José Mario Sánchez Soledad/Autor
Expedición de Antonio de Espejo
Los franciscanos de Santa Bárbara estaban ansiosos por saber la suerte y paradero de los tres misioneros de su orden que se habían quedado en Nuevo México e inmediatamente organizaron una expedición para ir en busca de ellos. El padre Fray Bernardino Beltrán, quien residía en el monasterio de la Villa de Durango, se ofreció hacer el viaje, si su superior le concedía la autorización. Antonio de Espejo, quien hacía poco había llegado de Querétaro, fue escogido como el responsable del nuevo esfuerzo. Se hicieron las preparaciones necesarias, venciendo un sin número de obstáculos y oposiciones oficiales.
Espejo pudo enlistar 14 hombres soldados para que lo acompañaran a él y a Fray Bernardino, quien también sería acompañado por fray Pedro de Heredia. De modo que los 14 soldados, bien provistos y equipados con armas, municiones y provisiones, se congregaron en San Bartolomé, y de allí salieron el 10 de noviembre de 1582. Los acompañaban Fray Bernardino Beltrán, el organizador original, y Fray Pedro de Heredia; llevaban 115 caballos y mulas bien cargadas de provisiones. Fray Pedro tuvo que regresarse a San Bartolomé por órdenes de su superior.
Entre los soldados, venía Miguel Sánchez Valenciano, quien traía a su esposa, Casilda de Amaya, y sus hijos Miguel, Lázaro, Pedro y Juan. Pedro tenía tres años y medio y Juan veinte meses. Por lo tanto, fueron ellos la primera familia, la primera mujer blanca, y los primeros niños en esta región. La expedición llegó al río Grande en diciembre 9, en donde Espejo lo nombró por vez primera “El río del Norte”; allí se encontraron a un indio que se llamaba Juan Cantor, quien había acompañado a Fray Rodríguez en su primera expedición. El 1 de febrero de 1583, cuarenta y cinco días después de partir del crucero del Conchos y río Grande, llegó Espejo y sus compañeros a los primeros pueblos de los Piros en Nuevo México, y allí se encontraron con la noticia de que Fray López y Fray Agustín habían sido martirizados por los Tiguas.
El padre Beltrán, al tener la noticia que sus hermanos franciscanos habían sufrido el martirio, le avisó a Espejo que ya no quería continuar la marcha, y con unos cuantos soldados emprendieron la marcha de regreso hacía Santa Bárbara. Espejo y ocho de los restantes soldados, en mayo 31 de 1583, salieron por su cuenta a explorar toda la región de Nuevo México, regresando por el río Pecos, cruzando por el Conchos, llegando a San Bartolomé el 10 de septiembre de ese mismo año.
Otros intentos de llegar a Nuevo México
Los informes de Rodríguez y Espejo crearon mucho interés y deseo de conquistar las tierras que ellos visitaron. Estas expediciones demostraron que los indios pueblo estaban dispuestos y consideraban bienvenidos a los españoles, siempre “que vinieran en paz.” Espejo había encontrado lugares con buen clima y productos naturales como piedras preciosas, había prospectos de localizar nuevas minas. Sin embargo, lo más atractivo eran los miles de almas por evangelizar que visualizaban los padres franciscanos.
En 1583, Cristóbal Martín pide permiso para realizar una prospección de minas en la región el cual fue negado y en 1589 Gaspar Castaños de Sosa hizo un nuevo intento de colonización, sale con 170 hombres hacia el Norte desde Almadén, Nuevo León, Sosa no tenía permiso para realizar la expedición y se le hacían una multitud de acusaciones, el virrey mandó al Capitán Juan de Molerte, que lo aprehendiera; pudo llegar hasta el río Bravo. Después de haber sido juzgado en México, Castaño de Sosa fue sentenciado al destierro en China, algunos esclavos chinos se amotinaron, y en la revuelta, murió.
En 1593, en otra fallida expedición sin permiso, la de Francisco de Leyva de Bonilla y Antonio Gutiérrez de Humana sale hacia el Norte. Ellos salieron de la Nueva Vizcaya hacía el norte subiendo por Ojinaga y en compañía de un indio llamado Jusephe o José, se internaron hasta la gran Quivira. El gobernador de Nueva Vizcaya despachó a Pedro de Cazarla para que los aprehendiera y los trajera prisioneros como traidores. Cazarla es informado que Humaña en una discusión mató a Bonilla; todos los de la expedición huyeron de Cazarla y fueron muertos a manos de los indios. El único que quedó fue el guía Jusephe o José, que después lo encontró Oñate, a quién le relató los incidentes de la expedición de Bonilla-Humaña. Jusephe fue después quien guio a Oñate a la gran Quivira en 1601.
Los franceses y los ingleses comenzaban por aquellos tiempos a avanzar en sus conquistas en los territorios circunvecinos al Nuevo México. Un cierto padre Márquez, que fue capturado y llevado prisionero ante la presencia de la reina Elizabeth de Inglaterra (reinado 1558 – 1603). Villagrá nos relata “sabiendo que era español y que conocía de los descubrimientos fue interrogado extensamente. Contestó todo y al regresas a España fue a la Corte y relató todo lo que él había dicho”. Por eso dijo Rodrigo Río de Loza al virrey:
“Hay que tomar formal posesión y ocupar las tierras descubiertas para evitar otros nacionales, como los franceses e ingleses, que las ocupen, porque sería desastroso para este reino y las indias”. Después de recibir la recomendación y plan de Loza, el rey de España adoptó una política de colonización.
El celo franciscano
Es cierto que los primeros intentos de colonizar y evangelizar el Nuevo México durante la mayor parte del siglo XVI fracasaron. Sin embargo, es justo destacar y apreciar, todo lo que deben a los frailes pobres y descalzos, que sin más poder que su fe, sin ninguna mira egoísta, dotados de celo evangélico y de un espíritu humanitario, opusieron una fuerte muralla a la avaricia de los conquistadores y los mercaderes y aventureros europeos. Con valor lucharon sin cesar por el bienestar del indio y desvalido. Levantaron sus quejas y solicitudes al Papa y al rey, y lograron imponer castigos fuertes a los que desobedecieron la voluntad real de respeto al indígena. Eso permitiría poco a poco, la reducción de los pueblos y su mestizaje en nuestra región. Los siguientes esfuerzos de colonización estarían mejor regulados por un respeto al indio, no siempre se lograba, pero siempre se insistió y era la ley de su majestad.