, tratados internacionales, subsidios y casas de migrantes bien llevadas, junto con la protección para aquellos que se mueven buscando una mejor vida. Y no miremos tan lejos, la misma violencia en nuestra Sierra está provocando un sin número de desplazados que llegan a la ciudad donde no hay vivienda, oportunidad de trabajo y muchos vicios fáciles de adquirir. Que dejen de ser los desiertos, valles de huesos secos.