Felipe J. Monroy/Periodista católico
Vivimos en una sociedad que no conoce el sosiego; todos nuestros días son una sucesión imparable de acontecimientos; a donde vayamos, el ruido y la saturación parecen lo normal; además, gracias al acceso digital, es casi imposible despegarse de las pantallas y de todo el info-entretenimiento al alcance de nuestras manos.
Pero el ser humano tiene una natural vinculación con el descanso, con el ayuno, con el silencio y con la contemplación. Y aunque todas esas realidades suenan antiguas o imposibles en nuestro agitado mundo, la religión y la espiritualidad parecen ser las últimas verdades antropológicas que valoran la pausa; el verdadero alto silencioso de la hiperactividad. Por supuesto, los “días de guardar” nos recuerdan que el tiempo libre no es sólo para llenarlo de actividades sino para liberarnos del yugo del trajín.
En esta época se nos dice que toda actividad que hagamos está obligada a tener una finalidad, una utilidad y un propósito o peor que debe ser exitosa o redituable. Y, sin duda es sumamente importante poder gozar y alegrarse de todo lo que se trabaja, se produce o se conquista; pero sin el contraste con el descanso, lo natural y lo puro, la vida se vuelve mecánica, utilitaria y comercializable. Toda la creación se torna mercancía, incluso las personas.
Por eso es importante atender la oportunidad que nos ofrece la pausa religiosa -como- ‘los días santos’ que para el creyente son mucho más que un descanso laboral: son días en que se busca trascender la mundanidad de la vida. Igual en el Verano. Estas pausas ayudan a recordar que no somos animales intentando sobrevivir sino humanos comprendiendo y asimilando la compleja dimensión de estar vivos.
Para ello, se requiere poner la mirada en la naturaleza, en su fugacidad y su trascendencia; en los congéneres, en su dignísima individualidad y su absoluta semejanza con nosotros; en lo etéreo, porque sólo ahí se encuentran las ideas que nos animan a esforzarnos y a construir vida; y en lo sagrado, porque en su misterio se comprende el verdadero sentido de la esperanza, la justicia, la caridad y paz.