José Mario Sánchez Soledad/ Empresario
En el camino de la construcción de ideas, proyectos y comunidades, es común encontrarnos con la soledad. La soledad del que imagina un mundo distinto, del que emprende sin certezas, del que lucha por un cambio que aún nadie más ve con claridad. Pero esta soledad no debe ser un obstáculo para comunicar. De hecho, es en los momentos de mayor aislamiento cuando más necesitamos escribir, contar, compartir.
Escribir para existir
Las ideas necesitan ser contadas para cobrar vida. No basta con que estén en nuestra mente; deben ser expresadas, discutidas, repetidas. La historia nos muestra que aquellos que han logrado transformar su entorno han sido, sin excepción, personas que escribieron o promovieron su visión. No necesariamente con libros o tratados extensos, sino con manifiestos, cartas, discursos, artículos o incluso conversaciones persistentes en cafés y plazas.
Escribir es una forma de resistir la invisibilidad. Es un acto de reafirmación: “aquí estoy, esto es lo que creo, esto es lo que quiero hacer”. Cuando no hablamos de lo que hacemos, cuando no compartimos nuestros logros y fracasos, es como si nuestra historia no existiera. Y lo peor que le puede pasar a una idea es ser ignorada.
Historia local: un relato en construcción
Cada comunidad tiene una historia que merece ser contada. Los proyectos no nacen de la nada, sino de una serie de experiencias, decisiones y acontecimientos que los preceden. Pero si no escribimos sobre ello, si no registramos nuestra evolución, es fácil que la historia se pierda y con ella, el aprendizaje que podría inspirar a otros.
Las comunidades fuertes no sólo se construyen con infraestructura o con economía, sino con identidad. Y la identidad se construye a partir de relatos: quiénes somos, de dónde venimos, qué hemos logrado y qué hemos perdido en el camino. Si no escribimos sobre nosotros mismos, alguien más lo hará, o peor aún, nadie lo hará.
Promoverse no es vanidad, es necesidad
Existe un prejuicio común que nos hace pensar que hablar de nuestros logros es un acto de egocentrismo o autopromoción innecesaria. Pero en realidad, es todo lo contrario. Promover lo que hacemos, compartir nuestras experiencias, es una forma de darle valor a nuestro trabajo y de inspirar a otros a hacer lo mismo.
Las grandes ideas, las transformaciones sociales y los negocios exitosos no surgen de la nada. Detrás de cada una de ellas hay historias de esfuerzo, de fracasos, de aprendizajes. Contar esas historias no sólo nos fortalece a nivel individual, sino que contribuye a la memoria colectiva de nuestra comunidad.
Los fracasos también se escriben
No hay nada más humano que equivocarse, pero muchas veces escondemos nuestros errores como si fueran una vergüenza. Sin embargo, compartir nuestros fracasos puede ser incluso más valioso que compartir nuestros éxitos. Los errores enseñan, muestran el camino recorrido, evitan que otros tropiecen con las mismas piedras.
En una cultura que glorifica el éxito inmediato, hablar sobre los intentos fallidos es revolucionario. Nos recuerda que el camino es largo, que es normal caer y que lo importante es seguir adelante.
Escribir sobre uno mismo, escribir sobre todos
Cuando escribimos sobre nosotros mismos, no estamos escribiendo sólo para nuestro beneficio. Estamos dejando un testimonio que puede servir a otros, una huella que puede ayudar a alguien más en su propio recorrido. La historia de una persona puede ser el reflejo de toda una comunidad, de una generación, de un movimiento.
Por eso, aunque nos sintamos solos en nuestra lucha, aunque parezca que nadie nos escucha, debemos seguir escribiendo. No sabemos quién leerá nuestras palabras en el futuro, ni qué impacto tendrán. Pero lo que sí sabemos es que si no las escribimos, nunca existirán.
Así que sigamos escribiendo. Sobre nuestras ideas, sobre nuestra comunidad, sobre nuestras victorias y nuestras derrotas. Porque en la palabra escrita, la soledad se transforma en conexión, y las ideas, en acción.