Pbro. Benjamín Cadena De Santiago
Este texto (Mt 18, 15-18), lo encontramos al centro se lo que se llama ‘El discurso eclesiástico’. Son enseñanzas de Jesús a su Comunidad de Apóstoles y discípulos, con Pedro a la cabeza, presentadola como las primicias del Reino de los cielos. Cobran relevancia éstas Palabras porque están dichas en momentos en que Jesús se va revelando como el Mesías de la cruz. Ello hace patente la labor y misión de la Iglesia de colaborar con Cristo a la salvación de los hermanos.
Amonestar, corregir.
Labor evangélicamente difícil…y necesaria. Si en el ámbito doméstico es difícil la corrección, hemos de decir que también lo es en la comunidad de fe. La experiencia humana lo atestigua. Naturalmente se tiende a guardar una paz ‘fictica’, q’ no incomode, ni haga sentir mal. Y entonces las relaciones humanas y cristianas se vuelven vanas y superficiales porque nadie –ni los encargados mismos, padres, maestros pastores, autoridades- quieren corregir, porque esto puede traer como consecuencia el rechazo. Y por búsqueda de aceptación a toda costa, se provocan daños tan graves y evidentes porque nadie quiere confrontar o amonestar para erradicar el mal.
Jesús, Ama y corrige.
Si recorremos el Evangelio, nos damos cuenta de dos cosas en cuanto a este tema: Jesús ama y corrige. Los discípulos perciben ésto muy claramente. Amados entrañablemente, pero también corregidos constantemente. Los textos abundan en ambos sentidos y a la par. Donde está Jesús hay verdad. A Él no le imponen los respetos humanos porque su propuesta es de relaciones de fraternidad, auténticas, libres y de servicio. De Amor a Dios y al prójimo. Fijémonos en todas las correcciones que hace también a escribas y fariseos.
Se corrige porque se quiere la salvación del hermano.
Ésta es la urgencia de la amonestación que pide Cristo: la falta o el pecado cometido, pone en riesgo la salvación del prójimo. Si vemos la falta y no la corregimos, nos hacemos cómplices de ella, y expresamos poco o nulo amor al hermano o hermana y a su salvación. La corrección o amonestación de momento puede parecer muy dura, pero cuando se hace adecuadamente, produce frutos incluso de conversión. Recordemos, en el AT, la corrección del profeta Natan al rey David, cuando le cuestionó su doble pecado (adulterio y homicidio), y en el NT, en las primeras comunidades cómo Pablo es firme en la corrección ante los escándalos que se suscitan internamente.
La pedagogía de la corrección
Desde lo privado a lo público, pasando por la la intervención de los más cercanos, la comunidad misma y creyendo en la eficacia de la oración por el hermano pecador, con la posibilidad de su expulsión si éste no atiende y cambia. El hecho de señalar varios momentos de esta misma acción, da cuenta de lo importante que es la persona en la comunidad, su salvación, y a la vez el esfuerzo extremo para que no se pierda.
Todo lo cual nos hace ver cuán importante es para Dios, el camino de la vida cristiana que tiene como meta la bienaventuranza eterna, y el riesgo de desviarse en ésta ruta.
No tener temor a corregir
No seamos cómplices del pecado del hermano, con nuestro silencio, falso respeto humano o temor al conflicto. Si en los hogares los padres corrigen a los hijos, le están haciendo un gran bien a la sociedad y a la Iglesia. Si en la comunidad de fe se corrigen con firmeza -y Caridad- los pecados y defectos de sus miembros, entonces estamos edificando en la Verdad la Iglesia por la cuál Jesús entregó su Vida: Una comunidad de salvación, primicias del Reino, viviendo en la verdad, la paz verdadera y el amor mutuo, capaz tanto de corregir al hermano, como de ser corregido por él.
Pensemos quién hoy por hoy necesita de nuestra corrección y no aplacemos. Igualmente revisemos si hemos hecho caso de correcciones que se nos han hecho. Y recordemos que el verdadero amor corrige.