Carlo Mejía Corona/ Misionero, escritor y cantante católico.
Si hay algo de lo que seguido nos hemos perdido de apreciar o valorar los seres humanos, debido al ritmo de vida tan ajetreado, es lo maravilloso que es la vida. Ese obsequio que es despertar viendo la luz no es mera coincidencia; sólo es Dios el que nos pudo haber otorgado de manera gratuita ese milagro. Únicamente por el hecho de haber permanecido dentro del seno materno por 9 meses, eso ya es una maravilla.
Cuando fuimos bebés nada terminaba de anonadarnos, todo nos impresionaba al punto que expresábamos por medio de garabatos o señales. Desde ver el sol, el agua, la lluvia, un animalito, las ruedas del carro o del coche, en fin, la vida para un bebé o un niño con escasos años es toda una novedad o una maravilla.
Conforme vamos creciendo o nos vamos llenando de preocupaciones u obligaciones, nos hemos ido olvidando de los pequeños detalles que nos conducen a hacer un alto por el camino y apreciar los pequeños regalos que nuestro creador nos da como una sorpresa durante todos días del año.
Es hacia adentro de nosotros mismos donde comienza el entusiasmo por la alegría de la vida. Si no nos encontramos en sintonía con las cosas que son invisibles, y que provienen de lo alto como: el amor, la fe, tener una fraternidad o convivencia con lo que se encuentra allá arriba en el cielo, entonces nos dirigimos hacia la deriva o rumbo a un vacío existencial sin precedentes.
La cuestión es la siguiente: ¿Cómo avivar las llamas del espíritu y saber que la vida física o material es todo un espectáculo terrenal al cuál todos estamos llamados a ser partícipes? En síntesis, ¿Qué medios pueden ser cruciales o vitales para reactivar el amor, el interés y la solidaridad hacia los distintos hechos o circunstancias que se encuentran en nuestro entorno? Bueno, pues sencillamente para no perderle sentido a nuestra vida, primeramente, tendremos que darnos un tiempo de relajación y cuestionarle a Dios: ¿Para qué estoy aquí en este mundo? ¿Cuál es el sentido a la razón por la cuál tengo el soplo de Dios en este forraje corporal?
Será para cualquiera de nosotros los seres humanos encontrar un sentido a nuestra vida, porque no es meramente una casualidad que habitemos en este, tan agitado mundo. Y, más aún, aprender mucho más de los niños y enseñarnos a ser humildes y sencillos para hacernos pequeños ante Dios; retomar la capacidad de asombro; maravillarnos todos los días de nuestra existencia. Eso, será la gran tarea por llevar a cabo; un objetivo que requerirá retomar las memorias de nuestros primeros años de vida y hacer el mayor esfuerzo posible para ver en cada niño una gran lección para nuestro existir, en cuestiones de humildad y sencillez. Inclusive, darnos el tiempo para conversar con los pequeñitos, haciendo a un lado nuestras obligaciones como adultos. La mirada limpia de cada niño es la mirada de Dios en el mundo.
Por algo se dice: “Los ojos son el espejo del alma”.
Seamos prestos en escuchar ese mensaje que Dios nos regala mediante las cosas más pequeñas del recorrer los pasillos sorprendentes del enigma del vivir.
No dejemos a un lado nuestras obligaciones diarias como adultos, sino por el contrario, enriquezcámoslas con lo más simple que nos ofrece el mundo actual y la vida que el creador nos regala sin pedir nada a cambio, solo que aprendamos a vivirla al máximo sin que la mal desperdiciemos en cosas vanas.
Jesucristo dijo: “Quien no se haga como los niños, no entrará en el reino de los cielos” (Mateo 18:3)