Mons. José H. Gómez/ Arzobispo de Los Ángeles
En el corazón del Adviento está María, nuestra Santísima Madre. Su figura siempre aparece tempranamente dentro de esta temporada santa, mientras celebramos su Inmaculada Concepción el 8 de diciembre.
Nuestra liturgia de Adviento va siguiendo el camino del designio divino para la historia de la salvación. El nacimiento de ella lo recordamos durante el tiempo de espera del nacimiento de su Hijo, Nuestro Señor y Salvador.
Jesús y María están unidos en el misterio del plan de Dios para el mundo. Y están unidos en el misterio del plan que Él tiene para la vida de ustedes y para la mía.
No es casualidad el hecho de que cuando ella fue enviada a los pueblos del Nuevo Mundo en 1531, nuestra Santísima Madre haya llegado en esta época del año, en la que la Iglesia hace memoria de la nueva creación que empezó cuando ella fue concebida sin la mancha del pecado original.
Como recordamos, la historia nos cuenta que Nuestra Señora llegó a ese cerro del Tepeyac en el que se escuchaba un hermoso canto de aves. Fue una experiencia tan hermosa que San Juan Diego se preguntó si había llegado al “paraíso” del que le habían hablado sus mayores.
Nuestra Señora de Guadalupe se le apareció como una madre encinta y le anunció: “Sabelo, ten por cierto hijo mío, el más pequeño, que yo soy la Perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra”.
La Virgen María es la madre de Dios y también la madre de los hijos de Dios. Ella es nuestra madre. Lo sabemos, pero en estos largos meses de pandemia, hemos experimentado su amor maternal de una manera aún más profunda.
Seguimos orando diariamente por su intercesión para que se termine el coronavirus y nos dirigimos a ella como “la Madre de la salud y de la esperanza”. Ese fue el tema de nuestra procesión anual de Guadalupe, que celebramos el domingo 6 de diciembre de 2020 en el sector este de Los Ángeles. Aunque este año nuestro culto fue limitado y en gran medida virtual debido a las restricciones de la pandemia, fue una ocasión de alegría y de esperanza.
La oración que le dirigimos a nuestra Santísima Madre en este tiempo de Adviento continúa. En espera de que llegue la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.
Creo que uno de los “mensajes” para nosotros en esta pandemia, es que tenemos que profundizar nuestra relación con María, nuestra Santísima Madre.
Especialmente en estos momentos, tenemos que tomar en serio esas palabras de salud y de esperanza que ella le dirigió a San Juan Diego: “No temas esa enfermedad, ni alguna otra enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y protección? ¿No soy yo tu salud?”
Jesús nos dijo desde la cruz: “Ahí tienes a tu madre”. Nuestra relación con María es fundamental. Y no puede quedarse solo en el plano sentimental. Todos necesitamos tener una comprensión madura de quién es la Bienaventurada Virgen María y cuál es su lugar en nuestra vida espiritual.
El amor que nos tiene María es un amor tierno, el amor de una madre. Pero como cualquier buena madre, ella también es fuerte y está dispuesta a sacrificarse y a sufrir para proteger a sus hijos y para ayudarlos a crecer.
Los Evangelios nos muestran cómo aquella primera noche de Navidad ella da a luz a su Hijo en medio de la incertidumbre y de la pobreza. Poco después, la vemos protegiendo a su hijo, cuando tienen que huir de la persecución y refugiarse en Egipto. Y cuando su Hijo muere en la cruz, la vemos a su lado, participando silenciosamente de su sufrimiento.
Cuando comprendemos el lugar que tiene María en la historia de la salvación, nos damos cuenta de que Jesús se toma muy en serio nuestra vida. El Libro del Apocalipsis nos muestra a nuestra Santísima Madre, participando en un combate espiritual con la “serpiente antigua que es llamada diablo” en tanto que él “lucha contra los que guardan los mandamientos de Dios y dan testimonio de Jesús”.
En este camino que recorremos en nuestra vida, él nos entrega a su madre para que continuemos la obra de salvación de él, para que ella nos guíe y vele por nosotros cuando buscamos dar testimonio de él y seguir sus mandamientos.
Así como la humanidad Jesús fue formada en el bendito seno de la Virgen María, él quiere que nosotros seamos modelados a imagen y semejanza de él a través del ejemplo de fe y por la intercesión maternal de su madre.
Y conforme vayamos avanzando y acercándonos al nacimiento de Nuestro Señor en esta temporada santa, encomendémonos más a nuestra Santísima Madre y pidámosle que ella sea nuestra salud y nuestra esperanza.