Pbro. Leonel Larios Medina/ Sacerdote católico y licenciado en comunicación social.
Hay una corriente muy generalizada inspirada en un principio económico de Malthus, el de la escasez, llegando a escribir que ya somos muchos seres humanos en la tierra, incluso llegó a pronosticar que cuando llegáramos a mil millones de personas, empezaríamos a comernos unos a otros como caníbales. Ya somos más de 7 mil y la cuenta sigue creciendo y los caníbales extinguiéndose.
Esta primera nota la refiero porque mucha gente dice que la comida no alcanza para todos. Yo insisto en que más bien la injusta distribución de recursos (donde influye la economía). Como nunca la tecnología en algunos países nos ha permitido producir de manera efectiva más granos y hortaliza por metro cuadrado. Métodos de riego, hidroponía y otros, que reclaman un uso óptimo del agua, y más bien las dificultades que se han topado no son de índole técnica sino especulativa en el precio de sus productos, de nuevo la economía metiendo las narices.
El Papa Francisco, uno de los temas al inicio de su pontificado abordado con insistencia fue éste, el ayudar a los países pobres que pasan hambre. En su primer discurso a la FAO, con sede en Roma, decía que no entiende como hay países del norte que se quedan de comer por interés estético, mientras en África otros no tienen lo mínimo para subsistir. Ciertamente no es solo la economía, sino la política y hasta el cambio climático, que hace zonas áridas más áridas, y otras a punto de mostrarse por el deshielo con promesa de ser las más fértiles en los polos.
Dejemos este panorama mundial, y vayamos a lo cercano. El desperdicio de la comida es evidente en nuestras casas y plazas. Se tira gran cantidad de comida por servirse de más o porque se hizo mala en el refrigerador, incluso por llegar a cumplimiento la fecha de caducidad en la alacena. Los grandes supermercados ya contemplan esa merma en el precio que ofrecen a sus consumidores, por eso ya lo dan por perdido ese porcentaje. ¿Qué podremos hacer?
En el Evangelio un muchacho ofreció cinco panes y dos pescados para saciar a una multitud. No se tratará de especular sobre cantidades, sino en actitudes. La actitud de compartir lo propio para bien de otros; darnos el tiempo para revisar la comida y aquello que estamos dispuestos a pagar de más para ser tirado, mejor donarlo no a las grandes cadenas de supermercados, sino a instituciones caritativas que llevan despensas a los más necesitados.
En palabras de Jesús la lógica aritmética cobra nuevo significado. Leía en un autor italiano, de apellido Cantalamessa, que en el Maestro dividir significa multiplicar. Dividir y organizar mejor mi tiempo, multiplicará los esfuerzos por mitigar el hambre de mis hermanos de ciudad y de pueblo que podrían comer lo mismo que yo. Dejemos por un momento esa mentalidad que la gente es pobre por floja. Reconozcamos que nuestro sistema no genera igualdad de condiciones para superarse. Las mejores escuelas y la mejor alimentación la tienen unos cuantos; y no tiene que ver su desempeño académico, sino los números de la colegiatura.
Aquel episodio de Jesús, donde bendijo los panes y la actitud generosa, al final resultó una mejor situación. La multitud hambrienta, terminó aprendiendo a ser generosa con el ejemplo de un muchacho y de siete insumos de partida, se recogieron hasta llenarse doce canastos, pues se cuidaron los recursos y juntaron hasta los pedazos.