El miércoles 4 de agosto se celebra la fiesta de san Juan María Vianney, conocido como el Santo Cura de Ars, patrono de los sacerdotes y párrocos. Presentamos la experiencia de tres sacerdotes de la diócesis, en su misión como párrocos.
Blanca Alicia Martínez/ Claudia Iveth Robles
Cada día es un aprendizaje
Apenas el pasado 5 de julio, el padre Gustavo Balderas, uno de los sacerdotes más jóvenes en la diócesis, tomó posesión como párroco de la comunidad Jesús Príncipe de Paz.
Es la primera vez en que recibe este encargo, ya que apenas fue ordenado sacerdote hace tres años.
Sorprendido por el encargo, pero muy emocionado por la oportunidad, el padre Gustavo compartió con Presencia lo que para él representa la misión que le ha sido encomendada.
“Lo veo como un reto para responder a Dios en este tiempo que estamos viviendo, con la gente que se me ha confiado de la parroquia y de las capillas (Nuestra Señora de Guadalupe y La Santa Cruz)”, dijo.
En el poco tiempo que tiene ejerciendo el sacerdocio, el padre Gustavo ha ido descubriendo cómo debe dar respuesta a todo lo que la realidad va presentando en la atención a la grey. Y más aún cuando se tiene la responsabilidad de ser el párroco.
“En la misa de toma de posesión el obispo comentó de las responsabilidades del párroco, en primer lugar el cuidado y salvación de las almas de todos los fieles que se me encomiendan, luego vienen otras responsabilidades: los sacramentos, atender a la gente, formar a los niños, adolescentes y jóvenes, estar al pendiente de lo administrativo y de lo económico. Uno de mis temores es no dar el ciento por uno y quedarme atrás”, reconoció el padre Guily, como es conocido.
Teoría vs práctica
Compartió que aunque en el Seminario estudian cuestiones administrativas y otros temas respecto a la parroquia, , la realidad es que la experiencia se adquiere en la práctica.
“Llevo dos semanas de párroco y gracias a Dios cada día es un aprendizaje nuevo. Cuando tengo duda me atrevo a marcarles a algunos sacerdotes que me han acompañado…les consulto y así he podido resolver”, dijo.
Igualmente compartió los aprendizajes que tuvo como vicario con quienes le tocó trabajar antes de su nombramiento
“Tuve experiencia de ocho meses con el padre Raúl Vega en el Km 20 y lo que aprendí fue la cercanía con el pueblo, con aquellas personas de la periferia. Veía en el padre Raúl ese pastor que se preocupa por sus ovejas que están sufriendo y necesitan el apoyo de Dios”.
El padre Guily reconoce que el padre Raúl lo fue preparando adecuadamente para el momento que hoy vive.
“Después estuve con el padre Mario Manríquez, aprendí de su gran trayectoria, de su empeño y entrega, de sus relaciones con toda la gente y también sobre la admistración. La pastoral, lo económico, todo lo tenía muy bien organizado”, dijo feliz de estar viviendo ahora su misión como encargado de una comunidad parroquial.
Ser párroco religioso
Ser un sacerdote religioso a quien se le encomienda una comunidad parroquial no es lo mismo que ser un párroco diocesano.
Así lo explica el padre Mauro Muñoz, sacerdote franciscano quien hace dos meses fue nombrado, por segunda vez, párroco de la comunidad Santos Mártires Mexicanos, la cual es atendida desde hace varios años por la Orden de Frailes Menores (Franciscanos)
Con siete años en la diócesis y otros once en la vecina diócesis de El Paso, Fray Mauro ya conoce bien las labores que debe realizar como cabeza de la comunidad, aunque, tal y como lo aclara, no es lo mismo que siendo un párroco diocesano.
“Nuestra vida es de comunidad, debemos ser mínimo tres religiosos en la comunidad. Hay esta idea en la Orden de que la parroquia no se le confía a una sola persona, sino a la comunidad de religiosos, y esa es una diferencia, aunque claro que hay uno que es el responsable y encabeza”, explicó.
Dijo que su congregación tiene unas directrices especificadas en un documento que habla de la características del párroco. Estas directrices indican que el trabajo se realiza en fraternidad, es decir, que el párroco no es solo, sino que la responsabilidad de quienes están en la comunidad de religiosos.
“Y el testimonio que debemos dar, es de los tres”, aclaró.
Párroco virtual
Fray Mauro vino a la Diócesis de Ciudad Juárez hace siete años, y recién llegado tuvo la encomienda de ser párroco ahí en Mártires Méxicanos. Se desempeñó así durante seis meses y luego fue nombrado otro de sus hermanos. Recientemente fue nombrado nuevamente párroco de la comunidad, cargo que desempeña hace dos meses.
“Ahorita la cosa ha sido muy complicada por la pandemia…he sido párroco virtual y no real. Ha sido bastante difícil en esta comunidad que es muy grande y muy dinámica”, compartió Fray Mauro, quien trabaja junto a sus compañeros Fray Plácido Martínez y Fray Guadalupe Pimentel.
También considera un reto enfrentar situaciones “muy acendradas” en la comunidad, y otras que se ve “que no pegan”, a veces “por la resistencia al cambio”.
“A veces hay dificultades entre los grupos, y por más que hace uno la lucha, son insolubles. Esas serían de las cosas desagradables”, dijo.
Pero el fraile franciscano originario de Guanajuato, reconoció que lo más destacable es que la comunidad es muy bonita y cooperadora.
“Hay mucha gente con buena intención, dinámica, disponible. Ahora en la pandemia ha sido una bonita experiencia porque la gente nunca nos abandonó. Aunque estábamos cerrados se preocupaban mucho por nosotros, venían y nos traían comida, dinero, estaban al pendiente”, dijo agradecido, y agregó:
“Me sorprendió también ver el empuje de todos para volver a la comunidad. Todos querían volver. Esto no se murió”, abundó.
El padre Mauro dijo que en realidad no ha vivido tristezas como párroco, pues el trabajo en comunidad siempre logra muchas cosas. Por otra parte se alegró del trato que hay con el obispo y con el presbiterio local.
“Siempre me he sentido muy acogido en la diócesis. Cuando llegué estaba don Renato y no lo llegué a tratar mucho, pero con don Guadalupe el trato es muy cercano. Me gusta mucho porque no hay nada de esos formalismos de protocolos y cosas raras como en otras diócesis”, explicó.
Así, los franciscanos de la Provincia San Pedro y san Pablo de Michoacán siguen felices en su misión de atender una de las comunidades parroquiales de esta diócesis.
Un párroco jubilado: toda la experiencia
Con 69 años de sacerdocio, tiempo en el que ha estado al frente de varias parroquias, monseñor Isidro Payan alberga, sin duda, el mayor cúmulo de experiencias parroquiales en la diócesis.
Al ser entrevistado sobre el tema, lo primero que hizo fue recordar a quien le dio su primer ejemplo en el ejercicio como párroco: el padre Rafael León Gándara, de Estación Conchos, a quien describe como un sacerdote ejemplar en su piedad, oración y responsabilidad como párroco.
«Nos visitaba para recordarnos siempre cómo buscar el amor a Jesús y cómo manifestar el amor al prójimo, así que para mi fue un ejemplo grandioso», dijo.
Otro de sus ejemplos fue don Manuel Talamás Camandari, primer obispo de Ciudad Juárez, a quien acompañó y le aprendió mucho en cinco años de visitas pastorales.
Alegrías, temores y tristezas
Cuando don Manuel nombró a monseñor Payán párroco de la Catedral, ante la renuncia del padre Baudelio Pelayo, el hoy sacerdote jubilado no pudo sino ‘ponerse a temblar’.
«Yo le dije ¿ya lo pensó bien?… Fue un temor, incertidumbre y nervios, pues tenía ante mi la imagen de un señor cura, ícono en la ciudad, constructor de bastantes templos y de la Catedral, fundador de una congregación y de varias obras”, recordó.
Monseñor Payán recibió nombramiento oficial el 13 de enero de 1963. Tenía entonces 34 años de edad.
«Me parecía muy grande tarea, muchos temores, y dudas, pero me sentía confiado porque yo había trabajado con el obispo cerca de 15 años», expresó.
Ya siendo párroco, monseñor Payán se enfrentó a lo que hoy recuerda como un dolor muy grande: tomar la decisión de demoler la Catedral, ante el riesgo de que colapsara.
Y junto con la tristeza, vino también un rayo de esperanza por la construcción del nuevo templo, a la vez que de incertidumbre, por la solvencia económica de la obra.
Algo que ante esto asumió como párroco, fue hacer mucha oración y pedirla en la comunidad.
«Fieles y sacerdotes de esta diócesis fueron sumamente generosos, y tuvimos la ayuda del cardenal de Colonia, Alemania”, recordó.
Por otra parte, para monseñor una gran alegría que siempre le provocó ser párroco, fue poder bautizar personalmente a más de 10 mil niños, y mantener bien organizados los archivos parroquiales en donde queda constancia de estos sacramentos administrados.
Igualmente le da felicidad haber administrado, en especial, el sacramento de la unción a una anciana que falleció justo después de la imposición del aceite. Y de haber celebrado el funeral de su padre en la Misión de Guadalupe (1975) y el de su madre en 1978.
También se siente orgulloso de haber colaborado en la construcción de los templos San Vicente de Paúl y Mater Dolorosa.
Su consejo
«Fue un gran honor ser párroco de la Catedral, los fieles al principio estaban con mucha tristeza, porque se iba monseñor Baudelio, sufrieron mucho, pero con el tiempo fueron bondadosos colaboradores conmigo…siempre guardo eso en mi memoria» expresó.
A lo largo de su labor como párroco, monseñor Payán tuvo el apoyo nada menos que de 55 diferentes vicarios, a quienes hoy agradece, al igual que a las religiosas que lo apoyaron, especialmente la hermana Gracia Torres.
Con la experiencia y memoria que siempre comparte con esta comunidad fronteriza, monseñor Payán quiso dejar este consejo a sus hermanos sacerdotes, especialmente aquellos que son designados párrocos.
“Hagan sus oficios con gusto y alegría. No anhelen más que servir, obedecer y colaborar con el señor obispo y los hermanos sacerdotes que sean responsables de ustedes».
“Si les parece bien, hagan lo que pide San Pablo a los Efesios: permanezcan siempre humildes y amables y entonces la gracia de Dios será más fructífera en su ministerio sacerdotal».